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La Delegación de Educación y Ciencia
D.
José García Caso, había estado de maestro en Parres con
anterioridad a su último destino en la Escuela Graduada de Llanes.
Mis padres solían charlar con él y con su esposa, Angelines Tamés,
prima segunda de mi madre, por la parte porruana lleva del apellido
Tamés de mi bisabuela Gloria Tamés Gutiérrez.
Fue
D. José a quien yo también acabé tomándole confianza y aprecio.
Estuvo uno o varios cursos de maestro en el aula de Parres. Venía
caminando junto con su hijo los tres largos kilómetros hasta Llanes.
Su siguiente traslado sería a la Escuela Graduada.
Los
temas a tratar con él versaban especialmente sobre los estudios de
Magisterio y no faltaría más, sobre las Milicias universitarias que
también él había hecho, con la diferencia de que entonces su
graduación final había sido la de alférez.
Llegado
el momento que se corresponde con lo aquí tratado, me confirmó lo
que a mis oídos había llegado: “llevaban dos largos meses de
iniciado en curso y aún no se habían cubierto tres plazas”.
No
había olvidado las recomendación que me había dado un funcionario
de la Delegación de Educación, sita entonces en la calle Río San
Pedro y solía compartir mesa determinados días en la Pensión
Pravia dependiendo de sus horarios de trabajo y de los míos en las
aulas.
Aunque
no pueda recordar su nombre, os aseguro que me dijo así, con su
lenguaje habitual de persona acostumbrada a pasar a máquina los
documentos oficiales que exigían un determinado y acostumbrado
vocabulario:
– “Si
ha menester, me tenéis los dos a vuestra disposición en la
Secretaría, pues a partir de vuestra graduación, allí tenéis que
acudir con harta frecuencia”.
Con
estas palabras se dirigía tanto a mí como a Ramón Sobrino
Martínez, el “Poícu” con quien fui compañero de Instituto y de
otras dos pensiones previas a las de la P. Pravia. Sus padres, Luisín
y Manuela, cuando se topaban con mis padres, hablaban de nosotros y
se hicieron grandes amigos.
Ni
corto ni perezoso, haciendo caso a lo aconsejado por D. José García
Caso, me presenté en la Secretaría de la Delegación a pedirle
ayuda.
Me
aconsejó que esperase unos minutos para ser atendido por la Sra.
Secretaria del Sr. Delegado.
Cuando
se abrió la puerta, dijo mi nombre, pues había algunas personas más
sentados en los banquillos.
Después
de sacar del archivador una carpeta, me rogó que volviera a la sala,
y que ella se ocuparía de llamarme en cuanto hablase del tema con el
Delegado Provincial.
Pasada
una media hora que se iba haciendo larga, estaba narrando de nuevo el
argumento de mi visita:
“Acabada
la carrera de Magisterio como Profesor de E.G.B, obtuve el acceso
libre sin oposición al cumplirse en mi expediente las dos normas
convenidas en la última ley ministerial de Educación:
1ª
.- No haber suspendido ninguna asignatura durante los tres cursos y
2ª.- Haber entrado en el cupo asignado, que para el presente se veía
reducido a 75 plazas.
Le
“rogué”, – esta palabra también era la oficialmente permitida
en el lenguaje de las entrevistas con los superiores que así había
aprendido en la clase de Prácticas del primer curso.
Escuchada
mi argumentación, hizo una llamada telefónica que aún recuerdo:
– “De
la lista de ocupación de vacantes en la Graduada de Llanes,
sustituya una de estas plazas ya adjudicas, pero que están por
cubrir, a nombre de...”.
Del
otro extremo del cable telefónico pude escuchar una voz de mujer que
argumentaba en contra de esa decisión.
– “Haga
el favor o me veré obligado personalmente a hacerlo”, le escuché
decir subiendo la voz con aire de enfado.
La
Jefa del Personal educativo, era la Sra. María Antonia que tenía
fama de dura y de conocer sin error por sus caras a los numerosos
maestros interinos que a ella acudían, para gestionar sustituciones
provisionales o plazas de las más remotas unitarias como las de
Ibias, Taramundi, Bulnes o Sotres, algunas de las cuales, escuchado
decir a compañeras, en invierno, bajaban a buscarlas a la carretera,
con caballo para subirles el equipaje. Recordad el caso del
“Marquesito” al que conocí cuando él hacía las prácticas en
la Aneja y que narré en una de las entradas anteriores a ésta.
Los
profesores que disponían de las plazas de Llanes habían cursado
estudios de alguna de las ingenierías y a buen seguro que estaban
disfrutando de mejor destino para sus carreras.
