Fue en el mes de marzo la que recuerdo como la mayor de las nevadas caídas en este enclave geográfico, donde la mar influye en la creación de un micro clima que lo preserva de temperaturas extremas y donde la nieve sólo ocasionalmente se acerca a la misma costa.
La siguiente gran nevada que me impactó ocurrió entre los meses de diciembre y enero del curso 1962-63 de la que ahora mismo no puedo aseverar con exactitud. Iba yo entonces al Colegio de la Arquera. De mañana, al salir de la portilla del Pandiu, se veía un extenso manto de nieve que cubría los caminos y senderos que llevaban al colegio. Ni una huella ni indicio de que alguien más la hubiese pisado, de casi la quincena de alumnos que la usábamos a diario para ir al colegio. Cuando me adentré en La Vega, una vez pasada la vía del tren, el río y el molino al que daba nombre, vi abierta una ruta sobre la capa de nieve y la seguí absorto, quizás por el destello que producían los rayos del sol y quizás también por lo insólito del paisaje. Alguien se me había adelantado. Una vez atravesada la Vega, volví atrás la vista y me percaté de las curvas y contra curvas que mi predecesor caminante había hecho y yo había seguido a tontas y a locas. En el colegio, las clases se redujeron a las más atrayentes: el dibujo, la mecanografía sin límite de tiempo y el juego del frontón en el abundante recreo. A la vuelta, Pedrín González Sobrino y yo recorrimos el ondulante sendero abierto por la mañana y me confesó que ocurrió así por no haber levantado la vista del suelo. Llegados al Cueto la Taberna tuvimos que socorrer a Josefa Abad, vecina de Cuetupuñu, que regresaba de llevar maíz a moler y había quedado atrapada entre unas rocas ocultas por la nieve.
Pero la que de verdad se reconoce como la gran nevada del siglo cayó el día 10 de marzo de 1955.
Un vecino de Parres, Lorenzo Romano Rozada, ya había subido con el ganado al sitio de su propiedad conocido como El Pradón de la Llosa Viango donde tenía la cabaña y la cuadra del ganado.
Fue tal la nieve caída que dejó cubiertas ambas edificaciones hasta los mismos tejados. En la cuadra tenía un rebaño de ovejas y las vacas del pasto. No se imaginó que iba a ser tan grande la nevada, y si lo pensó, no llegó a darle tiempo a reaccionar, antes de que todo el valle quedase cubierto por una espesa capa de nieve. El aislamiento que en aquellos años había en extremas circunstancias era total incluso para la vida en la aldea, cuanto si más para la del monte. Quien conozca el terreno y los senderos habilitados por el propio ganado para transitar de la cabaña al pueblo se dará cuenta de la dificultad de tal empresa. Con una capa tan grande de nieve, se pierden las referencias y el peligro es grande por la abundancia de profundas dolinas, torcas, que existen a lo largo del trayecto, incluso para los mismos pastores habituales.
En la aldea se corrió la voz de alarma y los vecinos se movilizaron en el acto. No había tiempo que perder. La noche se echaría pronto encima y las Cuestas que se estriban contra el Texéu estaban también cubiertas y el sendero quedaba oculto. La ruta más rápida a seguir era la que asciende por la Cuesta el Caballo tomado al pie de la misma en La Vega Quintana de la Pereda y que llega hasta el portillo de La Muezca, donde la altitud se pone en torno a los setecientos metros.
No soy a precisar la totalidad de personas que se congregaron para socorrer a Lorenzo, de los pueblos de La Pereda, Porrúa y Parres, pero debieron ser muchos los valientes y generosos héroes que expusieron su vida por la del convecino. Así los veía yo, como niño que era. Entonces no me daba cuenta perfecta del hecho pero debió de ser algo grandioso para mí por lo que me impactó y aún ahora sigue siendo toda una hazaña, por las escasez de medios que disponían. Un traje de aguas y el que no lo tenía una gabardina, guantes, pasamontañas, gruesos calcetines de lana y las katiuscas bien forradas de hierba seca. Eso era toda la indumentaria que sospecho llevaban. Los utensilios, azada o pala para quitar la nieve, y el imprescindible palo de monte con el que saltar y a la vez tantear el camino para no dar un paso en falso y caerse al vacío.
En la foto que muestro, sacada de la página: http://www.tierraljelechu.com donde su autor subió las dos que aquí muestro, son un testigo de la cuadrilla de abnegados voluntarios en la que podemos reconocer a: Manuel Gutiérrez Noriega, Francisco González Romano, Vitoriano Quintana Mier, Manolo Sobrino Guitérrez, Paco Gutiérrez Rodríguez con su perra "Leona", Chicho Junco Noriega, Marcos Noriega Gutiérrez, Ramón Junco Hano, Ramón Hano Fernández, Joaquín González Romano, entre los que pude recordar de los muchos que acudieron. Dejo la lista abierta para continuarla a medida que tenga más noticias de otros participantes en tan destacada intervención. Desconozco también el nombre de otros canes que con seguridad les acompañaron que no dejarían de ser parte importante en el evento.
(En la foto, "Paco el Diablu" con su perra "Leona")
La bajada, tanto del vecino como de los animales fue considerada como éxito total.
Era el día 11 de marzo de 1955. En la casa del Cotaxu le esperaban con ansias su esposa, Irundina, y sus hijos: Loles, Fifi, Fernando, Enci, Mini y la última de la extensa prole hasta aquella fecha, Noelia, que se había adelantado a nacer justamente el día 10 de marzo, inicio de la gran nevada.
Omito narrar la alegría que vivimos todos los vecinos y familiares de los citados pueblos y otros limítrofes que compartían con Lorenzo los pastos de Viango así como la familia por parte de Irundina en el pueblo de Porrúa de donde también partió otra cuadrilla de rescate.
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