Por el Campu'l
Roble, va Maximina Arenas González camino del campanario. Al rato, en la madrugada, se escuchan los pasos enristrados en el bronce,
escritos con manos de campesina que traspasan las fronteras de la
aldea para anunciar los "Maitines" del nuevo día.
A Maximina más de
una vez se le quemó la leche en la chapa de la cocina por anunciar la madrugada
en el campanario.
En las cuadras
comienza el trajín. Se escuchan las campanillas del ganado que se
levanta, se estira y hace sus necesidades. Al abrir la puerta, una
oleada caliente sale del establo. La primera faena es limpiar la cama
de las vacas y mullirla con el rozu de las cuestas, helechos y hojas
secas de castaño de los bosques. Del jenal se echan por las troneras
en las pesebleras unos brazaos de hierba del tazón, mesada a mano o con el
gabitu. Acto seguido, hay que pasarles el cepillo y la rasqueta,
lavarles las colas, limpiar y secar sus ubres antes de iniciar el
ordeño. Les pongo música de la radio a transistores; dicen que las
calma y alegra.
Ya bulle la leche
en el caldero de cinc en el que restallan los dos chorros que atraen
a los tres gatinos nacidos en un nial del pajar el pasado marzo. Es
buen mes para la camada de gatos. Me observan perfectamente alineados
junto al riegu, esperando su ración todas las mañanas y a
la tarde repiten la formación como soldados al toque de “fajina”.
Les dirijo uno de ellos y sus bigotes se llenan del cálido y níveo
alimento surgido de la Vía Láctea, desde la teta de la
tranquila Marquesa.
El sol se arrastra
lentamente por las sierras en el naciente, tapado aún por las
sierras planas de Pendueles, Vidiago, Riegu y Puertas, donde se
perfila el Peñatu o “Cabeza del Gentil”. Comienza a disiparse la
niebla colgada en los robledales por Purón, San Roque, La Galguera y
Soberrón.
Cuando levanta el
día, las campesinas narran con sus azadas
renglones tristes de recientes historias de miseria y guerra.
A las doce del sol, el asta de la azada de Maximina marca la vertical sin sombra. La “hora loca”,
que es la añadida por decreto ministerial, no cuenta para ella. Se rige por el lucero matutino y vespertino, la diosa Venus, el Sol y la
Luna. También los trenes, como ya se contó,
los camiones de las centrales lecheras, el panadero y el cartero o el tronar de la dinamita
en la cantera de Santa Marina. También cronometran el día la incidencia de los rayos y
las sombras en las distintas cuestas debajo del Texéu, Mazacarabia,
la Tornería y Los Resquilones.
Se despide de sus compañeras de
labor y, con aquella característica tan propia suya que le dieron
los años, empina la cuesta de las Castañares y la pierden de vista cuando entra por el caleyón de La Magdalena. Abre la pesada puerta de la iglesia
y tras mojar los dedos índice y corazón en el agua bendita de la entrada, hinca una rodilla en el suelo y se santigua antes de trepar por las desdentadas escaleras del campanario para ensartar el
“Ángelus”. Hasta las vacas que pastan en las fincas de la Mañanga se
quedan estáticas, al oír el eco de bronce rebotar en el murallón
calizo del Texéu.
Es entonces cuando
los segadores, los que allendan el ganado en las lindes de los
caminos y los que labran las tierras regresan a sus casas o hacen honores al almuerzo que guarda el carpanchu de cuerdas.
Cuando la tarde se
adormece, va por tercera vez Maximina camino del Campu'l Roble a dar
el toque de "Oración". Antaño, según nos contaron, las gentes se
recogían, temerosas por miedo a horrendas leyendas de ánimas y
güestias. Cuando ya el sol se ponía, los cantos de las niétobas y
curuxas amedrentaban nuestra infancia antes de sumirnos en el sueño.
Los toques de
campana anunciaban también bautizos y funerales, bodas y fuegos,
reuniones para sextaferias y para vender, a precio de caridad, la
carne de un animal despeñado en el monte.
"A la Campanera mayor"
Tú hijo te lo dedica
desde Alemania, con
amor,
porque bien te lo
mereces,
tú, campanera mayor.
Fueron estas tus
andanzas
a través de tantos
años,
cruzando el Campo el
Roble
camino del campanario.
No fue tarea siempre
fácil
hacer de campanera,
ni repicar las campanas
de diferente manera.
Pendiente de las
campanas
es estar siempre en
tensión,
tocando al Alba, a Las
Ánimas
y, por la tarde, a
Oración.
Cuando piensas que
estás libre,
vas a trabajar al
huerto;
pronto te mandan aviso:
tienes que tocar a
muerto.
Marchas para el
campanario:
Se acabó tu libertad
y en el huerto, las
patatas,
empezadas a sembrar.
Otras veces, ¡Fueron
tantas!
Dejaste plantado el
sallo
y, para tocar al
Ángelus,
te vas para el
campanario.
Todo sacrificio en la
vida
espera su recompensa;
la tuya también llegó:
te elogió toda la
Prensa.
¡No veas los del
pueblo!
Cómo todos te
ensalzaron
y en pro de tus
sacrificios
una placa te
entregaron.
Antes fue Ramón
González
tu primer mentor
y te inscribió en “El
Oriente”
como “Campanera
Mayor”.
Te hizo un homenaje,
Félix,
parragués de pura
cepa.
¡Qué siga tan
entusiasta
y se mantenga en la
brecha!
Dicen que ya no se
estila
repicar las campanas.
Buen motivo para ti
para dormir las
mañanas.
Si dicen que ya no se
tocan,
no te dé preocupación,
pues después de tantos
años,
bien mereces la
jubilación.
Te quedan aún muchos
cargos.
Pongamos uno de
ejemplo:
Segar y transportar
El verde para el
Almendro.
Es cosa que nunca vi,
Por eso me suena
extraño
que con agua y jabón
cada día le das un
baño.
Quiero aquí terminar
dando al Cielo una
plegaria
para que sigas tan bien
y llegues a centenaria.
(Rodolfo Valentino
Sobrino Arenas)
Maximina Arenas y Clemente Sobrino. Entrañables vecinos de La Caleyona, campanera y sacristán de la Iglesia Santa Mª Magdalena de Parres.
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