martes, 14 de octubre de 2025

185.1.- Las primeras clases en la Escuela Pública de Panes

 


La 3ª Promoción de Profesores de EGB que salimos de La Escuela Normal de Oviedo de acceso directo, es decir sin oposición, optamos por la enseñanza. Algunos, por circunstancias personales optaron trabajar en las oficinas de la Delegación de enseñanza en Oviedo; tuve ocasión de verlos tras el cristal del mostrador en la C. Río San Pedro y once años después, me los encontré en los de La Plaza España.

En las tres aulas de la vieja Escuela éramos tan sólo cuatro maestros: Águeda Fernández, en propiedad definitiva y otra maestra interina que daban clases a Infantil, 1º y 2º , en tanto que Carlos Rojo y yo alternábamos las clases así: por la mañana, él iba a dar clases en el Colegio Santa Teresa de Matemáticas y Ciencias a dos alumnos de 5º de la EGB junto con las demás alumnas del colegio religioso, la mayor parte, residentes en él, salvo por las vacaciones de Navidad y verano, que regresaban con sus familiares y otras cuyos padres habían emigrado a distintos países europeos.

Por la tarde, él daba clase en la vieja Escuela y yo iba al colegio de monjas.

La directora, después de terminada las clases me preguntó si podría dar clases de Lengua y Literatura, Física y Química y Latín a las alumnas de 3º de Bachiller, una hora después del horario de clase. Tenían que presentarse en junio al examen en el instituto de Potes. Me ofrecieron 3.000 ptas al mes por una hora diaria todas las tardes tras las clases habituales, a lo que acepté sin dudarlo.

En el momento de iniciarse el nuevo curso me dice la directora que había llegado una monja nueva, Sor Inmaculada Castroviejo, que tenía el bachiller de letras y se ocuparía del Latín, por lo que yo les podría dar también clases particulares de Lengua, Literatura, Matemáticas, Física y Quimica De 4⁰ y me abonarían otras 3.000 ptas. Con lo cual, una hora y media antes del comienzo de las clases, me iba hasta el colegio de monjas, hoy “Jovellanos”, pero como había sido sustituido el viejo Bachillerato por el nuevo BUP, las alumnas del Colegio Santa Teresa, deberían presentarse a un examen en el Colegio Patronato San José de Oviedo. 

Serendipias de la vida, el director era D. José María Fernández, el último maestro que tuvo mi padre en la Escuela de Parres y también el mismo que le avaló cuando estaba preso en el campo de concentración de “La Vidriera” de Avilés. (Para más datos, léase el libro “A los Quintos del 40” en la web, monchugn.com).

Las llevé al examen y pasaron la prueba todas, después de lo cual les di una vuelta por el centro de la capital.

En casa di clases particulares a chavales pasados de la edad, generalmente trabajadores del campo, por las tardes del sábado, Juanjo, Ramón y Antonio Sanromán, Juan Noriega, el “Colombrín”, Eusebio Gutiérrez Roiz, un Guardia Civil para el ascenso a Soldado Primera, una Peluquera para enseñarle a dibujar con el carboncillo diversos peinados para el examen en Llanes de la FP. 

Así estaríamos los dos años con alumnos de los dos Colegios, público y privado, hasta que en el siguiente, se inauguró el nuevo. 


miércoles, 4 de junio de 2025

184.- 3 La Cueva de "La Herrería"

Su nombre le viene de una antigua herrería que allí hubo. Mi padre me dio nombres de vecinos del pueblo que en ella trabajaron de peones. En una finca limítrofe a la carretera existe una edificación en ruinas que siempre me imaginé fuese la casa del oficial herrero. Las primeras incursiones que hice con algunos amigos del pueblo fueron en la época en que, ya en el instituto varios profesores, de Ciencias Naturales, Química e Historia, me habían introducido en el tema de los minerales y la Prehistoria. En el laboratorio existían colecciones de minerales y fósiles que los propios alumnos habían colaborado en complementarlas.

Recuerdo ver la mina cuando aún estaban en pie las edificaciones de los obreros y el gran hoyo cubierto por el agua que salía de los manantiales. Por el motivo que fuera, dejó de ser interesante para la empresa explotadora, pero años después que volví a verla, se había instalado una bomba que achicaba el agua por unas mangueras y la encauzaba por detrás de la bolera “Las Mimosas” y la casa de la familia Cea.

En la “Mina de Bolao” trabajó mi abuelo Santos González Cue y su primo Pedro Cue, más conocido por "Perico el coxu" , apodo que le viene al haberle amputado la pierna derecha la vagoneta con la que arrastraba el mineral tirada por un caballo.

