miércoles, 2 de julio de 2014

51.- Barbaché, "El hombre foca"

Casi perdido en la neblina de mis años mozos, guardo un suceso que tuvo lugar en el parque de Porrúa, por la fiesta del Rosario, que se celebraba en el tardío, el primer domingo de octubre. Habíamos acudido mi amigo Ramón y yo por la tarde, a eso de las cinco, al tiempo que las avellaneras montaban su quiosco ambulante. No más de una docena de críos corrían a esconderse tras los arces del recinto circular.
Antes de proseguir con la narración, por el respeto que siento por mis lectores, y también por curarme en salud de no ser creído, diré que este suceso, con el paso del tiempo, a mí también me llegó a parecer una fábula de poca o ninguna credibilidad y, según lo iba narrando, confesaba mi propia duda. Parezca realidad o fábula, quiero compartirlo.
Habíamos llegado al pueblo y, como por el parque no veíamos más que chiquillos, acordamos andar los lugares del pueblo en los que solía concentrarse la mocedad: la bolera y los tres bares, “El Pizá”, “La Guaira” y “El Cuatro”, que en el pueblo había. Desde la terraza de éste último establecimiento, escuchamos grandes voces en El Parque y a él regresamos para ver qué ocurría. Sin llegar al final de la cuesta que baja de la carretera al recinto festivo, supimos del origen de aquellas voces.
Un hombre de mediana edad, complexión atlética, tez y cabello moreno, animaba con fuerte voz a cuantos pudieran oírle que acudieran a ver la actuación del sin par Barbaché, “El hombre foca” como a sí mismo se definía.
Había tomado una de las sillas de madera plegables que se usaban en los puestos de sidra que iban por las romerías. Tras armarla, la elevó por encima de su cabeza como pluma y la dejó al fin apoyada en equilibrio sobre una de las patas sobre el callo que tenía en la punta de su barbilla. Tuvo aplausos por parte del público infantil, menos exigente que el adulto que para entonces había empezado a llegar de los caminos radiales que abocan al parque, con aire poco expectante. Pero la función sólo había hecho más que empezar.
Acto seguido, invitó a que alguno de los chavales que se habían acercado, se animara a subirse en la silla, a la que le hizo una esmerada inspección para comprobar que las tablas y los ensamblajes estaban en perfectas condiciones.
Logró convencer a uno de los muchachos y tras aconsejarle que no se soltase de la silla ni que sintiese miedo alguno, los izó, muchacho y silla, hasta dejarla como la vez anterior en equilibrio sobre su prominente y encallecido mentón. Ante el asombro de los que allí estábamos, abrió en cruz los brazos para más ostentación de su arte circense. Los aplausos se intensificaron y con ellos también la afluencia del público.
La función continuó. Pidió a unos mozalbetes que le trajeran algún objeto más pesado. No tardaron en sacarle del interior de una cuadra cercana que allí había, una de las ruedas del carro de vacas, de radios de madera de roble, calabaza de acacia y ancha banda de grueso acero. Con la misma facilidad que en el anterior ejercicio la subió sobre el mentón y la mantuvo en equilibrio con los brazos en cruz. La expectante mirada de los que allí estábamos era en sí misma otro espectáculo, por lo que no reparé en los aplausos ni creo que hicieran maldita la falta. Después de tomarse una cerveza en el puesto de sidra “Parres”, servida por “Catanga”, mozo camarero que ayudaba al dueño en las romerías, volvió a pedirles a los mozos que le hacía falta algo aún de mayor peso. Pienso que, heridos en su amor propio, sacaron de una cuneta un brengoso poste que habían dejado los obreros de la “Electra Bedón”, al ser sustituido por uno nuevo, de la línea del suministro al pueblo.  Entre cuatro se lo dejaron allí tirado, entre muchas risas y comedias, dando por sentado que con aquel palo habrían de desbaratar la actuación.
Como si tal cosa, Barbaché,  lo enderezó al cielo levantándolo entre los brazos y el pecho hasta depositarlo sobre el firme mentón. Después lo dejó caer con la misma soltura y elegancia que las veces precedentes.
