domingo, 12 de enero de 2014

15.- El reloj de mi aldea



 Por el Campu'l Roble, va Maximina Arenas González camino del campanario. Al rato, en la madrugada, se escuchan los pasos enristrados en el bronce, escritos con manos de campesina que traspasan las fronteras de la aldea para anunciar los "Maitines" del nuevo día.
A Maximina más de una vez se le quemó la leche en la chapa de la cocina por anunciar la madrugada en el campanario.

En las cuadras comienza el trajín. Se escuchan las campanillas del ganado que se levanta, se estira y hace sus necesidades. Al abrir la puerta, una oleada caliente sale del establo. La primera faena es limpiar la cama de las vacas y mullirla con el rozu de las cuestas, helechos y hojas secas de castaño de los bosques. Del jenal se echan por las troneras en las pesebleras unos brazaos de hierba del tazón, mesada a mano o con el gabitu. Acto seguido, hay que pasarles el cepillo y la rasqueta, lavarles las colas, limpiar y secar sus ubres antes de iniciar el ordeño. Les pongo música de la radio a transistores; dicen que las calma y alegra.
Ya bulle la leche en el caldero de cinc en el que restallan los dos chorros que atraen a los tres gatinos nacidos en un nial del pajar el pasado marzo. Es buen mes para la camada de gatos. Me observan perfectamente alineados junto al riegu, esperando su ración todas las mañanas y a la tarde repiten la formación como soldados al toque de “fajina”. Les dirijo uno de ellos y sus bigotes se llenan del cálido y níveo alimento surgido de la Vía Láctea, desde la teta de la tranquila Marquesa. 

El sol se arrastra lentamente por las sierras en el naciente, tapado aún por las sierras planas de Pendueles, Vidiago, Riegu y Puertas, donde se perfila el Peñatu o “Cabeza del Gentil”. Comienza a disiparse la niebla colgada en los robledales por Purón, San Roque, La Galguera y Soberrón.
Cuando levanta el día, las campesinas narran con sus azadas renglones tristes de recientes historias de miseria y guerra.

A las doce del sol, el asta de la azada de Maximina marca la vertical sin sombra. La “hora loca”, que es la añadida por decreto ministerial, no cuenta para ella. Se rige por el lucero matutino y vespertino, la diosa Venus, el Sol y la Luna. También los trenes, como ya se contó, los camiones de las centrales lecheras, el panadero y el cartero o el tronar de la dinamita en la cantera de Santa Marina. También cronometran el día la incidencia de los rayos y las sombras en las distintas cuestas debajo del Texéu, Mazacarabia, la Tornería y Los Resquilones. 

Se despide de sus compañeras de labor y, con aquella característica tan propia suya que le dieron los años, empina la cuesta de las Castañares y la pierden de vista cuando entra por el caleyón de La Magdalena. Abre la pesada puerta de la iglesia y tras mojar los dedos índice y corazón en el agua bendita de la entrada, hinca una rodilla en el suelo y se santigua antes de trepar por las desdentadas escaleras del campanario para ensartar el “Ángelus”. Hasta las vacas que pastan en las fincas de la Mañanga se quedan estáticas, al oír el eco de bronce rebotar en el murallón calizo del Texéu.
Es entonces cuando los segadores, los que allendan el ganado en las lindes de los caminos y los que labran las tierras regresan a sus casas o hacen honores al almuerzo que guarda el carpanchu de cuerdas.

Cuando la tarde se adormece, va por tercera vez Maximina camino del Campu'l Roble a dar el toque de "Oración". Antaño, según nos contaron, las gentes se recogían, temerosas por miedo a horrendas leyendas de ánimas y güestias. Cuando ya el sol se ponía, los cantos de las niétobas y curuxas amedrentaban nuestra infancia antes de sumirnos en el sueño.



 Los toques de campana anunciaban también bautizos y funerales, bodas y fuegos, reuniones para sextaferias y para vender, a precio de caridad, la carne de un animal despeñado en el monte. 




"A la Campanera mayor" 




Tú hijo te lo dedica
desde Alemania, con amor,
porque bien te lo mereces,
tú, campanera mayor.

Fueron estas tus andanzas
a través de tantos años,
cruzando el Campo el Roble
camino del campanario.

No fue tarea siempre fácil
hacer de campanera,
ni repicar las campanas
de diferente manera.

Pendiente de las campanas
es estar siempre en tensión,
tocando al Alba, a Las Ánimas
y, por la tarde, a Oración.

Cuando piensas que estás libre,
vas a trabajar al huerto;
pronto te mandan aviso:
tienes que tocar a muerto.

Marchas para el campanario:
Se acabó tu libertad
y en el huerto, las patatas,
empezadas a sembrar.

Otras veces, ¡Fueron tantas!
Dejaste plantado el sallo
y, para tocar al Ángelus,
te vas para el campanario.

Todo sacrificio en la vida
espera su recompensa;
la tuya también llegó:
te elogió toda la Prensa.

¡No veas los del pueblo!
Cómo todos te ensalzaron
y en pro de tus sacrificios
una placa te entregaron.

Antes fue Ramón González
tu primer mentor
y te inscribió en “El Oriente”
como “Campanera Mayor”.

Te hizo un homenaje, Félix,
parragués de pura cepa.
¡Qué siga tan entusiasta
y se mantenga en la brecha!

Dicen que ya no se estila
repicar las campanas.
Buen motivo para ti
para dormir las mañanas.

Si dicen que ya no se tocan,
no te dé preocupación,
pues después de tantos años,
bien mereces la jubilación.

Te quedan aún muchos cargos.
Pongamos uno de ejemplo:
Segar y transportar
El verde para el Almendro.

Es cosa que nunca vi,
Por eso me suena extraño
que con agua y jabón
cada día le das un baño.

Quiero aquí terminar
dando al Cielo una plegaria
para que sigas tan bien
y llegues a centenaria.

(Rodolfo Valentino Sobrino Arenas)




Maximina Arenas y Clemente Sobrino. Entrañables vecinos de La Caleyona, campanera y sacristán de la Iglesia Santa Mª Magdalena de Parres.



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