En “Tierra´l Jelechu.com” de Félix Gutiérrez, creo haber visto una fotografía en la que se le ve en Viango por la “Fiesta del pastor”, cuando tenían por costumbre hacer  competiciones deportivas como: salto de altura usando el palo de monte, lanzamiento de barra y otras más. Recuerdo otra hazaña de Perico que me narró mi padre: “Le habían hecho una apuesta que consistía en atravesar el río Purón colgado del puente ferroviario hasta Puertas. No conforme con lo tratado, les propuso dar la vuelta sin soltarse si le doblaban el premio, como así ocurrió.

Pude ver la profundidad del hoyo y varios manantiales que soltaban el agua en él procedentes de las montañas. Aún recuerdo la torre cuadrangular hecha de ladrillos y embastada de cal y arena, con una puerta en la base cerrada con candado; en lo alto, estaban las tacillas de vidrio que aislaban los cables del tendido eléctrico.

A la Bolera de las “Mimosas”, con siete años, me llevó mi padre en su bicicleta para un campeonato de bolos por parejas, Mi padre y su hermano Eduardo se llevaron el primer premio.

Desde los seis o siete años solía ir a casa de Ramón Hano Fernández, casado con mi tía materna Alejandrina Noriega Sobrino. Tenían una finca, “El molín de Janu”, donde se encontraban las ruinas de un pequeño molín de maíz.  la que fui con ellos y con mi prima Tere, tres años mayor que yo. Un riachuelo que atravesaba la finca, por debajo del puente  de la carretera de la Diputación se unía a otro ramal que venía de la "Vega el Rey" en la que en época más reciente visité las ruinas de otros molinos. A la entrada de la finca hay otra boca de cueva en la que mis tíos guardaban las botellas de sidra y restos en desuso de aperos del campo.

Tío Ramón había estudiado en el Colegio de La Arquera. A su quinta le correspondió en el ejército de la II República resistir cuando la "Operación Rügen" atacó y destruyó la localidad de Guernica, el 26 de abril del 37 por la “Legión Cóndor” alemana y la “Aviación Legionaria” italiana. Fue herido y asistido en un hospital regentado por monjas. La descripción que nos hacía de la sala era muy dura, tanto por la escasez de alimentos, camas, instrumental, médicos y por la ideología política que tenía una gran parte, de los sanitarios y  médicos  que los habrían de atender. Seguramente es justo hacer honrosas excepciones y no generalizar. 

A Ramón sólo le hirieron en el hombro y dedo meñique izquierdos. Cuando las tropas fascistas habían tomado el concejo de Llanes, fue recluido en el "Campo de concentración habilitado en el convento de Celorio, donde ejecutaron a otros al borde de la playa, junto a la iglesia. 

Él salió libre y pudo regresar al pueblo. 

Es posible que alguno se extrañe si le narro durante la Guerra de la Independencia contra el ejército de Napoleón Bonaparte.

En incursiones por los montes, con amigos de la escuela habíamos caminado por un sendero que se tomaba por detrás de la Casería de Rumoru. Queríamos llegar a la mina de hierro "La Salgar" en la que había trabajado mi tío paterno Ramón González Gutiérrez y aún conserva el maderamen de entrada, enormes vigas de roble intactas. 

Antes de llegar a la mina, pasamos por el llamado "Pozu los franceses", un pequeño boquete taponado con rocas para evitar la caída del ganado o de los pastores; tiramos unas piedras por un pequeño hueco que aún quedaba y escuchamos el ruido que hacían durante unos  segundos.

Con posterioridad a este hallazgo pregunté a mi tío Ramón si sabía el motivo de aquel nombre puesto a la torca y así me contó esto:

“Parece ser que en tiempos de aquella guerra, pasaron por aquí las tropas napoleónicas. Algunos pastores que bajaban del valle Viango, a golpes con el palo de monte, abatieron a unos gabachos con quienes se tropezaron y los echaron en aquel pozo.

El batallón francés había acampado en la Vega de San Roque muy cerca de la capilla primitiva de “Sant Ilar” y también de “Los Pasucos” donde estaban los batanes para hacer telas y escarpines con el agua que de las cuestas bajaba siendo el nacimiento del río “Xixón” que pasa al norte de la actual capilla de la Guadalupe.

Cuando supieron del altercado reunieron a todos los varones de la aldea para ser diezmados si no daban nombre de los pastores culpables. Los colocaron en círculo y fueron eliminados contando de uno a diez y así hasta que alguien hablase. Las mujeres, niñas y niños se refugiaban en “La Cueva” que hay justo detrás de la bolera, herradero, casa concejo y escuela.

No es prudente creer ni dejar de creer en todas las leyendas, pues algunas resultan dar pistas para reforzar la veracidad de los hechos.

Pasados aproximadamente unos veintidós años, vinieron a mi barrio “La Caleyona” de Parres turistas que se alojaron en la casa que Rodolfo Sobrino Arenas y Ángela Rodríguez González, construyeron lindera con la mía, emigrantes a Alemania y mecánico en la factoría de Sindelfingen de Stuttgart de la Mercedes Benz.

