Antes de convertirse en tienda y en bar, fue una casa con corredor, corralada, establo y huerto en el que brotó y desarrolló un fresno que le daría nombre al conjunto y ya inevitablemente al lugar, perteneciente al barrio de Brañes. La finca debió de ser cortada con la construcción de la caja de la carretera, pues al otro lado de la misma, tenía propiedad de un huerto en el que recuerdo una higuera y dos nogales, lo que hoy está destinado a aparcamiento del bar.
Desde la Casona de mis abuelos, por la galería, se veía el Fresnu. Todos los domingos, hacía el mismo camino después de comer: De la Caleyona a Tamés, para estar con mis abuelos maternos, Araceli Sobrino Tamés y Marcos Noriega González. Siempre me esperaban de sobremesa y me enteraba de las noticias que el abuelo había escuchado del parte en la radio o que había leído en el Mundo Obrero. Cuando veo que sus ojos se quieren cerrar por la costumbre de la siesta, me despido de ellos con un beso y corro al encuentro de mis amigos que suelen citarse en el poyu del Fresnu. Aún es temprano para salir; algunos aún no han llegado. Miro para la galería de la casa de mis abuelos paternos, María Gutiérrez González y Santos González Cué. El abuelo me saluda desde ella. Subo la empinada escalera y abro la puerta de la galería. A la izquierda, está mi abuelo con su pierna amputada, fantasma, de la que aún siente el dolor del pie por el que comenzó su mal, y a la que nunca llegó a sustituir por un palo. Distrae mi mirada en la pared una foto del barco “El Cano” en el que navegaba mi tío Pepe, un calendario de la Virgen de Covadonga y la vieja radio que yo sintonizaba en Onda Pesquera para sentir en otros idiomas quién sabe si transcendentales comunicados para el mundo inmerso en una guerra fría. Al otro lado de la galería, estrechaba el paso a la habitación la vieja Singer, en la que solía yo de crío pedalear. Una begonia y un espárrago que trepaba por la pared, con la ayuda claro está de los mimos y atenciones de la abuela, completaban la decoración. Allí sentado se pasaba los días. A su alcance tenía las dos muletas de madera que le esperaban inútiles en previsión de ser usadas, hasta la hora de ayudarle a ir a su cama. En el suelo, la solitaria zapatilla, separada de su compañera que calzaba Leocadio, un compañero de trabajo y habitación en el Hospital que había perdido la pierna contraria a la del abuelo. Con él hablaba de los trenes, de la estación donde trabajó y sus viajes y servicio en la Guardia Real de Alfonso XIII. Si alguien me preguntaba a qué familia pertenecía, decía ser nieto de Santos el de la Puerta la Estación y de María la de Félix o bien, de Marcos el de la tía Elisa de las Melendreras o de Araceli la de la tía Gloria en Porrúa, con el mismo postín de quien da cuenta de su alto linaje. A pesar de su invalidez, el abuelo conservaba el buen humor y llevaba perfecta cuenta de todo lo que ocurría y pasaba por delante del Fresnu, verdadero centro neurálgico de Parres. Cuando los amigos arrancaban por fin, me despedía del abuelo y salía al encuentro de ellos, a su paso junto a la corralada.
El Fresnu fue y es el sitio de reunión de la juventud durante varias generaciones. Primero se conoció como Casa Amalia.
Después vivieron en ella un corto tiempo Covadonga González Romano, hija de Juaco y Kika de Vallanu y Joaquín Zamora Salamanca, recién casados.
Posteriormente pasó a pertenecer a Covadonga Fernández, una vez viuda, con sus hijos Loles, Otilia y Pedro Haces Fernández.
Se quedó con la casa Otilia, Tilia, casada con Laureano Quintana Sotres, Nano, que lo abrieron como tienda, allá por el año 1958, coexistiendo con El Chispún y El Rosal, en un radio de cincuenta metros, los tres. Se vinieron a vivir en la casa con sus hijos, Roberto y Panchito, nacidos en La Caleyona, a los que no tardaron en sumarse Moisés, Nanín y Elenita nacidos ya en la casa del Fresnu.
Está ubicado en el barrio de Brañes, aunque puede que haya quien piense que lo está en el de La Casona, pero el caso es que es un sitio de referencia social donde la juventud de varias generaciones se viene juntando para encontrarse y disfrutar de la tertulia. Primero era en el "Poyu d'Amalia", luego en el "Poyu Covadonga", últimamente se decía el "Poyu d'Otilia y ahora debiera decirse para no romper la tradición, el "Poyu d'Elenita", se da cita la juventud para salir de fiesta, en el asiento de piedra que aún conserva la casa bajo el corredor.
En el verano, las tardes en la terraza del añejo bar se van sin sentirlo. Juan Manuel atiende con diligencia y amabilidad las mesas de la terraza en tanto que su padre Roberto atiende los pedidos en la barra y su tía Elenita prepara en la cocina los pedidos para las meriendas.
Con el sonido y el olor característicos de la sidra escanciada se animan las tertulias de los grupos de mesas, en tanto de forma imperceptible, la tarde va dando paso a la noche. El disco de plata asoma su cara tras el Jorcón de Morea y parece saltar a la pata coja sobre los riscos del Cuera.
En el verano desfilan sin pausa las festividades en los distintos pueblos del concejo y las gentes regresan de sus residencias habituales para venir a disfrutar de ellas, cada cual a la de su más particular devoción o a la que le permita el acuerdo laboral con su empresa.
Los clientes se sienten abrigados por el trato que reciben aquí. Los que tenemos la suerte de conocerlo desde antaño percibimos desde esta atalaya infinidad de notas de color y olor, apenas briznas del tiempo retenido en el paisaje que nos envuelve en viejos recuerdos.
Los bares dan vida a las aldeas, como también se la da, sin duda, la Escuela, la Casa del Pueblo, la Iglesia, y cuantos servicios públicos y privados se instalen en ellas.
Hubo con anterioridad otros establecimientos en la aldea.
Así, el bar y tienda del Tío Venancio y de la tía Benina o el Estancu de Carmen y Pepa, hermanas de Venancio, que fue posteriormente traspasados a Wences Noriega González, con cuya licencia abrió "El Rosal".
Tuvo una Sidrería Félix Gutiérrez de la Fuente, en Calvu. Abrieron un puesto de pan las hermanas Treni que lo repartía con un caballo y Amelia en Coxiguero. Muy cerca estaba el Puesto de chucherías y material escolar de Isabel Cabrera Mendoza, que trasladaría posteriormente a Brañes donde abrió bar y tienda "El Chispún". Me viene a la memoria un juego de palabras que se le decía a alguien que acostumbraba a pedir de todo y no compartir nada. Se le contestaba: -"Pues di Pende" y cuando lo repetía, se le contestaba en pareado: -"En el Chispún se vende".
También estaba el Puesto de pan de Mercedes y Gloria, en El Recuestu, "El Resbalón" de Regina y Ramón en el Campu'l Roble y "La Güeira" de Guillermo y Lola en la Concha, viejos nombres en el recuerdo ya de muy pocos.
Desaparecidos unos, abrieron sus puertas otros: El bar "La Peña" con bolera de Fernando González Romano y Fifi Fernández Gutiérrez, en el barrio del Colláu y "El Ranchito" de Félix Quintana Díaz y Encarnita en el Cuetu Las Cerezales, ambos cerrados ya.
En plena campiña, cerca de la capilla que le da su nombre, dentro de los límites del pueblo, abrió sus puertas al público el restaurante y sidrería "La Casería de Santa Marina" en un singular marco paisajístico, regentado por Aurora Fernández González y Toño Tárano.
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