No
recuerdo después del ministro de Educación Villar Palasí que había
legislado el llamado “Plan del ´67”, el nombre del ministro que
lo sucedió en el siguiente cambio ministerial, introdujo una reforma
que afortunadamente no llegó a prosperar. Consistió en cambiar el
nombre de profesores por otro más rimbombante, de “Ingeniero
Técnico Pedagogo”. Por suerte no prosperó su reforma. Me viene a
la memoria otro caso más reciente de ministro al que se le moteó
como “Ministro del calendario”.
Sin
dejar pasar más tiempo, me presenté en la escuela de Llanes a sus
directores con el nombramiento ya firmado y autorizado antes por la
presidenta del consejo escolar en el Ayuntamiento.
Me
destinaron a la única aula mixta, aunque solo había en ella dos
niños de los que poco recuerdo al completo sus nombres: uno era
Avín, huérfano de padre, su madre pasaba a recogerlo cuando salía
de su trabajo en la cocina del Colegio Menor; el otro, un año mayor
era hijo del zapatero que tenía el taller o “cubículo” en la
Calle Mayor, esquinado con la que nos lleva a la Casa de Cultura y
Basílica. Una niña era hija del guardia municipal, Dámaso con el
que había trabajo de peón en una obra de La Moría y en la obra de
“Los Girasoles” donde estaba también el abuelo; la propietaria
del bar “La Amistad”, M.ª José Soberón Ureta, Angeles García
Tamés, hija de José García Caso y Ángeles Tamés, sobrina de mi
abuela materna Araceli Sobrino Tamés, natural de Porrúa.
Siento
haber extraviado el cuaderno de clases, donde guardaba sus datos.
Hubiera
deseado obtener una de las plazas con la especialidad de Matemáticas,
Ciencias Naturales o Física, por ser la que había cursado en el
Bachillerato, pero esas estaban ya asignadas y tampoco me importó lo
más mínimo.
Recuerdo
el recibimiento de la directora:
“–
Como eres interino, vas a ocupar la plaza mixta de tercero”.
“–
Estupendo, – le contesté.
(Yo
les conocía de verlos caminar del brazo debido a la prótesis de
madera con que se movía D. Luis Acebes que tenía de su esposa
Pepita Lamarca y su hijo, vivían en un piso frente a la casa de
Sousa. Siempre les saludaba y me preguntaban cómo me iba con los
estudios y qué pensaba estudiar después del bachiller. “–
Quiero ser maestro también”. Ya conté en otra entrada de este
blog cuando me presenté a la oposición en el Ayuntamiento para una
plaza vacante de Auxiliar administrativo cuando yo trabajaba de peón
en la construcción del edificio “Los Girasoles” y que él estaba
en el tribunal junto al Alcalde Morales Poo y el Secretario Wenceslao
González.
La
otra de las plazas libres fue ocupada por Laureano
Díaz Puente de mi
promoción, natural de Arriondas,
en el concejo
de Parres.
D.
Ufano García, daba clases a los más pequeños; D. Luis Acebes
enseñaba Lenguaje, D.
Manuel Menéndez, (“El
carboneru”) a cuarto
curso; D.
José García, Inglés; uno de mi edad enseñaba Francés (sólo
recuerdo que estaba casado con una profesora del Instituto. D.
José, que vivía
en un piso del edificio de la Plaza. Su madre de apellido Noriega le
había dado clases a mi madre, en Parres; yo
le di clases de matemáticas a su hijo Juan.
Entre
las profesoras recuerdo a Argentina que había estado de maestra en
la Pereda, casada con Raúl Villar;
Otra maestra que
se quedaba en casa de Aurora González y Eduardo González, uno
de los cursos en que
a mí
daba clases D. Manuel
Fernández González de Andrín; estaba
casada de
los “Cotera”, dueños
del molín y central
eléctrica de Cagalín; Clara Luz, que actualmente
vive en
Puertas de Vidiago, había
sido maestra
en la escuela de San
Roque; otra maestra que
había dado clases también en Parres a las niñas y en la escuela
antigua de Pancar junto a la bolera y Casa Conceju. En
este mismo año yo había
alquilado
un piso en el edificio “Los
Girasoles” propiedad de
Ramona Gonzalo vecina de Ruenes; en uno de los pisos colindantes
vivían dos hermana, una de ellas había estado de maestra en la
escuela vieja de Pancar junto a la bolera vieja y después en Parres
y daba clases a las niñas y
a ella y una hermana las
tuve de vecinas.
En
los recreos vigilábamos el
patio por turnos semanales.
Los niños jugaban al balón en el patio de recreo sorteando un
pequeño bosque de salces,
tan abundantes en las cunetas de los accesos a la villa.
En tanto, las niñas sentadas junto a las escaleras, aprendían
costura con las señoritas maestras como era costumbre
establecida. Esto no me
pareció encajar con
lo aprendido en Magisterio, aún cuando
en las clases del
Colegio de la Gesta se
seguían idénticas reglas y
lo mismo en la Escuela Normal.