Roro me preguntó si no sabría yo de algún lugar donde llevarlos de excursión.

Uno de ellos, – me dijo – es un arqueólogo, habla francés y os podéis comunicar bien. Los otros dos únicamente hablan alemán, pero traen consigo un pequeño diccionario de bolsillo y lo usan cuando lo precisan.

– El más alto, te vas a sorprender si te cuento que tiene sendas prótesis en la pierna y el brazo izquierdos, pues perteneció a las “Juventudes Hitlerianas” y, estando en el búnker decidieron inmolarse junto con el Fürer.

A mí no me hizo demasiada gracia aquel dato, pero no tuve más remedio que acceder por la amistad con mi vecino desde niño. Vino a la memoria la entrada secundaria de la cueva "La Herrería" que me había enseñado mi tío Ramón Ganó.

Al poco rato de caminar junto a ellos, me di cuenta de que su ojo izquierdo también era de cristal. Cuando me preguntaba algo el arqueólogo, yo se lo decía en francés y a su vez él se lo transmitía al compañero que hojeaba el diccionario con habilidad con la mano diestra. Me daba las gracias y me preguntaba alguna otra cosa más sobre la Cueva usando el diccionario.

Llegados al prado donde la otra entrada de la cueva “La Herrería” me encontré con una enorme roca que la obstruía casi por completo. Tuve que ayudarle levantando al mutilado su pierna mecánica con la mano zurda a la vez que le sujetaba con la diestra por el cinturón para que no se diese cabezazos contra el techo.

Una vez dentro, caminamos unos metros y a la derecha nos encontramos con un cierre metálico que protegía las pinturas del techo y pared. Salté un reguero de agua que circulaba junto a la jaula que arrastraba la arena blanca. Una empresa amontonaba la arena de sílice en una finca cercana que llegaba en grandes camiones de un arenero al pie de los Resquilones en La Tornería.

Al otro lado pude ver a la izquierda la tapiada salida y en el techo más bajo, vi nombres de refugiados de los franceses y otros de la guerra por el golpe de estado franquista, "Aquí estuvo el sargento... " y las fechas, del siglo XVIII junto con otras del presente siglo XX.

Fue, pues, la vivienda de nuestros ancestros de hace ciento setenta mil años, los artistas del Arte Rupestre. Los primeros habitantes de nuestra tierra llanisca.  

Nota: en el nacimiento de la fuente de la Herrería, siendo alumno del Instituto, me interesé por dicho nombre. Mi padre me había contado que varios vecinos habían montado allí una herrería y fui a visitarla. Después de atravesar un pequeño bosque de eucaliptos vi en el fondo del río unas piezas de hierro colado entre las rocas de arenisca. 

En otros lugares, como Soberrón, las encontré sobre los muros de las fincas. En Purón las encontré junto al río y el sitio también se llama La Herrería. 

lunes, 26 de mayo de 2025

183.- 2.- Cuevas de “Taravirón” y “Covarón”

 

183.- 2.- Cuevas de “Taravirón” , “Covarón”

(Continuación con el tema de las cuevas en “La aldea perdida”


Saliendo del barrio La Casona y llegados al “Picu la concha” se toma a la izquierda el camino que nos lleva a Corisco, por el “Cuetu las cerezales”, antes de dar la curva se veía una oquedad a la izquierda en una finca con roca y perfil inclinado.

Después de la experiencia tenida a pocos metros de allí con la cueva del cueto la Mina, decidimos explorarla otro día sin clases. He de aclarar que había sido descubrimiento suyo, pues yo dependiendo del uso de la harina, por su cercanía solía llevarla a Corisco. Leonor Martínez Pérez y José Gutiérrez Martínez, tenían un pequeño molino de una sola muela, por lo que dependiendo del uso que se le diera, podría servir o no por ser menos fina que la los demás molineros.

En otro blog, dediqué una entrada a consignar todos los molinos existentes en el pueblo, algunos de los cuales pasan desapercibidos. En él cuento cómo el padre de José trajo los aperos del viejo molino al otro lado del monte que atraviesa el río por la cueva “Covarada”donde aún hoy se puede encontrar restos de anclaje de un viejo molino, así como también los de una edificación que sería su casa.

“Nos metimos en la cueva sorteando estrechos pasadizos y evitando resbalar o crismarnos la cabeza con las afiladas estalactitas. Fue una larga bajada. El molino estaba en la parte al este de la finca que ha de ser por los sedimentos del Melendru que deja tras pasar Requexu.

José había segado la finca para las vacas y el verde lo tenía ya dispuesto en pequeños “guruños” que iba subiendo a hombros en el “sábanu”.

