viernes, 18 de septiembre de 2020

130.- Nos vamos a la mili

          En  la entrada anterior dejé aparcado el tema estudiantil para relatar otra etapa de la vida por la que la mayoría de los chavales debíamos pasar. 

Hablo del período militar con carácter obligatorio para todos varones salvo que se diesen estas circunstancias especiales: Padecer alguna enfermedad, traumatismo o minusvalía  que impida el desarrollo de la actividad militar. Lo más curioso eran estos dos eximentes: Tener los pies planos o ser estrecho de pecho. También la estatura por debajo de 1,60. Sin embargo, conocí a un compañero que pasó en el primer verano  una larga temporada sin salir del acuartelamiento, por no haber para él botas del tamaño adecuado y como se acercaba el día de la jura de bandera, le permitieron calzar sus playeras para entrenar el desfile. Al final, el guarnicionero del batallón le tomó las medidas y ya no pudo escaquearse. Desde ese momento pasó de hacer de cuartelero a “pisahormigas”, pateando día sí y día también los áridos terrenos donde se asentaba el campamento militar. 

La mayoría de edad estaba fijada en los 21 años, aunque de forma voluntaria se podía acceder antes, con 18 años. Los que accedían por llamamiento de Quintas tenían 16 meses de servicio, en tanto que los voluntarios tenían que hacer 20 meses, pero con la ventaja de poder elegir destino y arma, es decir, dentro de su Provincia o, si le convenía más conocer mundo, pedir otras provincias y modalidad de ejército: Tierra, Mar o Aire, siempre ajustándose a la disponibilidad de las plazas. 

Para quienes pasaban las pruebas de acceso a las “Milicias universitarias”, el tiempo de servicio se veía reducido a la mitad en períodos vacacionales distribuidos en tres veranos consecutivos de 2, 2 y 4 meses respectivamente. El primero y el segundo se dedicaba al adiestramiento militar y clases teóricas y prácticas del uso de distintos armamentos, logística, mando, etc. En ellos se iban sucediendo los grados, desde el “simple recluta” que se “dignificaba” tras la jura de bandera y se convertía en soldado y a llevar delante de su nombre el don en la correspondencia oficial. 

El segundo verano ya le daban los galones de cabo rojo que colocaba en las hombreras de las camisas, guerrera y gorros; lo mismo que en el tercer verano, era ascendido a cabo primera. Al final del segundo verano, tras un período complementario en un acuartelamiento recibía el nombramiento de alférez de complemento. En el tercer período estival de 4 meses, haría el servicio como oficial de la compañía al mando de una sección, en el acuartelamiento de su provincia o de la más cercana, si llegase el caso y así lo prefiriese. 

Aunque de todo eso se hablaba, particularmente a mí me interesaba más el hecho de terminar los estudios sin que fueran interrumpidos por el servicio militar. La inauguración del instituto me había pillado ya con los catorce años, finalizados los ocho cursos de la Enseñanza Primaria y matriculado en el Colegio “La Arquera” en el curso 1962/63. Inicié el bachiller el curso siguiente tras pasar la prueba de Ingreso y los exámenes de 1º a los que me presenté por libre con quince años, cuando lo normal era comenzar con los diez u once, aunque también coincidí con otros bastante mayores que yo. 

Algunos que iniciaban Magisterio a partir del Bachiller Elemental de cuatro cursos, con dieciocho años ya estaban dando clases en una escuela. 

El año en el que reinicié los estudios del bachiller, después de un año de pausa “logística”, dedicado al servicio de honorables oficiales de la paleta, la plomada y el nivel, me encontraba de compañero al hijo de nuestro profesor de Gimnasia, don Andrés  Moral que estaba de maestro en la escuela de Poo; había terminado estudios de Magisterio a que había accedido con bachillerato elemental y, como aún no tenía plaza ni se convocaban oposiciones, se matriculó en 5° del bachillerato Superior. Recuerdo que me parecía extraño estar de compañero con un maestro, pero supongo que encontraría alguna plaza por sustitución en alguna escuela, porque no estuvo el trimestre completo. 

¿De qué me hubiera servido terminar el bachiller con dieciocho y magisterio con veintiuno? Nunca se sabe qué puede ocurrir cuando se modifica lo más mínimo alguna de las variables de la vida. 

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