martes, 28 de diciembre de 2021

153.- Nuevas andanzas soldadescas.

La breve escapada sirvió para sobrellevar con mejor ánimo cualquier situación penosa que pudiese darse. O sería que habíamos avanzado algún grado más en veteranía.

Me prometí tomármelo todo tal como si de una obra de teatro se tratase. Comencé a ver claro la importancia que tenía el postineo, la adulación y el mimetismo en la adaptación al ambiente militar en concreto, porque lo fui descubriendo en los demás, sin importar el grado o escalafón, galones ni estrellas. No quiere esto decir que sea una fórmula transportable a otras actividades laborales ni, mucho menos, al terreno de las relaciones humanas, por más que también las llegues a percibir.

Una noche estábamos ya en el catre, cuando se escuchó el “toque de generala”. Nos habían explicado en las clases de teórica en qué consistía y cómo debíamos actuar.

Sin encender ninguna luz, nos pusimos la indumentaria y salimos rápidos y en el más estricto silencio a formar en la explanada delante del pabellón la 3ª Cía, “Bailén”, del Capitán González; la 4ª Cía, “Ebro”, del Capitán Pose, que era la nuestra, compuestas ambas de soldados recién jurados. Además, la 1ª Cía,  “Simancas”, del Capitán Imaz y la 2ª Cía, “Gerona”, del Capitán Castruera,  ambas con cabos rojos del segundo curso. Encabezaba la marcha, el comandante del primer Batallón.

La noche estaba bien oscura, por la presencia de nubarrones que entoldaban por completo la luna y las luces de los pabellones habían sido también apagadas simulando el ataque del enemigo.

Anduvimos en silencio contenido algo más de una hora subiendo lomas por senderos entre rocas y árgomas detrás del comandante que “valientemente” abría la comitiva. Llegados a una explanada y en vista de que el enemigo no había osado dar la cara, retornamos por otros cantiles, ahora ya hablando y con jarana como quienes vuelven a casa de una verbena.

No hubiera sido la marcha perfecta, de no haber aparecido en el cielo el primer rayo y tras él un sonoro trueno que parecía echar abajo toda las peñas a rodar tras nosotros, por lo que el batallón en bloque aceleró el paso después de mandar colgar los respectivos mosquetones y cetmes con los cañones apuntando hacia el suelo en previsión de no atraer la tormenta que ya estaba sobre nuestras cabezas.

Tras los rayos, llegaron los chuzos que nos empaparon hasta los huesos, pero como ya estábamos bajo el escudo del pararrayos, echamos a correr como corzos.

La llegada no fue muy triunfal que digamos y se comentaba que el comandante había sufrido un esguince de tobillo.

Tendimos la ropa de faena en la barandilla de la terraza de la 4ª Cía que colgaban sobre el de la 3ª Cía, dejando orden de vigilancia a los turnos de la imaginaria, pues entre los dos agrupamientos existía una cierta adversidad, sólo manifiesta cuando formábamos como agrupamiento militarizado, pues estando por libre, jamás observé tirantez alguna: es más, compartíamos amistad y buen rollo.

Siempre en son de broma, nos decían cosas como estas:

Nos vemos en el desfile, "pisagûevos”.

Y por no quedar de menos, Sevilla les contestó:

“La tersera no tien pilila”.

Y todos rubricamos su ocurrencia con grandes risas.

En la formación después de regresar del desayuno, unos días después, vimos que colgaba una enorme pancarta en la fachada de la Cía. “Bailén":

La 3ª no tiene pilila

El cabo primera de servicio que llevaba la guardia no se creía lo que estaba viendo. Mandó retirarla a la vez que no pudo contener, molesto en lo personal, lanzar palabras de mal jaez a su tropa, que tenía que formarla para cuando llegasen los tres oficiales y el capitán.

Con motivo de las fiestas de Elche, algunos cabos ilicitanos de las compañías Simancas y Gerona que estaban en el pabellón detrás del nuestro, habían vuelto de permiso cargados sus petates con todo tipo de explosivos.

Nuestro dormitorio, en la pared opuesta a la terraza y escalera, tenía unos pequeños ventanales en la parte alta por donde se aireaba, para lo cual, las hojas acristaladas colgaban en verano, cosa que era de agradecer.

Una noche, ya todo el mundo dormido, creo que hasta el imaginaria lo estaba, después de un fin de semana pateando Tremp, Talarn y medio monte hasta bajar a una masía en la que nos habían contado que preparaban verdaderos manjares con productos del campo y granja, como así fue, me quedé dormido como un tronco.

De pronto, tras los ruidos de petardos que me despertaron, veo entrar por uno de los mencionados huecos en la pared posterior un objeto volador que echaba chispas en su giro y recorrió media sala hasta dar contra la pila de aseo en la que se ahogó.

No dejan de ser otra cosa que “infantiles” recuerdos que se me van desvaneciendo con el tiempo, miajas en comparación con las cruentas vivencias de anteriores y posteriores reemplazos al mío, por lo que no hay más opción que relativizarlo todo, sin negarle a cada cual la importancia que le diese.