Mientras arrancó con el primero, a Pedrín se le ocurrió salir a deshacer uno de los montones y volverse a la cueva. Cuando José regresó a por el siguiente montón, se cagaba en todo lo que había que cagase, nosotros habíamos apagado las linternas de pila de petaca que habíamos llevado.

Al salir, observé unos trazos rojos en una de las rocas, parecidas a las que años después pude ver en Ribadesella, Altamira, Llonín…

Pegando un gran salto en el tiempo, estando estudiando en el Instituto, llevé a mi primo Félix Hano Noriega, de la Pereda a que conociera la cueva y le enseñé los signos dibujados. Él tenía un profesor del instituto al que apodaban “Urraca” y lo llevó a ver la cueva de Taravirón. Tuvo la suerte de encontrar unas hachas de bronce que no sé qué fue de ellas. Supongo que las haya entregado, motivo por el cual se impidió levantar un chalet en el prado y también retirar la plancha de hormigón armado donde levantar las paredes de la nueva edificación.



miércoles, 14 de mayo de 2025

182.- Las Cuevas

 2ª PARTE: “LA ALDEA PERDIDA”

Aclaración inicial:

En el blog “Aldea recuperada” explico en la introducción del mismo que evito el título de la obra de D. Armando Palacio Valdés, pues Google lógicamente revierte las búsquedas a ella. Cambiarle el nombre no es, por aprovecharse de ello, ni por plagio ni por soberbia.

Desde los siete años, que entré en la Escuela leía y comenzaba a escribir. En la primera Sección con D. Francisco Peláez, oriundo de Pechón, y en la segunda Sección con D. Manuel Fernández, de Andrín.

Mis padres leían por la noche los libros que les dejaba Teresa Junco Blanco, de la familia el “Curru”. Era una familia numerosa que vivían del trabajo en el campo, pero tenían también el único hermano, Pepe “El Curru” indiano que compró la casa a Bernardino Noriega, construyó una cuadra a cuyo pajar se accedía por uno de los caminos que a pocos metros de la escuela. También pudimos ver por primera vez en su casa la televisión donde acudíamos de domingo los niños. Poco después nos distribuíamos por otros tres sitios más: la casa de Gloria en la “Campa”, tía de mi padre; en la casa de José Quintana y Gaudiosa Nieda, a unos metros de la anterior y en el bar “El Fresnu”.


182.1 Cueva, “Covajornu”.

En “Covajornu” se refugiaban mis abuelos maternos, Araceli Sobrino Tamés y Marcos Noriega González con sus tres hijas: Alejandrina con doce años, mi madre, Serafina con once y Teresina con siete, cuando las tropas golpistas entraron en el pueblo. Corría el año 1937 cuando las tropas franquistas entraron en el pueblo. Pero todo esto concerniente a la guerra, lo narro en mi libro titulado “A los Quintos del 40”. (1)

Con apenas diez años, un primo mío por parte de padre, dos años mayor que yo, tenía la costumbre de organizar los amagüestos de castañas en distintas zonas donde las había: uno de esos sitios quedaba justo delante de la boca principal de esta “cueva_jornu” que viene a significar cueva honda. Dentro de ella había un alto espacio como para poder verla sin peligro a pegarse contra las estalactitas, sí en cambio había profundas oquedades. Y como en otras más de las que narraré, se podían ver supuestas imágenes por las formas que habían formado durante un incalculable tiempo geológico.

En ella encontraron los chavales mayores con quienes él entraba, un sable de mando militar que vendieron y con el dinero que sacaron, nos pagó las entradas para subirnos a un columpio que movían los dueños con su propio peso; aún no había instalación eléctrica junto a la capilla de Santa Marina donde se celebra con exactitud el día 18 de julio.

Un tiempo después, Félix nos enseñó otra entrada más pequeña que estaba en la finca de Graciano Villar. Había que entrar apoyado en los codos y rodillas para no pegar contra las agujas que colgaban del techo y además la oscuridad era total. Algunos de los mayores nos indicaban con linterna los hoyos que había. Al fondo de uno de ellos vimos un montón de huesos. De inmediato dimos cuenta al alcalde del pueblo, por entonces Ricardín Gómez Gutiérrez; nos dijeron que no eran huesos humanos, por lo que quedamos satisfechos y tranquilos.


182.2. la cueva, “Cuetu la Mina”

Esta cueva la exploramos Pedrín González Sobrino y yo. Pedrín era unos años menor y habíamos compartido aventuras juntos desde bien jóvenes, yendo juntos al Colegio de la Arquera. Era hijo de Pedro González Romano por parte de mi padre y Titi Sobrino amiga y vecina de mi madre y también prima segunda por parte de mi abuelo materno. Era por la tarde. Se llegaba a ella, tomando la carrada hacia Corisco, pero ascendiendo por otro más angosto a la derecha. Cerca de ella ahora hay un chalet.

