Siempre
recordé haber escuchado que en aquel curso, el número de la
matrícula se había disparado. En las papeletas de las notas finales
de curso compruebo que me correspondió el nº 141 del total que están
firmadas por la secretaria de
la Escuela,
Mª Ángela de Fraga Alonso. Por tal motivo y debido a la
modificación de horarios, se tardó más tiempo en ajustarlo, a
decir de mi amigo Armando
que
comenzaba
el segundo
curso.
Al
fin, pasada la primera semana de cierto descontrol, el horario quedó
en seis sesiones diarias, entre las 9 h. y las 15 h. con un intervalo
de media hora al mediodía, una especie de recreo. Sentí que la
organización del instituto era mucho más perfecta que la que allí
me encontré, lo que en cierto modo me causaba asombro y problemas
añadidos al de la lógica adaptación al medio donde comenzaba a
moverme. Los alumnos de segundo entraban a las 15 h. y salían a las
21 h.
Entre
los grupos de entrada, pronto descubrí la cara de compañeros de los
últimos cursos del Bachiller en Llanes. En las aulas escolares y por
lo mismo en las de la Escuela Normal de Magisterio, para no perder
costumbre, se hacía segregación de género; separación que
extremaba la Sra. Julia, la bedela de la zona de alumnas, con
idéntico celo al de un cancerbero.
Pasadas
las tres primeras horas y para caltener el ánimo y la atención en
las siguientes clases, me uní a un grupo de compañeros que me
invitaron a ir con ellos a
tomar un tentempié.
Sabían
de
un lugar donde ponían generosos pinchos de tortilla, a cuatro
pesetas. Un
rótulo
sobre el vidrio
del escaparate anunciaba con barras de neón con la sabia intención de acaparar todo el sector de la
clientela, “El
rincón del Estudiante”
Dentro
se veían unas cuantas mesas cuyas sillas ya estaban acaparadas y en el
mostrador que ocupaba prácticamente todo el fondo, apenas quedaba
espacio para un cliente más. Nos abrirnos paso como pudimos hasta
poder alcanzar la barra y, tras el consabido tiempo de espera, logré
que el camarero me sirviese uno de aquellos cortes triangulares de
tortilla de patata que procuré despachar con lentitud por saborearlo
bien y que me durase más. Y a pesar de que no andaba muy abundante
de peculio, repetí con un segundo, a cambio de privarme de la bebida
por compensar el excesivo gasto.
La
pensión diaria que pagaría a mis caseros sería de cien pesetas;
justo la mitad de lo que habría cobrado en la última empresa para
la que trabajé en el verano. La verdad sea dicha, jamás había
reservado nada para mí. Todo lo de la semana lo pagaban los sábados
y llegaba íntegro en su sobre a casa. Había pagos que hacer y las
ganancias con la ganadería y el cultivo no daban para poder
permitirnos gastarlo en caprichos.
Apenas
conservo en la memoria el nombre de algunos compañeros dentro del
conjunto de los que llegué a tratar y tener buena amistad a lo largo
de la vida como alumno y como maestro. Tanto sea del instituto como
de Magisterio, de los centros escolares en los que estuve de maestro.
Me arrepiento de no haber guardado las lista enteras y en el orden
que las leían en clase, tantas veces para comprobar la asistencia y
que yo memorizaba. Sin embargo, a medida que escribo voy recordando
las caras de algunos, las anécdotas de otros y particularidades que
tampoco tienen interés especial; poco a poco se van cubriendo de una
tenue borrina y desdibujándose.
Con
el conjunto de profesores de la
Normal,
me ocurre lo mismo; no así con los maestros de Primaria, los
profesores del Colegio, del Instituto, por haber tenido mayor roce
con ellos y durante más tiempo.
Puede
que haya entre mis lectores, quienes me puedan dar información sobre
ellos. La iré añadiendo al presente texto en cuanto me vayan
llegando. Sería de agradecer.
El
número de asignaturas a las que me enfrenté eran demasiadas, como
acabé conociendo
a
medida que aparecían
por
clase los profesores y profesoras que las impartían, por
no ponerse de acuerdo a la hora de mandarnos los trabajos como tarea.
La cantidad
no
puedo decir que me sorprendiese, pues ya sabía
antes de elegir estudios las
que
iba a tener con el nuevo “Plan del 67”. Llevaba en
vigor dos cursos, puesto
que yo iniciaba el 1969/70, por
tanto
pertenezco a la tercera promoción de dicho plan
de estudios, para
profesores
de la E.G.B. que había sido puesta en marcha también aquel
mismo año. Lo que me extrañaba era que las nuevas
tendencias de enseñanza que aprendíamos en Didáctica y Pedagogía,
no se pusieran en práctica en el resto de asignaturas.
A
continuación, van las asignaturas y los nombres o datos que conservo
de los profesores que las impartían:
1.- Didáctica
de la Lengua española y Literatura
Jesús Neira Martínez, natural de Pola de Lena.
2.- Didáctica
de la Geografía
Mª
Rosario Piñeiro Peleteiro, de Galicia
3.- Psicología
general y evolutiva
Manuel Álvarez Prada, de Oviedo; Director de la Normal.
4.- Pedagogía
Profesora
que vino de América del Sur; era Jefa de Estudios.
5.- Didáctica
de las Matemáticas
Profesor
(¿?) cuyo apelativo cariñoso le dábamos “Carrito”, por una
costumbre suya que ya explicaré.
6.- Didáctica
de las Ciencias Naturales
Profesora,
7.- Idioma
Francés y su didáctica
María
Petra Medrano
8.-
Música
Manuel
J. González de Mendoza
9.- Dibujo
e Historia del Arte
Profesor
(¿?)
10.- Didáctica
de la F.E.N.
Profesor
(¿?) “Makarenko”
a
quien solía citar con frecuencia.
11.- Prácticas
de Enseñanza
Francisco
Fidalgo, además el director de la Escuela LaGesta, niños.
12.- Manualidades
y enseñanzas del hogar
Mª
Josefa López Lebe? “Chefa”
13.- Educación
Física
Profesor
oriundo de Bricia y que conocí en el Instituto de Llanes.
14.- Didáctica
de la Religión. D. Celso Martínez Fernández, cura del Seminario.
El
que no conozca sus nombres es más culpa de ellos que mía, pues en
las certificaciones de las notas que nos fueron entregando como con
cuentagotas, sólo estamparon la rúbrica.
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