domingo, 17 de diciembre de 2023

172.- Primera responsabilidad cuartelaria cumplida

La segunda semana debí tomar el mando dejado a medias en la anterior y la viví con intensidad en la que se dieron situaciones muy complicadas para cualquier novato en el laberinto cuartelario, pero no muy distante de lo percibido en los dos campamentos anteriores.

El tiempo y el espacio se curvan de modo que nos hacen percibir la vida como quien sube a una montaña para lo cual se nos ofrecen variadas rutas de las que algunas alargan y otras acortan nuestro objetivo. Es así como nos influye en la memoria personal que choca con la de otros, pues está comprobado que el efecto de la emoción personal va unida a los sentidos de la vista, olfato, gusto, oído y tacto. Creo que se puede aplicar esta premisa: “Los recuerdos son los que dan el orden temporal a los sucesos vividos”. Desde que acepto esta premisa, dejé de incomodarme si mi narración no coincide con la de los demás tertulianos, lo que no quiere decir que siempre “dé mi brazo a torcer”.

Sopeso sus aportaciones y de parecerme buenas las integro como complemento a mis recuerdos. Comparto con ellos la premisa por si les sirve, sin voces ni alteraciones, pero si alguno se obceca en echar por los suelos la mía, “cierro cremallera”, sonrío levemente y escucho. No falla: alguien, más reflexivo, la entiende.


Al final de la mañana, debo entregar el estadillo al teniente “Jula-jula”, cuyo nombre no recuerdo, pero sí lo que me pasó con él en su oficina en la recepción del cuartel.

En la lista del personal cuadraba a la perfección todos los componentes de mi compañía, pero lo que no le satisfizo fue que hubiera estampado mi firma en la parte baja, sin dejarle espacio para su firma y me gritó exasperado:

¡Cómo ez que no ha dejao espacio para la firma de su superior!

Disculpe, mi teniente –dije – lo tendré en cuenta para mañana.

¿Usté qué ez en la vida civil! Dígame.

Soy maestro, mi teniente.

¿Maeztro de qué?

De qué va a ser, mi teniente, maestro de escuela.

Así como cuento, conseguí que nunca jamás me molestara e incluso noté en él cierto entendimiento, pues ante una duda, le pedía consejo. El mote le venía dado por los veteranos del cuartel por su hoy muy respetado acento granadino.

Recuerdo hasta el sueldo del teniente, después de tantos años como militar. Quince mil pesetas rubias, tres mil más que las que aquel mismo curso comenzaría a recibir yo como profesor de EGB.


De sábado, se presentó a mi uno de los soldados que estaban diseminados por los distintos talleres. En concreto era el maestro zapatero con la pretensión de que le firmara un pase para mostrar a la salida. El motivo era el entierro de su abuela. Como es lógico, se lo extendí y le advertí que se presentase ante mí antes de dar las novedades a mi capitán.

No se preocupe, mi primera. Aquí estaré.

Llegado el lunes, a la hora de comenzar las actividades militares, fui al despachó del capitán Clemente y le conté el caso.

Veo que has aprendido la normativa, lo cual me alegra en sumo. Cumplió usted con su deber e hizo lo establecido; queda para mi cargo el resto. Este elemento, según figura en mi poder, es la quinta abuela que entierra.

Habían pasado los tres toques de diana sin aparecer, con lo que se le podía dar como prófugo. Cuando llegó, lo mandaron directamente al calabozo después de raparle el pelo al cero.

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