Se entraba en vertical por un hoyo, pues la entrada al oeste, estaba derrumbada por la que entraba apenas un poco de luz. Creo que no hubiera sido muy visitado, puesto que al posar el pie en un lateral de la torca, a punto estuve de caerme dentro. Pensé que sería una piedra de arenisca, redonda, pero cuando la palpé y tomé en mis manos, llevé una gran sorpresa. Era la carcasa de una bomba conocida vulgarmente como “Piña”, metálica. Se la entregué a Pedro. Tampoco me extrañó tanto por lo que me habían contado de un joven del pueblo que había muerto al extraer un obús para venderlo como chatarra. Su madre había recogido sus restos en un mandil. Temas de estos quedan escritos en temas anteriores de mis blogs, como cuando fui a limpiar una finca con mi abuelo Santos y mi tío Pepe que encontró un peine completo sin balas. Con la pólvora de una hizo un reguero en una roca plana y le prendió fuego quedando marcado mi nombre. Era peligroso prender fuego a los matorrales de las fincas, porque solían quedar aún útiles.

En su interior había una estalactita que unida a una estalagmita formaban una gruesa columna, lo mismo que otras en formación, como espadas, intactas. La rodeamos alumbrados por sendas velas y una singular linterna dinamo que yo tenía, regalo de mis tíos Ramón Hano Fernández y Alejandrina Noriega, del “Coteru”, en la Pereda. Funcionaba mientras se pulsaba con el pulgar una palanca. El foco era pequeño y estaba medio opaco por lo que sólo me aportaba más tranquilidad en aquel oscuro templo.

En sus techos vimos escritos hechos, no sabremos por quienes, que se refugiaban en ella en cuanto se escuchaba la bocina de la Rula en Llanes, cuya función había sido el avisar de la entrada de los barcos de pescado. Todo el reconocimiento nos llevó a la pérdida de la noción del tiempo, tanto que al tratar de salir, no vimos la claridad que nos había acompañado al entrar. Fue algo agobiante, pues tuvimos que dar la vuelta a la columna a ciegas echando cuenta con algunos detalles que podíamos recordar al entrar.


Cuarenta años más tarde, dando clases de educación física en la escuela de Parres, llevé a los alumnos mayores a ver la cueva “Cuetu la mina”. Una de las niñas, Marina, era la hija de mi amigo Pedro. Esa vez, por ser de día encontré mineral de hierro cernido alrededor del pozo. Nadie me había contado nada de la mina aquella.


(1) Véase en google: monchugn.com


jueves, 5 de diciembre de 2024

180.- Demostración de kárate

 


El viernes 21 de septiembre de 1973, con motivo de la celebración de san Mateo, patrono de Vetusta, la Banda Militar del histórico Regimiento Milán, históricamente apodado “El Osado”,  participó en el desfile con carrozas llegadas de diversas poblaciones de la provincia del Principado entre las que estaba la de Llanes. El almuerzo que nos dieron aquel día en el comedor del Milán fue extraordinario. A continuación, tras un tiempo de descanso, en la explanada usada para pasar la Revista de Comisario, se había congregado un nutrido grupo de espectadores de todos los grados militares. 
El que dirigía la demostración atlética vestía el traje blanco ceñido por un cinturón negro. 
Eligió de entre nosotros a seis al azar y nos entregó a cada cual una tablilla para que la sostuviéramos firmemente en alto, sujeta con las dos manos y a la altura del pecho. 
Desde el centro del círculo giraba sobre su pierna izquierda mientras que con la otra la alzaba para marcar las distancias en un giro a las seis tablillas. 
En el segundo momento, con total precisión fue rompiendo, una a una las seis tablas en una acción conjunta, sin pausa en menos de quince segundos.  
Cuando había recibido la tablilla, pude comprobar que tenía una veta resinosa que la atravesaba, menos consistente que la blanca.  
La siguiente demostración me pareció más auténtica. Había unos ladrillos machetones formando un puente con sus dos extremos descansando sobre sendos tacos de madera. 
El maestro karateka con el canto de la mano abierta, marcó el lugar exacto donde debería descargar el golpe y flexionando sus rodillas separadas, hinchó los pulmones y emitiendo un fuerte alarido golpeó el ladrillo que se abrió en dos como si se tratase de  una barra de cristal.
Era un aspirante en prácticas al cuerpo de Alféreces de Complemento, de una quinta anterior a la mía, cuyo nombre se me quedó en olvido. 
En el mes de septiembre, tras las fiestas de Covadonga, comenzaron las actividades académicas. Fuimos convocados en la Delegación de Educación y Ciencia que en ese momento estaba en la C/ Río San Pedro en donde nos convocaron a todos los alumnos que habíamos optado al acceso directo al Cuerpo del Profesorado de E.G.B. exentos por la nota media a lo largo de los tres cursos en la E. Normal, para elegir destino entre las plazas vacantes que se ofrecían aquel año. Este trámite se hacía cada dos cursos. 
Pedí permiso al Cap. Clemente para ausentarme con tal motivo y por unas horas del acuartelamiento y allí acudí con premura. 
Se seguiría para la elección de plaza el orden establecido por la anota media de toda la 3ª Promoción. Yo había logrado exactamente el turno sexto entre los alumnos o el número doce entre alumnos y alumnas. 
Existían distintas denominaciones para los centros educativos:
1.- Escuelas Unitarias de un aula que se concedían a las maestras como en : Buelna, Vidiago, Purón, La Galguera, Pancar, El Mazucu, Meré y un extenso etcétera. En la fecha de su construcción se utilizaban materiales como la piedra y el mortero de cal. Solían tener la casa habitación para la maestra encima del aula, a la que se accedía por una escalera de piedra, adosada a un lateral del edificio. Para el recreo, solía aprovecharse la bolera. 
2.- Escuelas Unitarias con dos aulas como en los pueblos de Pendueles, Riegu, La Pereda… La escuela de Parres disponía de sendos portales y la bolera para los recreos; la planta primera para ambas aulas y la segunda planta para viviendas del maestro y de la maestra. Los materiales de construcción seguían siendo la piedra y la cal. 
3.- Escuelas Graduadas como la de Llanes, Nueva, Posada… tenían separación de aulas para niñas con su maestra y de niños con un maestro. Las actividades y juegos en los recreos también eran distintos. Este tema lo dejé bien explicado en una entrada anterior. 

