lunes, 3 de junio de 2019

123.- "Prórroga por estudios del Servicio Militar y pruebas para las Milicias Universitarias"


Un guardia civil al que mi padre y yo solíamos tratar durante las obras que llevábamos a cabo en el Barrio La Moría, donde aquél vivía, me animaba a que me presentase para las próximas pruebas que para la Benemérita se harían en breve.
Pasé por el nuevo Cuartel, pero para tramitar la prórroga por estudios. Si me la concedían podría disponer de los tres años necesarios para terminar mis estudios de Magisterio que ya estaba dispuesto a iniciar.
Recuerdo cuando me atendieron en las oficinas del cuartel, que uno de los dos guardias que allí cubrían los expedientes, después de recogerme los certificados de matrícula en Oviedo y el expedido por D. Antonio Celorio, mi médico de cabecera, para completar el expediente de la solicitud habría de cubrir la trayectoria política de mis ascendientes durante la guerra civil.
La pregunta más o menos literalmente la recuerdo así:
– “¿Su padre en qué bando sirvió?
Yo me vine un poco arriba y sin miramiento ni reparo al momento ni al lugar en que estaba, le contesté que mirase bien en los registros a que comprobara cómo mi padre había sido movilizado con dieciochos años para echar obligatoriamente seis y medio por distintos cuarteles militares.
Unos meses después, recibimos en casa una notificación de la prórroga al servicio militar por un período de un año y renovable siempre que justificase la matrícula y continuación de los estudios. La única especificación decía algo así:
“No haber participado en ninguna algarada estudiantil ni tener algún dato negativo en el registro de Penales.”

Fue a inicios del curso académico 70/71 cuando me enteré por otros compañeros de la posibilidad de hacer las Milicias Universitarias, si bien, tras muchos papeleos previos, prueba física y psicotécnica para seleccionar a los aspirantes. Hube de acudir al Acuartelamiento de Rubín donde se solicitaban. Allí me tomaron los datos y entregué el certificado de prórroga por estudios. En un folio que me dieron, venía expresado el lugar y fecha de las pruebas de aptitud y actitud para el desempeño militar, pues después de los dos primeros cursos de campamento, seríamos ascendidos a Alféreces de Complemento, grado con el que cumpliríamos el tercer período como oficiales en el mismo acuartelamiento de El Milán, en Oviedo.
Las pruebas psicotécnicas consistieron en contestar a cuestiones que ponían de manifiesto a las claras, nuestra idea sobre el ejército y lo que representaba en aquel momento, como servicio al régimen tanto o más que como a la defensa patria. Había una batería de pruebas de todo tipo visual, cognitivo, razonamiento numérico, lingüístico, etc. en las que echamos varias horas.
Una vez conocido el resultado de quiénes habían pasado el listón, anunciaron la fecha de las pruebas físicas que tendrían lugar en las instalaciones deportivas del CAU, pertenecientes a los Colegios Mayores “América” y “San Gregorio”.

Las pruebas físicas venían a ser más o menos como las que habíamos tenido que pasar en las clases de Ed. Física y Deportes durante mi período de bachiller en el Instituto de Llanes y muy similares a las realizadas en el campamento obligatorio que tuvimos en el Colegio Menor de “El Cristo”, a excepción de la trepa por cuerda que jamás yo había practicado: Carrera de 100m./14s. ; salto altura: 1,10m. ; salto longitud: 3,75m. ; Salto caballo: 1,25m. con trampolín a 0,75m.
Un amigo y compañero de clase, Jesús Izquierdo, muy aficionado al deporte, tenía la entrada abierta al Gimnasio del Seminario y allá fuimos con él varios aspirantes a las milicias. En este local practicamos todo tipo de pruebas que tendríamos que pasar.
Otra curiosidad de la vida, fue encontrarme con D. Raúl, párroco de Poo que me había bautizado en Parres y con el que hice de monaguillo en las fiestas y celebraciones a las que acudían dos curas más, para oficiar la misa junto con el titular del pueblo. Estaba a cargo de la Biblioteca del Seminario y como lo reconocí de inmediato, me presenté y le recordé su paso por la iglesia de Parres, a la que acudía en su "Guzzi" y cómo tras el “Ite missa est” los monaguillos nos desprendíamos de los hábitos de monagos y bajábamos a la carrera el Caleyón de la Magdalena hasta Las Castañares donde la aparcaba contra el ribazo de la finca de tía Gloria, mientras tanto los tres tonsurados se quitaban los hábitos del ceremonial, y rompían el ayuno con la suculenta mesa que Modestina Sobrino Noriega les tenía preparada en la sacristía.
Al bueno de D. Raúl se le iluminó la cara, por el cúmulo de recuerdos que le llegaban de su actividad pasada y me regaló una mueca conspiratoria. Cuando nos despedimos me invitó a que hiciera uso de la Biblioteca cuanto la necesitase.

