jueves, 21 de julio de 2022

159.- Recuerdos y curiosas anécdotas (II)

 

La primera semana se nos pasó muy rápido. Yo no cesaba de añadir notas y reseñas en el diario escolar, de aplicación práctica para cuando me tocase llevar un aula. Tenía aún frescas las teorías y corrientes históricas de la Pedagogía, las reseñas prácticas de la Didáctica general y Organización, de la Psicología y de la Sociología. Sin embargo y a pesar de estos cuatro puntales que nos prepararon como auténticos adalides de la moderna escuela, en las clases de la asignatura de Prácticas de la enseñanza, el temario seguía centrado en meras gestiones burocráticas.

De esta época de aprendizaje me viene a mí el convencimiento de que no existe aprendizaje al que no se le pueda sacar jugo: habría de pasar apenas un año que, en mi primer destino como maestro, tuve que usar los modelos de documentos oficiales que como oro en paño guardaba en una carpeta de las de cartón y gomas elásticas. Fueron muchas las aplicaciones que de ella hice tanto para la escuela como para mí o para ayuda de la persona que me lo pidiese. En las aldeas y pueblos de nuestra geografía, el señor maestro, si lograba la plaza definitiva se convertía en un gestor del papeleo, a no ser que además hubiese un cura, un doctor y un farmacéutico, pues entonces automáticamente quedaba relegado, como poco al cuarto puesto en la escala social. 

Era muy repetitivo escuchar esta sentencia: “Pasa más hambre que un maestro de escuela”; no era de echarla en olvido. 

Aunque también nos hubiese hablado en clase el Sr. Fraga, (profesor de Didáctica en 1º y de Organización escolar en 2º, a la vez que profesor en un centro educativo de Ventanielles), de los inicios de la futura enseñanza programada. ¡Nos parecía tan lejana y fuera de nuestro alcance!

Recuerdo haber adquirido un libro en la Librería Cervantes que ofrecía la posibilidad de aprender según tu ritmo, pero si cometías un error en alguna de las respuestas te pedía regresar a la página donde aprendieses el tema.

Jamás me tropecé con un libro de texto así concebido, sin embargo, esa idea me sirvió para aplicarla en la evaluación inicial de los alumnos en el primer mes de clase y llevar a cabo en los meses siguientes tanto la enseñanza individualizada como la personalizada de que también trató el citado profesor de Didáctica.

Las unidades didácticas desarrolladas en las aulas de prácticas en la Escuela Aneja de La Gesta se centraban más en el contenido del aprendizaje de cada área, propuesto en el libro de texto elegido por la dirección del centro, que en la forma de llevar a cabo el aprendizaje individualizado.

Con el paso del tiempo, me fui quedando con el recuerdo de singulares sucesos ocurridos en las cinco aulas por las que fuimos desfilando, así como también de ciertos rasgos gestuales, de voz, físicos y psicológicos de los maestros durante las cinco primeras semanas del curso de prácticas.

De la prácticas en la clase de 4º pasamos a la de 5º en la segunda semana. El maestro ejercía de secretario del centro, por lo que tuvimos ocasiones de quedar a cargo del aula que dedicamos a recorrer mesa por mesa ayudando en los ejercicios de matemáticas que su tutor les había dejado escritos en el encerado.

Era un tipo afable a pesar de la firmeza de sus gestos con que llevaba la clase, pero es posible que por su cargo en el equipo directivo en un principio me pareció poco accesible. También, todo hay que decirlo, yo carecía del mágico recurso de estar al día en los resultados de la liga futbolística y otro tanto me pasaba con el boxeo, los toros o el ciclismo. Descartada también la política por motivos obvios, me quedaban pocos más recursos con los que entablar una conversación que no tratase de la escuela.

Y aún sigo adoleciendo de lo mismo, pues la cultura general de la gran mayoría sigue centrada en las mismas inquietudes que sus abuelos tenían a sus edades.

Su forma de explicar a los niños las distintas áreas, con la montura de las gafas a caballo en la misma punta de la nariz, le daba un cierto aspecto de abuelito emperrado en que aprendiesen de carrerilla la lista de los reyes godos.