Nadie podía dar crédito a lo que acababa de ver y, pensando que con esta demostración ponía punto final al espectáculo, todo el mundo aplaudió a rabiar.
Tras un corto tiempo que aprovechó para respirar, rogó por favor a los chavales que  le trajeran algo más pesado.
Se pusieron de acuerdo en un instante y volvieron al tendejón de la cercana cuadra, de donde regresaron tirando de una máquina de arar que allí se guardaba.
Para quienes no conozcan tal máquina, les diré que existen varios modelos de distinto peso, pero aquélla no era de las más ligeras y como todas, con añadido peligro de las reyeras que cortan el tapín y los paletones que voltean la secha, a lo que se añaden las dos ruedas y el eje central, todo en hierro macizo.
Aquel hombre, con la misma soltura con que manejó las anteriores cosas, sin demostrar un esfuerzo extraordinario, la sostuvo sobre las callosa barbilla, apoyada por la maneta principal con la que se maneja el aladro.
El día siguiente de este acontecimiento en que fui a ver a mis abuelos, se lo conté con el mismo lujo de detalles que aquí empleo. Mi abuelo a quien nunca le vi fabular me dio una explicación al caso y me habló de la posibilidad de aplicar sin que nos diéramos cuenta una hipnosis colectiva. No sabría decir ahora si vivido por él o escuchándolo decir a alguien, me contó que un feriante había hecho ver al público congregado cómo una gallina llevaba en el pico un poste de la luz, pero que en realidad no podía ser otra cosa que una hierba seca.
No obstante mis dudas, el tal personaje existió. Mi amigo y yo nos quedamos apartados, algo más alejados que el resto, con el inconfesable objetivo de evitar echar moneda en la boina cuando al final de su actuación lógicamente, esperábamos que pasara para cobrar justamente por su actuación. Años más tarde, hablando del caso con la gente, me dieron fe de su actuación en dos sitios: en Panes, junto a “El Comportu” y en Parres, junto a “El Fresnu”.
Pero lo que rubrica con más fuerza la fidelidad de mi narración es el comentario que uno de mis lectores del blog me hace, más o menos con estas palabras:
1.- “El personaje parece mítico; es cierto, pero existió realmente. También anduvo por León y Castilla. Yo lo vi en el Bierzo, y en San Justo, un pueblo cercano a Astorga.
Era además un tipo alto, flaco y desgarbado, sin ningún aspecto de forzudo. Julio Llamazares tiene un cuento en su libro "Escenas de cine mudo", titulado "El mundo en la barbilla", en el que relata cómo se encontró la furgoneta de Barbache, abandonada en un pueblo de Soria. En su libro cuenta el trágico final de este hombre increíble, final que, como comprenderás, no debemos desvelar”.
En un segundo comentario, después de mi respuesta dándole las gracias, me añadió más datos dignos de compartir aquí, con su permiso:
2.- “No exageras nada en lo que cuentas de ese hombre extraordinario, yo le vi sostener en la barbilla pesos mayores, que no podía subir sólo y tenían que acercárselos entre dos o tres paisanos. En el número de la escalera, después colgó arriba una silla con un hombre sentado. La primera vez lo vi en Almagarinos, en el Bierzo, estaba con mi abuelo que pesaba unos 130 kilos y quiso sostenerlo también sobre la silla, mi abuelo rehusó. La segunda vez lo vi en mi pueblo, San Justo de la Vega, con alardes parecidos. ¡Había pasado el tiempo pero me reconoció como el niño que iba con aquel hombre tan fuerte!...
Tu descripción creo que coincide bastante con mis recuerdos. Tengo el vicio de las caras, del rostro, la gestualidad, la expresión no verbal. Diría que era un gascón, barbilla prominente, desde luego, nariz afilada y aguileña, además de las otras características que hemos apuntado. Julio Llamazares en su obra dice que era francés.
Visitaré tus páginas, en algunas ya entré. Y gracias a ti de nuevo por este guapo recuerdo.” R.R.P.