Así con todo, la trepa por cuerda no se me daba nada bien y me pude llegar a desanimar si no fuera porque mi padre que subía por ella como un gato puso todo el empeño. De la viga cumbre del h.enal colgó la cuerda de amarrar la hierba al carro y la pasó por un hueco que hizo entre los zardos que hacían de sollado. Hasta el suelo, habría una altura muy cercana a los cinco metros.
Según las normas que nos dijeron los veteranos que ya la habían realizado en los cursos anteriores, se podía subir a pulso o ayudado con los pies.
Una vez bien sujetas las manos a lo más alto que se pudiese en la cuerda bastaba con tomarla con la parte externa de la bota derecha para, acto seguido, recogerla con la parte externa de la bota izquierda y pasarla por debajo de la derecha y aprovechar esa especie de escalón que hace la rigidez de la gruesa cuerda para subir las manos un nuevo tramo. Después de varios intentos el primer día y en los sucesivos fines de semana lograba subir y bajar sin ningún esfuerzo por la del gimnasio que estaba a más altura.
De la prueba recuerdo hoy, la tensión y los nervios al verme en aquel ambiente tan recargado de gorras, estrellas, distintivos, botas y correajes.
Los saltos de altura, longitud, pértiga, plinto y potro con trampolín, supusieron para algunos de los aspirantes, la imposibilidad de hacer las milicias universitarias, lo que acarreaba duplicar el tiempo de servicio militar y lo que sería peor, la pausa de los estudios en la carrera.

Afortunadamente, no tuve ningún fallo en las marcas estipuladas como mínimas para pasar la prueba. Al finalizar los ejercicios, supimos quiénes los habíamos superado, no obstante debimos esperar a comprobar los resultados definitivos en el panel expuesto en el Gobierno Militar sito en la Plaza España.

Pertenezco por el año de nacimiento a la Quinta del 69’, es decir, al año en que cumplía los 21 años, edad en la que se comenzaba el servicio militar obligatorio. Se hacía un sorteo cuatrimestral por apellidos para adjudicarnos el destino del campamento inicial antes de la jura de bandera, así como el del destino final del servicio. Éste podía ser dentro o fuera de la península. El campamento de instrucción de reclutas era generalmente para el Ejército de Tierra, el CIR 12 de El Ferral de Bernesga, León; (7ª Región Militar para Asturias, León, Zamora, Salamanca y Valladolid).
El aviso nos lo entregó en mano, el entonces a la sazón, nuestro cartero, Arturo Gutiérrez. Bajamos de los pueblos de Parres los nuevos quintos para presentarnos al ritual del tallaje llevado a cabo en una de las estancias del Ayuntamiento, por un guardia municipal. Todo se resumió en ponernos con la espalda, nuca y talones pegados a una regleta graduada por la que se deslizaría el tope para señalar la estatura. Recuerdo lo que podría llamarse la primera “novatada”, muy propias del ámbito militar, de la que fuimos objeto por pare de los “veteranos” que ya habían pasado por el mismo trance. Y era que tenían por costumbre dejar caer sobre la cabeza del neófito, el pesado índice de medida.