lunes, 26 de julio de 2021

148.- Callejeando por Tremp

  Nos permitían salir del campamento de Talarn los sábados y domingos sin pase con tal de vestir de “bonito”: pantalón verde de algodón, camisa de manga larga, corbata, gorra a juego con el pantalón, las botas de media caña bien embetunadas, guantes blancos sujetos al cinturón con el aguilucho destellando. Vestidos de tal guisa nos sería imposible pasar desapercibidos para la guardia militar que patrullaba la ciudad, ellos vestidos con ropas de cuartel, pero lavada “a la piedra”, por quitarle frescura al verde caqui de novato y les aportasen veteranía. 

La bajada se nos hizo larga a pie. Paramos a beber en la fuente de los siete caños de Talarn, villa situada más o menos a medio camino recorrido hasta la meta que la poníamos en la plaza de Tremp, centro comercial y social. En un puesto fijo, cual barraca de feria en el que se vendían helados en tarrinas, horchatas, granizados y otros refrescos de marca, con los que se abastecían les nens y sus mainaderas  que a esa hora del día allí se daban cita. Pedí un *cacaolat, por parecerme de más valor nutritivo y poder engañar al hambre hasta la hora del almuerzo. 

Solía tomarlo desde años va en el ambigú del “Cinemar” o en las terrazas de las cafeterías en que parábamos previo pase de la película, por no estar avezado a bebida espirituosa alguna y cómo no, por hacer gasto y poder ocupar las sillas del “Bar Palacios” de Jesús,  “Cafetería Pinín” de Armas o “Casa Ángel”, "La Gloria", "La Covadonga", Sidrería "Culetu", Bar "El Ras", "Rocamar", verdaderos iconos de la época desde los que se podía pesquisar todo el trasiego juvenil que arriba y abajo desfilaba por la calle principal, parque municipal y zonas más concurridas. Sin ningún desvío alternativo, circulaba por todas el tráfico rodado, Santander-Oviedo, además de bicis, motos o coches, también camiones de grandes dimensiones, en ambas direcciones, por lo que más de una cornisa de balconada se llevaron por delante. Las aceras, además de estrechas, estaban a ras de la calzada, así que había que compartirlas con estos vehículos que las precisaban en sus giros o al cruzarse con otros autos. No existían los móviles ni las radio emisoras portátiles, así que los agentes de tráfico municipales, daban una banderas a los conductores en el puente, para que se la entregase al otro agente que esperaba frente al ayuntamiento. 

*{Debido a la actual ventaja del internet y de la Wikipedia, sé que el origen de esa bebida está en Cataluña iniciada su elaboración y venta en 1933 por la fábrica “Latona”.} 

El desayuno ya hacía horas que había dejado sitio sobrado a nuevas aventuras culinarias por la zona de las terrazas. Acordamos poner cada uno de su bolsillo una cantidad para un fondo común con el que adquirir un variado menú en una tienda de abarrotes que cerca de allí se veía. Cada uno de los cinco que nos habíamos juntado lanzábamos una propuesta según nuestras apetencias particulares que sería muy raro que no gustasen a los demás. Como al sumar los costes de cada producto por verlo en las etiquetas del mostrador, aún no se cumplía el total de lo dispuesto en el haber comunitario, fuimos añadiendo otros productos. Las bebidas, postres y demás golosinas corrían de parte de cada cual. A una mesa de las que la misma tienda tenía sobre la acera acercamos sendas sillas plegables en que descansar y disfrutar del ágape: un fuet de casi dos cuartas que repartimos como hermanos, sendos envoltorios de  "salami", chorizón y queso, con los que rellenar dos crujientes bollos de pan por barba.  

Al otro lado de la plaza un cartel anunciaba el establecimiento “Siglo XX” que era cafetería, cine y sala de baile los fines de semana. Comprendimos sin que nadie nos lo contase, la simbiosis establecida con el estamento militar, por lo que nunca ponían impedimentos para dejar salir del campamento a la tropa, los fines de semana y a la clase de tropa y suboficiales, de diario tras finalizar el día militar. 

La policía militar vigilaba que nadie se extralimitase ni perdiese la compostura en el vestir, por lo que con el calor y la ausencia de alguna brisa en el cerrado valle trempolino se hacía insoportable. 

Pasando por alto muchas dichas y alguna que otra cuita que el tiempo se apañó en guardar cual ayalga bajo pesada losa de antigua vía romana comentaré algo que escuché a unos paisans que nos narraron cuando entablamos conversación con ellos. 

Con nuestra vestimenta que a las claras cantaba el hotel donde nos hospedábamos, no echaron más en falta que investigar de qué provincia procedíamos. Cada cual de nosotros por turno les fuimos dando cumplida noticia. Cuando preguntamos por el pueblo cercano por el que debimos pasar, uno de ellos nos explicó que Talarn, no obstante estar menos poblado en la actualidad y parecernos más rústico, seguía siendo la sede municipal del entorno, dato que hasta entonces todos desconocíamos.

Sin dejar continuar al que hacía uso de la palabra y, peor aún, cambiando de tema, intervino otro con un añadido que interpreté como la fórmula más habitual en uso de menospreciar al pueblo vecino sin ningún beneficio.

“– Los talarinos – dijo – tienen el mal aquél que se debe al agua de la fuente con los siete caños”.

Andando en el tiempo, se determinó que las cañerías del servicio de agua no deberían ser de plomo, por provocar la enfermedad conocida como saturnismo ya descubierta desde la antigüedad. Más o menos, según observé en las distintas obras por las que pasé, el uso del plomo fue sustituido progresivamente, a medida que se hacían restauraciones y nuevas viviendas; por el hierro galvanizado a partir de los años sesenta; hacia los ochenta, se extendió el uso de cobre, pero en muchas otras obras, tanto viviendas como fuentes públicas, lavaderos y abrevaderos se siguieron usando cañerías de plomo, hierro o asbesto, también de alta toxicidad, abastecidas por almacenes con alto stock de esos materiales, a precios más asequibles para el usuario o más rentables para la empresa constructora. 

La subida determinamos hacerla en un taxis Seat-1500 que al apaño encontramos aparcado justo a la salida de la villa, por el calor que hacía reverberar las áridas tierras rojizas que deberíamos atravesar hasta llegar a la entrada del campamento. En unos días se nos abonaría la soldada de 300 pesetas con la que repondríamos los excesos hechos en nuestra primera salida. 

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