Confirma su existencia, una lectora del blog con este comentario que le agradezco.

3.-

(23 de abril de 2017)
Estherrible ha dejado un nuevo comentario en su entrada "51.- Barbache, "El hombre foca"": 

"Vivió sus últimos años en Sant Feliu de Guíxols (Girona), en una cabaña en el bosque. Cuando bajaba al pueblo, ya muy mayor, haraposo, sucio y me atrevería a decir que la mayoría de veces algo bebido, levantaba sillas, vallas de seguridad y lo que hiciese falta al grito de "Otro número!...". Los niños le amábamos (tengo 40 años). Se hacía llamar Barbacoa. Al final le acogieron las monjas del hospital del pueblo y allí acabó. Cuenta la leyenda que era un artista de circo y no se sabe por qué lo dejó. Siempre había querido saber más de él. Muchas gracias!"

4.- whitefalcon_64

Su nombre real era Casimiro Pascual Cruañas. Habia nacido en la calle Trafalgar de Sant Feliu de Guixols (Girona), vecino de mi padre. Despues de unas décadas fuera de la población, regresó a mediados de los 70 (yo debia tener 10-12 años).Se hacía llamar BARBACHÉ-BARBACOA "el hombre foca", y se ganaba la vida con sus
números circenses en los descansos de partidos de fútbol, verbenas u otros eventos locales. Solía explicar que habia estado ingresado en un hospital de Oviedo, y su compañero de habitación fué Mario César Jacquet, un futbolista sudamericano del Real Oviedo a principios de los 70. Barbacoa (o Barbaché) era un enamorado del futbol y le gustaba en los descansos de los partidos del equipo local ponerse de portero y que los crios le chutáramos penalties. Cuando paraba alguno, solia decir a gritos, con voz de radio.... HA PARADO RAMALLETS, SEÑORES !!. Aqui se le tiene un grandisimo recuerdo. Era una buena persona a la que todo el pueblo apreciaba, aunque tuvo algun episodio desagradable cuando cayó en el alcoholismo. Las monjas del hospital local lo apartaron de tal adicción, hasta el final de sus días.

Gracias!
Me agrada tener tantas referencias sobre aquel personaje que, por lo que le vi hacer tan extraordinario para un chavalín que yo era, llegué a pensar que pudiera ser un sueño, o como me contaba mi abuelo cuando se lo expliqué, pudiera ser que nos hubiera hipnotizado a todos los allí presentes. Gracias por vuestros datos que vienen a corroborar lo que vieron mis ojos. 

6 comentarios:

  1. Gracias, Monchu, por el recuerdo y esta vez también por la mención que haces a mis comentarios.
    Salud.
    Ramiro.

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  2. Vivió sus últimos años en Sant Feliu de Guíxols (Girona), en una cabaña en el bosque. Cuando bajaba al pueblo, ya muy mayor, haraposo, sucio y me atrevería a decir que la mayoría de veces algo bebido, levantaba sillas, vallas de seguridad y lo que hiciese falta al grito de "Otro número!...". Los niños le amábamos (tengo 40 años). Se hacía llamar Barbacoa. Al final le acogieron las monjas del hospital del pueblo y allí acabó. Cuenta la leyenda que era un artista de circo y no se sabe por qué lo dejó. Siempre había querido saber más de él. Muchas gracias¡

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  3. Su nombre real era Casimiro Pascual Cruañas. Habia nacido en la calle Trafalgar de Sant Feliu de Guixols (Girona), vecino de mi padre. Despues de unas décadas fuera de la población, regresó a mediados de los 70 (yo debia tener 10-12 años).Se hacía llamar BARBACHÉ-BARBACOA "el hombre foca", y se ganaba la vida con sus
    números circenses en los descansos de partidos de fútbol, verbenas u otros eventos locales. Solía explicar que habia estado ingresado en un hospital de Oviedo, y su compañero de habitación fué Mario César Jacquet, un futbolista sudamericano del Real Oviedo a principios de los 70. Barbacoa (o Barbaché) era un enamorado del futbol y le gustaba en los descansos de los partidos del equipo local ponerse de portero y que los crios le chutáramos penalties. Cuando paraba alguno, solia decir a gritos, con voz de radio.... HA PARADO RAMALLETS, SEÑORES !!. Aqui se le tiene un grandisimo recuerdo. Era una buena persona a la que todo el pueblo apreciaba, aunque tuvo algun episodio desagradable cuando cayó en el alcoholismo. Las monjas del hospital local lo apartaron de tal adicción, hasta el final de sus dias

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  4. Me agrada tener tantas referencias sobre aquel personaje que, por lo que le vi hacer tan extraordinario para un chavalín que era, llegue a pensar que pudiera ser un sueño, o como me contaba mi abuelo cuando se lo expliqué, pudiera ser que nos hubiera hipnotizado a todos los allí presentes. Gracias por vuestros datos que vienen a corroborar lo que vieron mis ojos.

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  5. Hola a todos.
    Hoy un amigo con el cual me reía hace unos días recordando a Barbachel “el hombre foca” y cantándole su canción que no recordaba. “Mañana por la mañana te espero Juana en el Jardín, que tengo ganas Juana de verte la punta del pie, la rodilla, la pantorrilla, la tibia y el peroné” me comentaba que lo había estado buscando en internet y había encontrado reseñas de él. A mi no se me había ocurrido ya que cuando lo veíamos no existían las redes sociales, pero veo que no soy el único al que este singular personaje ha dejado huella. Y0 soy del 1964 y cuando venia por el barrio de Pubillas Casas en Hospitalet de Llobregat (Barcelona), no recuerdo la edad que tenía en esos tiempos supongo que entre 10 y 12 años era un acontecimiento. Todavía hoy hago mis pinitos y mantengo en equilibrio una escoba o un palo de andar de la huella que dejo en mí. Actuaba en las tardes de verano, con un pantalón sucio, sin camiseta y el desaseo propio de vivir en la calle, venia solo y mantenía en equilibrio grandes troncos, su número estrella era subir a un niño sentado en una silla y ponerlo en equilibrio sobre su barbilla.
    Un saludo
    José Antonio

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