Revisando
la documentación académica de estos años de bachiller, encuentro
que Bartolomé Taltavull fue Director en el curso inicial 1962/63;
dejó estampada su firma en mi libro de expediente académico en la
diligencia de matrícula, exámenes de Ingreso y 1º a los que me
presenté por libre en septiembre. Ocupaba la Secretaría D. Eduardo
Peralta, además de ser el profesor de Lengua y Latín.
Para
el examen de Ingreso tuve a D. Ricardo Ruiz Rabre para el aspecto
lingüístico; D. Andrés Álvarez Posada en el área de Ciencias y
Matemáticas y D. Manuel Llanes Amor para lo relacionado con el
aspecto de la Religión, que había llegado de la parroquia de
Langreo a la de Llanes como sacerdote para las parroquias de Parres y
Porrúa.
Me
resulta complicado desentrañar y menos expresar en estas líneas la
cantidad de recuerdos que aún conservo de cada uno de los profesores
con quienes estudié tantas horas de mi etapa de la adolescencia.
Mucho más complicado resultaría definir las aportaciones
particulares de cada uno de ellos que hayan influido, tanto en la
personalidad como en la dedicación que elegí en la función
docente. Intentaré plasmar aquellos recuerdos que en mí dejaron con
leves pinceladas en las que se muestre la parte más humana de cada
uno de ellos y con las limitaciones de mi torpe verbo.
De
D. José Purón Sotres sólo lo recuerdo en el examen de primero. Me
pidió que le dibujara una manzana y yo, con los nervios y las prisas
que daba el corto tiempo de que disponíamos para ejecutar el dibujo
a lápiz, me parecieron que los resultados se inclinaban más al
parecido con una pera, al mostrársela me la jugué al todo o nada y
le aclaré que había querido dibujar una mingana.
Pasados
tan sólo seis años desde este único encuentro con Purón,
casualmente al regreso de la Escuela de Magisterio por la Calle
Asturias, me fijo que en el escaparate de una tienda de muebles se
anuncia en un caballete uno de sus óleos. Porque estaba cerrado,
decido volver de tarde. Me quedaba de pensión en un piso de la
prolongación Fray Ceferino, en el piso de Josefina la hermana de
Pepín el del Bar “La Gloria”. Me quedaba lejos, pero merecía la
pena si tenía la oportunidad de saludar al artista paisano de La
Llavandera, en Pancar. Entré y la chica encargada del
establecimiento me indicó la escalera que daba al bajo donde se
ubicaba la “Sala Nogal”. Allí estaba D. José Purón leyendo.
Cuando sintió que alguien bajaba, levantó la vista y contestó a mi
saludo. Me presenté como antiguo alumno suyo del dibujo de 1º en el
Instituto. Dejó el libro que leía sobre la silla y me siguió en el
corto recorrido por la sala mientras me iba explicando los detalles
más significativos de cada cuadro. De uno resaltaba la técnica de
la pincelada; de otro el paisaje llanisco representado, de todos
abundaba en sus recuerdos de juventud por las pomaradas y parajes de
Pancar y de la Portilla que tanto le complacían. Con el trato tan
amable dispensado me animó a visitar otras salas habituales por la
capital. Cerca de allí visitaba periódicamente la sala “Juan
Gris”, junto a la Comisaría de la Policía Nacional. Resultaba
más interesante aprender del arte pictórico si a la vez tenía la
ocasión de charlar con el autor a pie de obra.
En
el siguiente curso, primero de mi matrícula oficial, 1963/64 tomaría
las riendas de la Dirección del Centro D. Ricardo Ruiz Rabre que
continuaría en el cargo hasta el curso 1966/67 cuando hizo el
traslado al Instituto Alfonso IX de Oviedo y sería sustituido por D.
Francisco Sanz, profesor de Griego, ocupando la Secretaría D. David
Ruiz González, además de la plaza como Profesor de Historia. En mi
último curso, 68/69, firma como Secretario del Instituto D. Teófilo
Rodríguez Neira, profesor de Filosofía.
D.
Ángel Boue, fue nuestro profesor de dibujo en tercero. Era otro
artista y no lo supe hasta años después que encontré alguna
referencia de su obra. Nos hacía gracia su enteca figura que a duras
penas soportaba la larga gabardina que le protegía del crudo
invierno. Lo recuerdo llegando al instituto en desigual lucha por su
poco peso con el vendaval que se había desatado. A su paso por entre
las mesas dejaba tras de sí un olor acre a nicotina que sus huesudos
y amarillentos dedos delataban a las claras. En clase, como hacían
algunos otros profesores, que no digo todos, fumaba y la humareda de
los “Ideales” encubría otra que desde los últimos bancos del
aula producían dos compañeros que apuraban a medias un “Celta”.
El resquicio dejado en el cierre de la ventana hubiera servido para
pasar desapercibida la fumata, pero al expeler la saliva que el
tabaco les producía lo hicieron a la calle, cerca de la subida
lateral por las escalinata. En los pocos segundos necesarios para la
caída de un cuerpo sujeto a la Ley de Gravitación Universal, a los
que se debe añadir los segundos de asombro y reacción en cualquier
persona cuando comprueba indignado que lo que acaba de caer en su
calva no es precisamente agua de los canalones, llegaron hasta
nuestros oídos los exabruptos del afectado y añadiendo los que se
tarda en subir las escalinatas de entrada, cruzar el zaguán y subir
de dos en dos los peldaños hasta el segundo piso donde nos
encontrábamos, fue lo que tardó en escucharse como el estruendo de
un tornado que dejó en nuestra memoria la impronta de un rostro
alterado; el del Sr. Plaza, enmarcado en el dintel de la puerta.
D.
Ángel que no entendía en un principio la situación, acabó
comprendiendo cuando le explicó con detalles desde el principio lo
ocurrido al profesor de Gimnasia. Él mismo se percató de la
apertura dejada en la única ventana abierta de la clase por la que,
a manotazos, los dos alumnos habían intentado reconducir los últimos
vestigios del humo y colilla. Sin dudarlo, para evitar que el castigo
recayese en otro compañero, pues el afectado amenazó con sacar a
sorteo de lista a cuatro posibles culpables si alguien no cantaba.
Angelín Cue se levantó y confesó haber escupido para deshacerse de
los fluidos provocados por el catarro que padecía, mientras emitía
sonoros carraspeos y toses que no convencieron demasiado, pues creo
recordar que le privaron de las clases varios días y la consiguiente
pérdida de puntos de la cartilla de notas. Lo recuerdo con el afecto
que todos sentíamos por él y por gestos como este que cuento, que
lo hacían ser un buen compañero.
D.
Ángel nos había mandado hacer con las pinturas “Dacs” un
trabajo para después de las Navidades en el que debíamos plasmar
alguna actividad del entorno. Me puse a la tarea con verdadero
entusiasmo y sobre una hoja del cuaderno de dibujo representé el
torso de un campesino con chaleco y barba de varios días.
Nos
lo recogió en la primera clase de enero. Me llamó a la salida de la
clase para decirme que le había gustado la plasticidad y el
cromatismo tan en consonancia con la adusta figura de “El
campesino” como así lo había yo titulado. Me comentó la
posibilidad de ir a estudiar a la Academia de S. Fernando, para lo
que él se preocuparía de ayudarme con la solicitud de beca y
matrícula. Me pidió que lo comentase en casa, como así hice, pero
el desconocimiento y la falta de medios, hizo que todo quedase en una
anécdota y en un camino por el que no quise andar.
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