En la lista que nos entregaron figuraban en la zona cercana a Llanes, la aldea de Cue, San Roque. En Ribadeva, el colegio de Colombres. 

181.- Gestión escolar

 

Toma en propiedad de mi 1er destino escolar.

Cuando llegó mi turno de elegir el centro escolar aparecía una plaza en Colombres, ayuntamiento de Ribadeva y otra en Panes, de la Peñamellera Baja, con casa habitación, por lo cual me decanté por esta última.

Había una fecha tope para hacer la presentación. En la Compañía esa semana estaba de oficial de guardia al teniente Faes Pomarada y le pedí permiso para ausentarme del cuartel, pero no sabía exactamente cuánto tiempo me llevaría la gestión académica. Me dijo que debería estar en el cuartel antes de las diez hora en la que dan comienzo los ejercicios de instrucción.

No obstante, si no te diese tiempo, tú me llamas para que yo le dé cuenta al Capitán Clemente. Creo que no habrá ningún problema.

– Mi teniente, haré todo lo posible por llegar a tiempo.

A la hora de la instrucción del lunes, estaba en mi puesto al frente el pelotón de la sección primera del Teniente Faes.

Después de una hora, el Teniente Faes nos dio media hora de descanso bajo la sombra de unos álamos; uno de los soldados se quedó vigilando para avisarnos cuando llegada el capitán Clemente.

De pronto, el recluta vigía dijo en alto: “Que viene el Capitán” y todos nos pusimos en nuestros sitios, pero el capitán Clemente, que había oído el aviso del novato, dijo en un tono de pena:

– Soy vuestro capitán, no vuestro enemigo.

Nunca, en los cuatro meses de estancia en el cuartel, le había escuchado decir una palabra más alta que otra.

No sé si a todos, pero a mí me hizo cavilar sobre esta situación. ¿No hubiera sido más digno volver a la formación, mandar “firme” y comunicarle que se había dado un descanso a los soldados después de una hora a pleno sol?

Quedan aún situaciones por contar en el ámbito militar y voy con ello.

Dormíamos en la misma estancia, todos los cabos primera. No recuerdo sus nombres, tan sólo que uno era hijo del Brigada encargado del abastecimiento del cuartel; otro era camionero en Ribadesella y mi amigo de Talarn que había estudiado en la Normal, antes del “Plan del 67” a quien siempre nombré como “Uvieu”, por haberme olvidado de su nombre y apellidos.

Tenía unas fotos de grupo firmadas por ellos, pero por circunstancias varias no logré volver a encontrar.

Existía en el cuartel una especie de escuela para la enseñanza de estudios primarios soldados que no la habían tenido por diversas causas; entonces nadie estaba obligado al aprendizaje ni tan siquiera de la lectura y escritura, cuanto menos del cálculo. En la escuela de mi aldea, algunos de mi edad no acudían a las clases a diario, pues solían mandarles en su casa a cuidar los rebaños de ovejas o de vacas. Así había sido para la época posterior al finalizarse la guerra civil, en mi caso, en el período entre 1954 y 1962, en que hice la Enseñanza Primaria. en la escuela. y en los años posteriores como los míos. En casa de mis abuelos paternos, aunque fueron nueve, y otras más casas, por supuesto, los mandaron a la escuela y muchos al colegio de La Arquera para que pudiesen acceder a otro trabajo mejor. Otros entraban a trabajar en las tejeras aún siendo niños.

