Con el transcurrir de los años en que se produjeron estos acontecimientos, se van apoderando de ellos una espesa neblina que únicamente deja aflorar sino jirones con los que componer todo el rompecabezas. Puede que alguna de las piezas, sean mera invención o pertenezcan a otro tablero temporal, pero en todo caso procuro que sean leales al momento que intento describir.
Por suerte, antes de continuar se me vino a la memoria el nombre de un sargento de complemento que hacía el tercer curso de milicias, adscrito a la 4ª Cía. al mando de la 1ª Sección.
Norberto pertenecía a las milicias universitarias, pero no entraba en el cupo de tres mil excedentes como nosotros sino que, al finalizar este su tercer curso, podría prender de su atuendo militar una estrella de seis puntas, como alférez de complemento.
Estaba a punto de licenciarse en Derecho en la facultad de Valladolid y era un suboficial de buen trato, por igual con los tres cabos primera de los tres pelotones, los seis cabos rojos que eran mandos de las respectivas escuadras y con los treinta y tres soldados rasos que formábamos en su sección.
En los desfiles se nos exigía mostrar interés, elegancia y hasta un toque de gallardía en los pasos y el braceo, pero sin estridencia alguna. “Tan mal estaba lo que se pasaba como lo que no llegaba”, se nos había advertido y el “chopo” sobre el hombro debía guardar un determinado grado de inclinación con respecto a la vertical. De esas mediciones se encargaba el teniente respectivo de cada sección y en nuestro caso, el sargento Norberto, pero no por ello se libró en una ocasión de que le llamase la atención uno de los dos tenientes que encabezaban las otras dos secciones, por llevar el fusil al hombro "como si fuera una escoba".
De este episodio bromeábamos con él "Uvieu" y yo sin por ello restarle respeto al galón de sargento ni tampoco que él cortase la amistad con nosotros, mientras tomábamos aliento tras el paseíllo de varios kilómetros pateando por la explanada de instrucción.
En la revisión del uniforme de paseo también habría roto los esquemas militares, si no le hubiéramos advertido de llevar algún botón de la camisa extraviado del ojal correspondiente o de los picos de la camisa del uniforme de “bonito” jugando al escondite uno del otro.
Siguiendo el hilo del título, voy a narrar como mejor sepa, una situación que comenzamos a vivir ya aquel primer verano. Quizás fuese obra de la denominada en el argot de la soldadesca, “radio macuto”, pero lo cierto es que corrió como el fuego por un reguero de pólvora la posible existencia entre nuestras filas de ciertos "espías de la secreta", por el cual motivo, los grupos de confianza comenzaron a reducirse en número. La desconfianza fue en aumento ya que nadie quedaba libre de ser mirado de reojo por quienes no fueran sus más allegados amigos. Entre los conocidos nos gastamos la broma de prevenirnos con mantener la boquita sellada y de no tratar temas políticos ni militares delante de algún extraño "infiltrado".
En una de esas charlas de “petit comité” entre algunos compañeros del mismo pelotón se me ocurrió dar mi opinión sobre el tema.
Minutos después, uno de los allí presente se me acercó aprovechando un aparte del resto que en ese momento se ocupaba de otro tema, y me espetó a media voz sin mover apenas los labios ya ocultos bajo un grande y arreglado mostacho:
– ¿Cómo podrías descartar que alguno de los aquí presentes lo fuésemos?
Aquella inesperada pregunta me abrió los ojos y desde entonces me dije que sería más prudente pasar del tema, a no ser con mi compañero en quien confiaba plenamente.
Un fin de semana, domingo ya, el cabo primera que pasó lista, volvió a repetirla cuando se dio cuenta de que faltaban dos soldados que habían solicitado el pase de fin de semana. Por la alta responsabilidad que caía sobre él si no lo reflejaba como novedad en el estadillo que habría de entregar personalmente al teniente, que aquella semana entrante ejercía el cargo de oficial de guardia.
Los dos ausentes se saltaron también el toque de diana del lunes, por lo cual, si tampoco se presentasen al de retreta, caerían en un delito grave con arresto de calabozo.
Extrañeza nos produjo a todos que nada les ocurrió por aquella falta tipificada en el librito verde que nos dieron con el código del soldado español ni aparecieron en la gimnasia, ni en la instrucción ni en las clases teóricas de la tarde.
Esa y otras “hazañas” de aquella pareja provocó que acabaran siendo la diana de algunas “putadas” que tuvieron que padecer del grupo de "contraespionaje", que supo obrar con igual sigilo que ellos.
Una madrugada cuando me levanté al toque de diana, eché en falta la doble litera que ocupaban al otro lado de la puerta de entrada en el dormitorio. Cuando salí a contemplar el panorama desde el corredor, la vi junto a la escalera de bajada y los dos aún dormían a pierna suelta.
Todo inducía, por los comentarios que se oyeron durante todo el día, que en ello anduvo "Mieres" con otros tres de Bilbo para sacar en volandas la litera doble al relente por no aguantar los ronquidos de aquellos dos búhos.
Tampoco se hizo indagación alguna sobre la trastada, por no dejar de tener bastante gracia. Nos pareció que aquellos dos no eran de buen agrado tampoco para los superiores.
Pero andando los días, nos enteramos de otro suceso que viene a colación con lo hasta aquí expuesto:
Empezaba a surgir el movimiento de los “objetores de conciencia” por el cual algunos se negaban a cumplir con el servicio militar obligatorio y, mucho menos, el uso de cualquier tipo de arma. Por supuesto que en aquellos años la objeción era "rara avis", poco menos que una utopía, pero tipificada como alto delito por el tribunal militar.
Se supo o mejor dicho se comentó que nuestro sargento mantenía correspondencia con un amigo que estaba en el calabozo, dándole ánimos para sobrellevarlo, pues era una decisión personal que había tomado con mucha valentía.
Como era de esperar, el correo que iba al calabozo podría ser vigilado. El caso es que el sargento Norberto se expuso también a ser amonestado y castigado, cuando menos, con la finalización de su período de milicias y verse obligado a completar en un regimiento distinto sin oportunidad alguna de recibir el grado de alférez.
Todo esto formaba parte de las charlas de “corrillo” que había entorno al pabellón Ebro y, más en concreto, nuestra compañía, donde se sospechaba la actuación de los ya citados.
Como también desaparecieron por arte de magia de nuestra compañía, se decía que el capitán Pose de la 4ª Cía. como respuesta a la inminente expulsión de las milicias universitarias del sargento Norberto, redactó el pertinente informe para que ellos también la abandonaran.
Este posicionamiento por parte del capitán y otras situaciones más que a lo largo de los tres períodos de mili conocí en algunos de los oficiales que llegué a tratar me convencieron de la existencia de un cambio de clima en el ámbito militar que produciría sus frutos apenas una década después.
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