lunes, 11 de diciembre de 2023

171.-- Tercer período de milicias en el Regimiento “El Milán” de Oviedo

 

El horario era desde las nueve de la mañana que comenzaba el día estrictamente militar hasta las dos de la tarde, salvo que surgiera alguna contingencia.

Al dar mis datos al oficial de guardia en la entrada, consultó la lista y estaba asignado a la 3ª Compañía, al mando del capitán Clemente.

Una vez en el pabellón el furriel me indicó el lugar del cuarto de los cabos primera donde podía dejar mi petate.

Allí estaban ya instalados los dos compañeros del campamento: Oviedo y Manuel A. Miguel Amieva más otro natural de Ribadesella, de nombre José Manuel, y el hijo del brigada encargado de suministros en el cuartel.

Justo a la entrada, estaba la capitanía de la que salía en el momento de mi entrada José Luis Junco hijo de Luis Junco, de El Peral, en el concejo de Ribadedeva. Su familia desciende de una de las familias Junco de mi aldea que marchó como administradora de la casería en las Bajuras de Pimiango. Manuel, uno de los tíos de José Luis era de la misma quinta de mi padre y pasó a estar a cargo del palacio de Pimiango, en el que su dueño, de apellido Colombres, había creado un taller de zapateros para ayudar a las familias de Pimiango que habían abandonado el puerto de mar en la orilla izquierda del río Deva, a causa de una fuerte marea en la que fallecieron todos los marineros. El benefactor hizo venir desde el condado de Noreña al personal que enseñase del oficio, así como las pieles encurtidas en aquel municipio y con los oficiales llegó a Pimiango la jerga “Mansolea” que quiere decir “el hombre de la suela”; una forma de encriptar entre los maestros zapateros la forma de trabajar la piel: algo muy parecido a la “Xíriga” usada por los “Tamargos” las tejas- A unos dos kilómetros existió una “Tamarga”.

Luis Junco, se hizo con la patente de las corbatas variando el proceso de elaboración del producto que posteriormente pasó a estar fuera del casco urbano de Unquera en otra edificación que es el paso obligado actual de la A8.

En principio Luis Junco había comprado un bar a la margen izquierda de la N-624 donde hacían parada los camioneros, pues siempre se dijo que estos profesionales de la carretera solían elegir los mejores sitios para reponer sus energías. Tenía también una bolera donde se llegaron a celebrar importantes competiciones del “bolo Palma” variedad de bolo más usada en la vertiente oriental de Asturias.

Como el negocio le iba bien, construyó un bloque en el otro lado de carretera con bar, restaurante y hotel donde los camioneros disponían de abundante aparcamiento, en el que trabajaron Marisa, José Luis y Francisco de forma continua a cargo del personal; a su hija primogénita le dejó el primitivo establecimiento al otro lado de la N-64. Desgraciadamente, mi amigo falleció en 2016; aficionado al ciclismo había patrocinado el equipo local de Colombres. En la actualidad “Casa Junco el Peral”cerró sus puertas tras los cambios estructurales viales y se abrió otro donde se dispone de aparcamiento, gasolinera y restaurante de la marca “Junco” que va tomando gran fama.


José Luis había obtenido el galón de cabo primera, por la mili normal. Nos saludamos y me contó que acababa de recoger la “blanca” que así se llamaba la cartilla de licencia que era un documento que con una periodicidad de un año y de dos años en los siguientes hasta pasados los cinco, había obligación de presentarla en el cuartel de la guardia civil más próximo. Le mandé saludos para su padre y hermanos.


Cuando llegó el capitán a hacerse cargo de la compañía, el teniente, Faes Pomarada, nos formó en la explanada. Yo estaba al frente del primer pelotón de la cuarta y Amieva al frente de otro de la tercera compañía, pero a dos pasos de mí. El teniente hablaba con los soldados de ambos pelotones que lo conocían y reían de lo que decía, y a los dos nos dio por reír también sus ocurrencias.

El teniente que nos vio reír, nos preguntó cual era en motivo de nuestro jolgorio; y que a la salida pasásemos por su oficina. Me llegé a preocupar por el mal inicio en el cuartel.