Una
tarde hablé con los
padres que vinieron a buscarlas y
les comenté la idea de que
trajesen la
vestimenta y el calzado apropiado.
En mi programación, incluí
dos horas semanales de ejercicios gimnásticos y juegos en
el patio.
Las
maestras observaban desde el altillo de la escalera. Algún
día, si llovía en los
recreos les enseñaba a
jugar al ajedrez con un tablero mío. En el diario de la Voz de
Asturias, había una
página con una partida propuesta
por D. Román Torán. Yo
tenía un compañero de
magisterio que trabajaba en la imprenta de la Voz de Asturias y
le pedí la dirección de
correos. No tardé en
recibir una carta suya en la que me mandaba las normas del juego y el
envíe por paquete de varios tableros con sus respectivas piezas. (La
misiva la conservo, pero
extraviada entre las hojas de algún libro de los cientos que hay en
nuestra biblioteca
familiar).
Siempre
me pregunté: “¿Qué habrá sido del envío?”
Hubo
también otros sucesos que he de contar, sin ánimo de crítica, pero
sí para que el lector comprenda cómo estaba concebida la enseñanza
en esa etapa.
Como
en las clases de Música de magisterio, el profesor nos exigió
aprender a tocar la flauta dulce, yo quise dar las clases de música
a mis primeros alumnos. Al día siguiente ya habían ido sus padres a
comprársela en “El
Siglo”. Un día a la semana y en algunos recreos de frío y lluvia,
les di las primeras clases de flauta. Se
acercaba la Navidad y quería que aprendiesen algunos villancicos.
Siento cómo, tras la puerta del aula, alguien escuchaba;
la abro de repente
y le pregunté por el motivo de su visita.
Le
había colocado por dentro una aldabilla aconsejado por mis
colegas cuando les conté para
ver si todas las alumnas llevaban puesta
la bata y había
mandado a una de ellas a buscarla a su casa.
Se
quedaron cortadas cuando al
sentir yo el ruido de la puerta, abrí de repente y les pregunté qué
les traía por aquí. “Sentimos las flautas y …”
Pasen,
les dije: llega la
Navidad y estamos ensayando un villancico.
Al
final del trimestre, para
rellenar las cartillas me
pidió que fuese de tarde hasta
su piso en el
edificio “Feigón”. Cuando
vio que al menos una treintena larga de alumnos llevaban un
sobresaliente, me dice que solamente ella y D. Luis podrían
dar sobresaliente
a los alumnos de los grados
superiores. A lo que le dije que en religión todos llevaban un
sobresaliente y ella me puso por ejemplo la misma
niña del mandilón ya que
su madre no iba a misa.
Yo
le rebatí, me dijo “Veo que eres muy rebelde y eso te va a dar
problemas”. D. Luis cuando se vio que estábamos solos, me dijo en
confianza: “Ramón, llevo yo muchos años con ella y aún no fui a
dominarla”.
Ya
me conocían yendo
yo al instituto y
me los encontraba caminando
lentamente del brazo, con su
hijo, hacia su casa y me
daban palique y me
preguntaron qué pensaba estudiar después del
bachillerato. Ya
tenía yo muy claro lo que quería ser y
se lo conté. Cerca de su
casa, teníamos una finca que plantábamos y que posteriormente su
dueño, Saturno Gutiérrez González, tío de mi padre se la vendió
a la hermana de D. José el cura de Parres y Porrúa.
Allí
salía a comer mi padre que trabajaba en la Talá.
D.
Luis, había formado parte del tribunal en el Ayuntamiento, al que me
presenté estando de peón en el edificio “Los Girasoles”.
En
una visita que tuve que hacer en Cangas de Onís en la oficina del
Inspector, D. Juan Noriega, me dijo que “era una señora maestra
con una formación más anterior a la mía…”
Cuando
tuve que regresar al servicio de Milicias Universitarias en el Milán,
me faltaban apenas dos semanas para dar las notas. Yo cobraba ocho
mil pesetas semanales y por dos semanas le pagué 4000 a la esposa de
D. José García Caso para que me sustituyera, pues en aquel tiempo,
podía hacer la sustitución por causas obligadas a cualquier persona
fuese maestra o no, pero con estudios de bachillerato.
Le
dejé también todas las notas finales de los alumnos.
Al pasar los quince días contando los domingos y alguna que otra
fiesta local y un día le dijo a Ángeles
que se fuera para casa.
Cuando
me encontraban las alumnas por la calle, me decían:
– D.
Ramón, nos bajó las notas que nos había puesto.
Seguro
que alguna de ellas si leen esto, lo darán por cierto: Mercedes
Arias Dorado, Margarita Batalla, M.ª José Soberón Ureta… y muchas que fui encontrando por Llanes y me reconocían como yo a ellas.