Habíamos
comenzado las prácticas rotativas por los distintos niveles de
Primaria y en 1970 estrenábamos la nueva Ley General de Educación,
del Ministro José Luis Villar Palasí.
En
las clases de la asignatura Organización Escolar, el Sr. Fraga que
también nos había dado en primero la asignatura de Didáctica nos
ponía al día en lo referente al nuevo decreto. Era buen profesor y
nos daba la impresión, al menos a mí, que ponía en práctica lo
que explicaba: una excelente didáctica y no menos buena
organización. Bastaba con escucharle para entender y asimilar el
contenido del par de libros que tuvimos de apoyo; además de profesor
nuestro era director en el Colegio Ventanielles.
En
las aulas del Colegio “La Gesta” había muchas cosas que no nos
gustaban; pero era impensable hacer una crítica de las mismas. Con
las cosas negativas también se aprende si te propones no aplicarlas
en tus clases.
Como
en la Escuela Normal, institutos, escuelas unitarias o colegios del
país, la escuela aneja de la Gesta estaba escrupulosamente dividida
según género: “Niñas-Niños”; maestras-maestros;
directora-director, lo mismos con los conserjes o bedeles: los
separaba una gruesa pared de piedra a prueba de cañonazos. Es
evidente que no habían puesto en práctica las normativas al
respecto aparecidas en la Ley “Villar Palasí” del 1967 en
Educación. Justo ese mismo año, pero ya en el segundo o tercer
trimestre, no lo recuerdo bien, cuando llegamos de las vacaciones,
nos encontramos con el muro de la Normal abierto el paso hacia la
zona de las maestras, en cuya entrada se encontraba la Secretaría
del centro para los papeleos oficiales, las notas, etc, y la mítica
cancerbera Dª Julia que, salvo que supieras adularla con el equipo de
fútbol de su querencia, te cerraba el paso a cal y canto y vigilaba
a sus pupilas con exageración.
Mientras
que en el primer curso nuestra asistencia a las aulas de la Aneja
había consistido en ser “oyentes” y observar, tomar apuntes y
comentar lo aprendido en el “Diario” que el profesor de Prácticas
nos exigía, en el segundo debíamos preparar la Unidad didáctica
que nos indicase el maestro tutor, para calificarnos y pasar la nota al Sr. Fidalgo que, además de ser el director del
Colegio de "La Gesta", sección Niños, nos daba clases como profesor de Prácticas.
Si
la imagen de la moderna E.G.B. que nos había hecho el Sr. Fraga en
las clases de Didáctica y Organización Escolar era atractiva para
nosotros, que ya soñábamos con aplicarla, la que percibí en aquel
Colegio que debería ser un modelo andaba muy lejos de serlo, pues
los maestros seguían una pedagogía rancia y pasada, pero evitábamos
reflejarlo en el diario de Prácticas.
Hay
que aclarar que para tomar plaza como definitivo en aquel colegio, resultaba muy
difícil, pues aparte de exigir un número excesivo de puntos acumulados desde el último destino, en el Concurso General de Traslados, era preciso otras
componendas aparte. Las plazas de matrícula para los alumnos estaban muy determinadas, según categorías sociales, militares o políticas.
Había
varios maestros con carácter interino, de promociones anteriores al
“Plan de 1967”, que era el nuestro, y que habían entrado en
Magisterio con el Bachillerato Elemental. Haciendo un cálculo
aproximado de la edad que tenían, habrían entrado con catorce años,
añadimos tres más en la Escuela Normal y otros tres que llevaba en
marcha el nuevo plan, se les puede calcular, aproximadamente,
veintiuno o veintidós años. Prácticamente, de mi misma edad.
Recuerdo especialmente a uno de ellos al que ya habían apodado las
promociones anteriores como “Condesito”. La verdad sea dicha,
iba impecablemente vestido de traje y corbata, abrigo, bufanda y
guantes, en su época, que hacía gala de su apodo.
Tres
cursos posteriores, el segundo de mi experiencia como maestro,
escuché su nombre en una anécdota relatada por una compañera,
maestra en Cabrales, cuando nos juntábamos allí también los
maestros de las dos Peñamelleras.