Bastante reciente, me enteré por un amigo cómo a él le habían contratado para la construcción de una presa y puente cerca de su pueblo natal, con siete años para dar agua a los obreros y atizar el fuego del llar donde se cocía el pote. El sueldo era de tres pesetas a la semana, con jornadas de diez horas y dormían en camastros de paja.


El Capitán Clemente cuando fui a recoger la libreta del servicio militar que en el argot cuartelario se decía “La Blanca” por ser de ese color sus tapas, y que por cierto, la nuestra era verde, me propuso lo que sigue:

“Si tú quieres, Noriega, puedes quedarte hasta el verano siguiente como profesor en el “PPE”, libre de guardias, maniobras y con una subida considerable de la paga mensual. En los tres meses del siguiente verano, puedes acudir al acuartelamiento para oficiales, ya con los galones de Sargento al mando de una sección y al término del cual, te dan la estrella de Alférez de Complemento y seguir los escalafones como oficial, con suerte, en este mismo cuartel.”

Muchas gracias, mi capitán, pero me acaban de dar una plaza fija en propiedad como profesor de EGB y esa fue siempre mi ilusión, ya desde la escuela. Las milicias supusieron para mí que no me llamasen los doce meses para el servicio obligatorio y tener que dejar a medias la terminación de los estudios en la Escuela Normal de Oviedo.

Como ya narré en anteriores capítulos, tuve la ocasión de ver a mi capitán en dos ocasiones.

La primera que fue en Perlora, donde HUNOSA tenía unas instalaciones familiares para sus empleados con hotel incluido y cerca de la playa. Allí llevaron a varios colegios públicos elegidos, supongo yo, por algún método de sorteo, puesto que de haber estado muchos, no hubiera habido espacio suficiente.

El caso es que había venido el “rey emérito” y recuerdo que había una exposición de ganado selecto y algunos de mis colegas se acercaron a estrecharle la mano a la tribuna que le habían puesto. Una de ellas, nos confesó que no se había lavado la mano derecha, por supuesto, por aquel privilegio tan especial (y “estúpido” le dije yo) cuando nos lo contó al día siguiente en la sala de reuniones.

Yo estaba a cargo de mis alumnos de octavo curso de EGB de quien era tutor, cuando vi llegar un mercedes negro con una banderita en el centro del capó y una gran antena de radiotelefonía. Dentro del vehículo estaban tres militares con sus trajes ceremoniales. Un sargento piloto, un cabo de transmisiones con el pesado equipo de radio detrás junto al capitán Clemente que hablaba por telefonía inalámbrica con los demás coches de protección. Se bajó justo por la puerta izquierda junto a la acera en que yo estaba con mis alumnos:

A sus órdenes, mi capitán – le dije mientras tocaba la visera de mi gorra de sol y él me devolvió otro cortés saludo militar:

– ¡Qué casualidad, mi sargento! ¿Cómo por aquí?

– Vine con mis alumnos y algunos colegas del colegio de Panes.

La segunda vez y última que saludé a mi capitán fue en el paseo delante del parque San Francisco. Iba caminando con mi primogénito a quien le había comprado un helado y con su abuela materna que lo llevaba de la mano, cuando lo vi adelantarnos. Iba vestido de paisano, pero lo reconocí por la forma especial de caminar que tenía, tanto en el paso como en el braceo acompasado. Me acerqué a su altura sin soltar mi helado y le dije.

– Buenos días, mi capitán. Se paró, me reconoció y me contestó:

Buenos días, ascendí a comandante, pero agradezco que me recuerdes como capitán. ¿Es tu hijo?. Sí, le dije. Nos dimos la mano y nos despedimos.

Creo recordar que era cántabro. En la cartilla militar que aún conservo, no figura nada más que un sello oficial del cuartel y la fecha final de mi licencia militar.


La licencia militar era provisional, pues debía pasar por el cuartelillo de la Guardia Civil, todos los años hasta que sobrepasara mi edad de volver a ser llamado ante cualquier conflicto bélico. El caso es que al segundo año de estar en Panes, 1974, me llaman del cuartelillo para pasar la revista y al ver que me faltaba la revisión del año anterior, me multan por omisión y tuve que pagar unos “Timbres del Estado”.

viernes, 22 de noviembre de 2024

179.- Espectáculo inesperado

 Celebración de la festividad de San Mateo

El viernes 21 de septiembre de 1973, con motivo de la celebración de san Mateo, patrono de Vetusta, la Banda Militar del histórico Regimiento Milán, históricamente apodado “El Osado”, participó en el desfile con carrozas llegadas de diversas poblaciones de la provincia del Principado entre las que estaba la de Llanes. El almuerzo que nos dieron aquel día en el comedor del Milán fue extraordinario. A continuación, tras un tiempo de descanso, en la explanada usada para pasar la Revista de Comisario, se había congregado un nutrido grupo de espectadores de todos los grados militares.