Al salir, llamamos a su despacho y lo primero que nos preguntó fue que de dónde éramos.

–De Llanes, mi teniente, le dijimos los dos a coro, firmes con la gorra en ristre como mandaba el protocolo.

– Yo soy de Villamayor. Allí tuve la casa paterna.

– Ah, mi teniente – le dije – precisamente un camión se estrelló contra ella y echó abajo una esquina del corredor.

Gracias a esta conversación, la relación con el teniente fue llevadera.


En el período de la instrucción paseábamos los pelotones por una de las calles asfaltadas junto al primer pabellón más cercano a la entrada. Hoy, el cuartel, aloja a los estudiantes universitarios, en el que se graduó mi hija recientemente.

Después nos reunía el teniente y sentados en el suelo había quienes prendían el cigarrillo mientras que los demás saboreábamos el tentempié de las diez.


Uno de los soldados que estaba al tanto de avisarle si llegaba el capitán, lo hizo sin ningún sigilo.

– El capitán no es el enemigo – dijo el capitán Clemente con cierto aire de pesadumbre y decepción.


La primera semana, por mera casualidad pensé yo, me correspondió a partir del lunes comandar toda la compañía desde el final de la actividad militar sobre la una y medie de la tarde las nueve del día siguiente en el que yo le debía entregar el denominado estadillo del personal, en el cual figuraba todo el personal de la compañía. Confieso que me perdía con los que estaban ausentes: unos que estaban de guardia en Rubín, otros que tenían algún permiso especial, de baja en enfermería, el ayudante en la armería, otros en la cocina, uno en zapatería, otro en el taller de los vehículos y un largo etcétera.


A media semana, un miércoles, me llama a su despacho y me dice que me va a sustituir por el cabo primera, el hijo del brigada que estaba a cargo del suministro del acuartelamiento.

– La próxima semana, le volverá a corresponder a usted y si tiene alguna duda, no deje de acudir a mi despacho.


Me debo poner las pilas, dije para mí. No vaya a ser que corra el riesgo de acabar haciendo la mili normal en otro cuartel los meses que me faltan.


De sábado, el cabo primera me entrega el estadillo con los soldados que me deja a cargo.

De domingo, se hacía la Revista de Comisario, antes de la misa a la que había que presentarse toda la compañía, salvo los que estuviesen por alguna razón con permiso o destinos dentro o fuera del cuartel. El personal total de la compañía sobrepasaba el centenar, pero en la compañía sólo encontré once soldados y un cabo primera que se agenció de una gorra y el resto de la vestimenta de soldado. Entré con ellos en la revista de Comisario a paso ligero con la mano en el cinturón. Las demás compañías ya estaban en descanso esperándonos, con todo el personal que debía estar.

Recuerdo la guasa de mi amigo Amieva que dijo: “Parece la banda de Pancho Villa”-


Les mandé firme y saludé a los oficiales con todo el rigor militar que había aprendido en los dos veranos precedentes.

En un estrado alto se juntaron, el comandante más temido por los oficiales y el teniente de guardia que también era tal cual, de cuyos nombres perdí memoria.

Este último me preguntó por la escasez del personal de mi compañía y le di las novedades de los distintos destinos del personal, todos los que me vinieron a la cabeza.

Me mandó que ordenara descanso a mi “banda” y me retiré a mi puesto. Con las mismas, él mandó de nuevo firmes y dio la novedad al Comandante de que el batallón quedaba a sus órdenes.


Cumplido todo el protocolo, el comandante bajó a revisar todo el personal, tanto en la vestimenta como en la limpieza del calzado, trinchas, cinturón, botones y pelo.

Al cabo primero que no tenía por qué haber estado allí lo mandó a cortar el pelo.

A unos pasos de nuestro batallón estaba una compañía de la Guardia Civil, al mando del teniente Hierro, segundo hijo del capitán Hierro en el nuevo cuartel de la Benemérita de Llanes, anterior a la última reforma. Como curiosidad contaré que sus padres se casaron el mismo día que los míos y su primer hijo era de mi edad.

Ver la entrada a mi trabajo sobre el Mansolea y su relación con la Xíriga que es el habla de los tejeros del concejo de Llanes.

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