En la semana tercera pasamos al aula de Parvulario, primero y segundo. El maestro era el término opuesto al descrito con anterioridad, en cuanto a la entonación y la mímica de la que se valía. Aún resuena en mi memoria el griterío de sus pupilos repitiendo la lectura de frases escritas en el encerado, mientras él señalaba palabra a palabra con la vara de avellano. En otro momento, me detendré a comentar este recurso tan socorrido en las aulas, si es que ya no lo hice en capítulos anteriores, pues fui conocedor de él desde la más tierna infancia, aunque escasas veces sin haberlo merecido.

Para atraer su atención, tanto al narrar como al leerles un cuento, usaba distintas voces para cada personaje, con variada entonación, tonalidad y ritmo. Los niños le repetían la frase o la continuaban si se las dejaba cortadas en un tramo fónico.

Nos pedía que le ayudásemos con las dificultades en la lectura de algunos niños. Recuerdo la lectura de una frase realizada por un niño de segundo:

/el taratól es duárda en la tástara te es su tása//

Le comentamos al maestro la actuación que se debería seguir con él y a ello nos dedicamos con su permiso durante el período dedicado a la lectura. En cuanto al resto de materias, también nos dejó que reforzáramos a quienes notásemos más necesitados en ellas. Fue una determinación que nos dio mucho ánimo por sabernos útiles. Nos hubiésemos quedado en esta aula todo el curso de prácticas de no haber conocido al maestro de la primera semana.

La cuarta semana nos tocó acudir al aula de tercero. Su maestro, apellidado Sandoval, casualmente era el marido de la profesora de matemáticas en la Normal. Tras su paso por el ejército, decidió meterse en la enseñanza debido a las circunstancias del momento que le favorecían.

Por aquel tiempo, la paga mensual que recibía un maestro era de ocho mil pesetas y un “plus” por hijo y un “extra” a partir del cuarto hijo, pues ya era considerado como familia numerosa. De alguna manera había que estimular la repoblación gravemente reducida por una gran lista de pestes y tragedias: I Guerra Mundial de 1914/1919, la II Guerra Mundial de 1939/1945 y sobre todo, la propia Guerra Civil de 1936/1939 que había dejado asolado el país sumido en la más cruda pobreza y fuerte hambruna.

A los maestros se les permitía usar de las llamadas “permanencias” y era un buen complemento a la escasa paga que recibían. Consistía en dar una hora diaria de más con carácter libre tanto par los maestros como para los alumnos después de un breve descanso a la salida de la tarde.

Recuerdo que cada alumno que se quedaba a las permanencias, tenía que abonar cien pesetas mensuales. No me parecía un coste exagerado para las familias, pero desde el punto de vista del maestro esa cantidad le suponía un complemento mensual de unas dos mil pesetas.

Las clases extras solían centrarse en tareas de refuerzo en conocimientos de matemáticas dentro del programa de aula, con lo que marcaban también la diferencia para los que no querían o no podían quedarse a ellas con los que sí acudían. Además, las tareas quedaban sin borrar en el encerado y en la mañana siguiente, las usaban como tareas de matemáticas para todos los que no se habían quedado en la tarde.

Harto frecuente era ver algún “funcionario” de oficina pública empezar la mañana ojeando el “papel” en lugar de atender a los ciudadanos. Y no era menos en el ámbito de la escuela, así como no bajar de la palestra para ayudarles. Aquella actitud la fuimos cambiando influenciados por la lectura de los libros de Célestin Freinet, Paulo Freire, “Fregenal de la sierra”, Lorenzo Milani: “El cura de Barbiana” y otros pedagogos más que, por cierto, ni figuraban en el índice de consulta de nuestros libros “oficiales”.

He de aclarar que en las plantillas existían maestros que habían accedido a la docencia de una forma anormal, bastaba con que supiesen las cuatro reglas, leer y escribir, si habían estado militarizados en el bando oportuno, para ejercer la docencia. Tras la guerra civil se había llevado a cabo un cribado de maestros que habían sido habilitados en tiempos de la República, pero sobre todo si habían estado en las filas del “bando perdedor”, que a pesar de ser el legal, fueron calificados incongruentemente como “rebeldes”.