viernes, 23 de agosto de 2024

177- De "puntillas" por el cuartel

 

A la mañana siguiente, tuve que ocuparme de la guardia dentro del cuartel, en el vestíbulo de entrada, conocido como plaza de armas. Allí destiné la primera escuadra del pelotón. Cuatro soldados con un cabo rojo. Era un amplio salón de techos muy elevados y fornidos portones de gruesas maderas reforzadas con herrajes de entrada al edificio. En el lado opuesto que daba entrada al interior del cuartel, en la armería, se guardaban los mosquetones sujetos por una cadena y potente candado; también estaba dedicada a las armas "castigadas" por haber fallado y ocasionado daño al soldado que las hubiese manejado. Este extremo tan singular no me extrañó nada ya que había oído contar que se hacía con los mulos, autos y, como yo conté en este blog, había ocurrido con la piscina del campamento en Talarn.

Los otros dos lados del salón estaban ocupados por sendas oficinas de oficiales, ambas tabicadas en madera de castaño con puertas de mitad arriba acristaladas y con una cortina por el interior. Cuando fui a hacer la primera inspección me encontré el siguiente escenario:

Una mujer entraba en ese momento por la puerta principal sin que nadie se lo impidiese ni de que se siguiese ningún tipo de protocolo. Portaba colgado de un brazo una canastilla cubierta por un mantel a cuadros que dejaba entrever el cuello de una botella. Con los nudillos en el cristal de la oficina del capitán, oficial de día, y marcó con los nudillos un ritmo que parecía acordado previamente, pues la manilla de la puerta giró y la señora accedió al interior. Los visillos desplegados desde el interiores impidieron las miradas desde el zaguán de entrada.

Un par de niños jugaban en cuclillas en el zaguán a las canicas. Al momento, los críos se  dirigieron a la puerta del despacho y saltaban para poder ver por los resquicios entre la persiana y el marco. Uno de mis soldados le marcó con la bota una patada en el trasero al mayor de los guajes para que se alejase de la puerta.

A mí me pareció poco apropiado cómo les trataba y le pedí una explicación.

– ¡Por qué le pegaste! – le dije.

– Porque el capitán que está dentro es el padre de ellos, – me contestó.

Justo en ese mismo momento el capitán de guardia de semana y que ejercía de  Comandante de cuartel salió de su despacho que estaba justo en el lateral opuesto y llamó con energía a la puerta que se abrió sin apenas tardar unos segundos, pues salió el capitán, con la camisa desabrochada, la corbata ladeada y la gorra no era a domeñar bajo ella los cabellos.  Una compostura nada  apropiada para un soldado cuanto sin más para un capitán. 

El capitán Comandante de semana, dirigiéndose a mí me ordenó:

– Cabo Primero, haga salir esta señora del Cuartel.

– A sus órdenes, Comandante – le dije cuadrándome y dando el taconazo a la vez que le hacía el saludo obligado.

A mi vez, como también había esta norma, le pedí al Cabo Rojo y a uno de sus soldados  que la acompañaran hasta la garita y barrera de entrada y salida. 

La dama, cuyo apelativo ahora omito, era la misma que había entorpecido la vigilancia del puesto de guardia estando yo en el acuartelamiento de Pumarín. Hecho narrado con anterioridad en este blog mismo. 

Creo que el capitán infractor fue arrestado, pero desconozco la dureza del castigo que se le aplicó. 

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