Tras
su paso por la Gesta como Interino, donde lo conocí el segundo año,
fue destinado a cubrir la plaza libre que había quedado, no sé
decir si como definitivo o provisional, al pueblo de Sotres, un
destino de los de más altura de la provincia. He de aclarar, para
que no haya lugar a malos entendidos, que entre la cantera de los
maestros en ciernes para salir por la puerta grande con el título
bajo el brazo, se escuchaba decir esto:
–
“A mí no me importaría un destino como el de Ibias, Taramundi,
Bulnes o Sotres” – a sabiendas de que en algunos de ellos
habríamos de echar mano de una caballeriza para acceder a los
mismos, aunque también los había más exquisitos que apuntaban a
otros destinos más fáciles de cumplir.
Contaba
la maestra que el “Condesito” solía bajar todos los viernes
hasta Arenas para tomar el autobús de “Mento” que le llevase a
su casa. Los vecinos de Sotres confiaban en él y le entregaban las
ganancias para que las ingresara en la ventanilla de la sucursal
bancaria correspondiente, motivo por lo que apreciaban y respetaban
al maestro.
Con
las fuertes nevadas de diciembre, se había convertido el paisaje en
una clásica estampa navideña y quedaba borrado el trazado de la
sinuosa y estrecha carretera desde Sotres hasta Poncebos. El maestro
no quería perder aquel fin de semana sin poder ir a casa, a pesar
de la advertencia del peligro que le habían hecho muchos vecinos.
Quienes le habían entregado el dinero para ingresarlo en su cuenta,
lo vigilaban en todo el trayecto que les permitió la orografía, y
en no pocas ocasiones se llevaron un buen susto al verlo rodar o
hundirse entre la nieve.
Las
nieves continuaron la semana siguiente y la posterior con mayor
intensidad, si cabe, pues quedó también cortada de los argayos el
tramo de Arenas a Poncebos. De ahí que las aulas de Sotres, Tielve,
Bulnes y Camarmeña decretaron unas vacaciones blancas unas semanas
antes de la llegada de la Navidad.
Pasado
el día de Reyes y despejada en buena parte la pista de subida a
Sotres, un nuevo maestro abrió las puertas del aula. Se presentó a
los padres que habían llevado a sus hijos pequeños, como el
sustituto del maestro titular y las clases comenzaron con total
normalidad. Todo hubiera ido sobre ruedas, a no ser por el nuevo
palabrero que los niños mayores y los pequeños, por no andar a la
zaga, comenzaban a usar en sus juegos y también en sus casas.
Los
más pequeños confesaron escucharlas decir al maestru cuando se
enfadaba con alguno de los mayores.
Alguien
se encargó de dar el chivatazo desde Arenas a la Inspección de
Educación sita en Cangas de Onís, desde la que se llevaba el
control educativo de toda la vertiente oriental del Principado. Como
en la Delegación de Educación de la calle Río San Pedro, María
Antonia, la Jefa de Personal, que era como el disco duro de un
ordenador actual, conocía y recordaba el nombre de los maestros más
destacados de cualquier zona de Asturias y su situación
administrativa y lugar de trabajo no recordaba haber firmado el
cambio de docente para la escuela de Sotres, entendieron que pudiera
tratarse de una simple sustitución por asuntos propios, que estaba
contemplada como legal.
La
sustitución podía realizarse por persona adulta con estudios medios
o superiores y, lo más importante, ser poseedor de “valores
morales, católicos y acordes al Régimen, sin antecedentes penales.
Que no padeciese enfermedades infecto contagiosas ni físicas” El
pago de emolumentos corría a cargo del contratante.
Pasada
la invernada, el “Condesito” regresó y el sustituto después de
aquel período tranquilo de vacaciones vividas en uno de los pueblos
más emblemáticos de los Picos de Europa, se despidió con pena de
sus alumnos y de los amigos que ya había echado.
En
Santander tomó un barco de la naviera en la que estaba enrolado como
oficial y con el que partiría en una nueva singladura. Prometió
volver pronto, pues había quedado prendado del paisanaje, costumbres
y, sin duda, del famoso queso “Cabrales”, del cual llevaba bien
envuelto una buena muestra en la mochila.
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