El que dirigía la demostración atlética vestía el traje blanco ceñido por un cinturón negro.

Eligió de entre nosotros a seis al azar y nos entregó a cada cual una tablilla para que la sostuviéramos firmemente en alto, sujeta con las dos manos y a la altura del pecho.

Desde el centro del círculo giraba sobre su pierna izquierda mientras que con la otra la alzaba para marcar las distancias en un giro a las seis tablillas.

En el segundo momento, con total precisión fue rompiendo, una a una las seis tablas en una acción conjunta, sin pausa en menos de quince segundos.

Cuando había recibido la tablilla, pude comprobar que tenía una veta resinosa que la atravesaba, menos consistente que la blanca.

La siguiente demostración me pareció más auténtica. Había unos ladrillos machetones formando un puente con sus dos extremos descansando sobre sendos tacos de madera.

El maestro karateka con el canto de la mano abierta, marcó el lugar exacto donde debería descargar el golpe y flexionando sus rodillas separadas, hinchó los pulmones y emitiendo un fuerte alarido golpeó el ladrillo que se abrió en dos como si se tratase de una barra de cristal.

Era un aspirante en prácticas al cuerpo de Alféreces de Complemento, de una quinta anterior a la mía, cuyo nombre se me quedó en olvido.

En el mes de septiembre, tras las fiestas de Covadonga, comenzaron las actividades académicas. Fuimos convocados en la Delegación de Educación y Ciencia que en ese momento estaba en la C/ Río San Pedro en donde nos convocaron a todos los alumnos que habíamos optado al acceso directo al Cuerpo del Profesorado de E.G.B. exentos por la nota media a lo largo de los tres cursos en la E. Normal, para elegir destino entre las plazas vacantes que se ofrecían aquel año. Este trámite se hacía cada dos cursos.

Pedí permiso al Cap. Clemente para ausentarme con tal motivo y por unas horas del acuartelamiento y allí acudí con premura.

Se seguiría para la elección de plaza el orden establecido por la anota media de toda la 3ª Promoción. Yo había logrado exactamente el turno sexto entre los alumnos o el número doce entre alumnos y alumnas.

Existían distintas denominaciones para los centros educativos:

1.- Escuelas Unitarias de un aula que se concedían a las maestras como en : Buelna, Vidiago, Purón, La Galguera, Pancar, El Mazucu, Meré y un extenso etcétera. En la fecha de su construcción se utilizaban materiales como la piedra y el mortero de cal. Solían tener la casa habitación para la maestra encima del aula, a la que se accedía por una escalera de piedra, adosada a un lateral del edificio. Para el recreo, solía aprovecharse la bolera.

2.- Escuelas Unitarias con dos aulas como en los pueblos de Pendueles, Riegu, La Pereda… La escuela de Parres disponía de sendos portales y la bolera para los recreos; la planta primera para ambas aulas y la segunda planta para viviendas del maestro y de la maestra. Los materiales de construcción seguían siendo la piedra y la cal.

3.- Escuelas Graduadas como la de Llanes, Nueva, Posada… tenían separación de aulas para niñas con su maestra y de niños con un maestro. Las actividades y juegos en los recreos también eran distintos. Este tema lo dejé bien explicado en una entrada anterior.

En la lista que nos entregaron figuraban en la zona cercana a Llanes, la aldea de Cue, San Roque. En Ribadeva, el colegio de Colombres, Panes, Alles, Arenas de Cabrales y otras como Camarmeña, Bulnes, Sotres, Ibias y Taramundi, por citar escuelas con extremas dificultades orográficas.  

Tal ansia teníamos por comenzar la actividad docente que en las tertulias entre los compañeros de la Escuela Normal algunos decíamos que estaríamos conformes en dar comienzo en cualquiera de las aulas citadas. 

Por lo poco que hasta ese momento había podido viajar, desconocía la Villa de Colombres ni figuraba el nuevo Colegio de EGB que se estrenaría ese curso. En cambio, en la lista de vacantes aparecía Panes con una Escuela Graduada de dos aulas y sendas casas para los docentes.  El aumento era bastante significativo. El viejo dicho tan repetido en la época pretérita de que alguien " pasase más hambre que un maestro de escuela", dejó de tener sentido peyorativo gracias a las primeras manifestaciones y huelgas con la aparición de los primeros sindicatos horizontales tras la finalización del período dictatorial.