2º.-
El edificio.
Desde el Colegio de la Arquera se abastecían
los puestos de trabajo mejor considerados que requerían un cierto
nivel de conocimientos comerciales con los alumnos de
mejor rendimiento académico que habían
completado los cursos en la Clase Primera o Comercial. Posiblemente
serían también por ello los mejor remunerados de la Villa,
empleados en
el Ayuntamiento, Juzgado, Arbitrios,
Banca, Estación, Electra Bedón,
Sadi, y demás Comercios
de la villa, habían
pasado por los pupitres de La Arquera. Otros
con destino a la emigración a América,
con la preparación para
llevar por sí mismos un negocio, que les
aportaba el estudio del Cálculo y de
la Contabilidad, Álgebra, Francés, asía
también por la calidad de la letra
manuscrita para los libros de asiento y registro, característica
singular de este colegio, tanto que llegó a ser una
marca y distintivo digno del elogio el
dibujo, y la caligrafía en letra inglesa,
redondilla y
gótica, hasta el punto de decirse: “¡Cómo
se nota que fue a la Arquera!”.
Cuando paso por delante del Colegio, no tengo por menos de acordarme
de aquel mes del verano del 62 cuando asistía por primera vez a sus
clases. Nos formaron delante de las escalinatas y el director leyó
la lista de todos los alumnos y la sección a la que debíamos
acudir. A mí me tocó en la Segunda con el Hno. Arsenio, un tipo, a
decir de antiguos alumnos suyos, duro de pelar.
El colegio, está construido en dirección Norte-Sur y las secciones
iban así: Segunda, Primera y Tercera. Después venía la Capilla que
cuando se usaba para todo el colegio utilizaba la Tercera, porque se
valía de las mamparas que se corrían con facilidad dependiendo del
evento que se diese. Otras veces se abría la mampara que separaban
la Tercera y la Primera para acoger al teatro o festival navideño.
Para dar las notas trimestrales, se unían la Segunda y la Comercial.
El director nos llamaba, uno a uno, en orden descendente de
puntuación para entregarnos la cartilla. A los diez primeros, los
agasajaba con un regaliz “ZARA”; a los diez siguientes les daba
un anís de bola, tamaño pequeño. El resto podía estar contento si
no le dirigía algún reproche o le allegaba algún coscorrón, si se
le ocurría hacerse el gracioso por haber suspendido.
Al Sur, se levanta la parte del edificio que acogía a la comunidad
de Hermanos de La Salle. Por la parte del Este, entraba la luz
suficiente para las aulas y quedaba la huerta que plantaban para su
consumo y el pozo del agua.
Al Oeste y al Sur estaba rodeado por el patio de grava fina donde
formábamos y jugábamos en los recreos. Una fila de plátanos cerca
de la pared que cerraba el ámbito cerca de la carretera, daba sombra
y hojas y algún golpe que otro cuando tropezábamos con sus troncos
en las competiciones de fútbol. Coronaba el patio al norte, un
pequeño jardín donde se levanta la estatua del prócer, D. MANUEL
CUE al que rindo agradecimiento por haber dispuesto en su testamento
que acogiese a los niños de los pueblos. Las niñas, no contaban en
sus objetivos, pero sería por la ausencia de la coeducación en las
aulas en la época que nos tocó vivir: En las escuelas, un muro
separaba los dos patios; en las iglesias, los hombres y las mujeres
ocupaban lugares distintos.
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