martes, 12 de noviembre de 2019

126.- Las prácticas de Magisterio en la Escuela Aneja.



Habíamos comenzado las prácticas rotativas por los distintos niveles de Primaria y en 1970 estrenábamos la nueva Ley General de Educación, del Ministro José Luis Villar Palasí.

En las clases de la asignatura Organización Escolar, el Sr. Fraga que también nos había dado en primero la asignatura de Didáctica nos ponía al día en lo referente al nuevo decreto. Era buen profesor y nos daba la impresión, al menos a mí, que ponía en práctica lo que explicaba: una excelente didáctica y no menos buena organización. Bastaba con escucharle para entender y asimilar el contenido del par de libros que tuvimos de apoyo; además de profesor nuestro era director en el Colegio Ventanielles.

En las aulas del Colegio “La Gesta” había muchas cosas que no nos gustaban; pero era impensable hacer una crítica de las mismas. Con las cosas negativas también se aprende si te propones no aplicarlas en tus clases.

Como en la Escuela Normal, institutos, escuelas unitarias o colegios del país, la escuela aneja de la Gesta estaba escrupulosamente dividida según género: “Niñas-Niños”; maestras-maestros; directora-director, lo mismos con los conserjes o bedeles: los separaba una gruesa pared de piedra a prueba de cañonazos. Es evidente que no habían puesto en práctica las normativas al respecto aparecidas en la Ley “Villar Palasí” del 1967 en Educación. Justo ese mismo año, pero ya en el segundo o tercer trimestre, no lo recuerdo bien, cuando llegamos de las vacaciones, nos encontramos con el muro de la Normal abierto el paso hacia la zona de las maestras, en cuya entrada se encontraba la Secretaría del centro para los papeleos oficiales, las notas, etc, y la mítica cancerbera Dª Julia que, salvo que supieras adularla con el equipo de fútbol de su querencia, te cerraba el paso a cal y canto y vigilaba a sus pupilas con exageración.

Mientras que en el primer curso nuestra asistencia a las aulas de la Aneja había consistido en ser “oyentes” y observar, tomar apuntes y comentar lo aprendido en el “Diario” que el profesor de Prácticas nos exigía, en el segundo debíamos preparar la Unidad didáctica que nos indicase el maestro tutor, para calificarnos y pasar la nota al Sr. Fidalgo que, además de ser el director del Colegio de "La Gesta", sección Niños, nos daba clases como profesor de Prácticas.

Si la imagen de la moderna E.G.B. que nos había hecho el Sr. Fraga en las clases de Didáctica y Organización Escolar era atractiva para nosotros, que ya soñábamos con aplicarla, la que percibí en aquel Colegio que debería ser un modelo andaba muy lejos de serlo, pues los maestros seguían una pedagogía rancia y pasada, pero evitábamos reflejarlo en el diario de Prácticas.
Hay que aclarar que para tomar plaza como definitivo en aquel colegio, resultaba muy difícil, pues aparte de exigir un número excesivo de puntos acumulados desde el último destino, en el Concurso General de Traslados, era preciso otras componendas aparte. Las plazas de matrícula para los alumnos estaban muy determinadas, según categorías sociales, militares o políticas.

Había varios maestros con carácter interino, de promociones anteriores al “Plan de 1967”, que era el nuestro, y que habían entrado en Magisterio con el Bachillerato Elemental. Haciendo un cálculo aproximado de la edad que tenían, habrían entrado con catorce años, añadimos tres más en la Escuela Normal y otros tres que llevaba en marcha el nuevo plan, se les puede calcular, aproximadamente, veintiuno o veintidós años. Prácticamente, de mi misma edad. Recuerdo especialmente a uno de ellos al que ya habían apodado las promociones anteriores como “Condesito”. La verdad sea dicha, iba impecablemente vestido de traje y corbata, abrigo, bufanda y guantes, en su época, que hacía gala de su apodo.

Tres cursos posteriores, el segundo de mi experiencia como maestro, escuché su nombre en una anécdota relatada por una compañera, maestra en Cabrales, cuando nos juntábamos allí también los maestros de las dos Peñamelleras.
Tras su paso por la Gesta como Interino, donde lo conocí el segundo año, fue destinado a cubrir la plaza libre que había quedado, no sé decir si como definitivo o provisional, al pueblo de Sotres, un destino de los de más altura de la provincia. He de aclarar, para que no haya lugar a malos entendidos, que entre la cantera de los maestros en ciernes para salir por la puerta grande con el título bajo el brazo, se escuchaba decir esto:
– “A mí no me importaría un destino como el de Ibias, Taramundi, Bulnes o Sotres” – a sabiendas de que en algunos de ellos habríamos de echar mano de una caballeriza para acceder a los mismos, aunque también los había más exquisitos que apuntaban a otros destinos más fáciles de cumplir.

Contaba la maestra que el “Condesito” solía bajar todos los viernes hasta Arenas para tomar el autobús de “Mento” que le llevase a su casa. Los vecinos de Sotres confiaban en él y le entregaban las ganancias para que las ingresara en la ventanilla de la sucursal bancaria correspondiente, motivo por lo que apreciaban y respetaban al maestro.
Con las fuertes nevadas de diciembre, se había convertido el paisaje en una clásica estampa navideña y quedaba borrado el trazado de la sinuosa y estrecha carretera desde Sotres hasta Poncebos. El maestro no quería perder aquel fin de semana sin poder ir a casa, a pesar de la advertencia del peligro que le habían hecho muchos vecinos. Quienes le habían entregado el dinero para ingresarlo en su cuenta, lo vigilaban en todo el trayecto que les permitió la orografía, y en no pocas ocasiones se llevaron un buen susto al verlo rodar o hundirse entre la nieve.
Las nieves continuaron la semana siguiente y la posterior con mayor intensidad, si cabe, pues quedó también cortada de los argayos el tramo de Arenas a Poncebos. De ahí que las aulas de Sotres, Tielve, Bulnes y Camarmeña decretaron unas vacaciones blancas unas semanas antes de la llegada de la Navidad.

Pasado el día de Reyes y despejada en buena parte la pista de subida a Sotres, un nuevo maestro abrió las puertas del aula. Se presentó a los padres que habían llevado a sus hijos pequeños, como el sustituto del maestro titular y las clases comenzaron con total normalidad. Todo hubiera ido sobre ruedas, a no ser por el nuevo palabrero que los niños mayores y los pequeños, por no andar a la zaga, comenzaban a usar en sus juegos y también en sus casas.
Los más pequeños confesaron escucharlas decir al maestru cuando se enfadaba con alguno de los mayores.

Alguien se encargó de dar el chivatazo desde Arenas a la Inspección de Educación sita en Cangas de Onís, desde la que se llevaba el control educativo de toda la vertiente oriental del Principado. Como en la Delegación de Educación de la calle Río San Pedro, María Antonia, la Jefa de Personal, que era como el disco duro de un ordenador actual, conocía y recordaba el nombre de los maestros más destacados de cualquier zona de Asturias y su situación administrativa y lugar de trabajo no recordaba haber firmado el cambio de docente para la escuela de Sotres, entendieron que pudiera tratarse de una simple sustitución por asuntos propios, que estaba contemplada como legal.
La sustitución podía realizarse por persona adulta con estudios medios o superiores y, lo más importante, ser poseedor de “valores morales, católicos y acordes al Régimen, sin antecedentes penales. Que no padeciese enfermedades infecto contagiosas ni físicas” El pago de emolumentos corría a cargo del contratante.

Pasada la invernada, el “Condesito” regresó y el sustituto después de aquel período tranquilo de vacaciones vividas en uno de los pueblos más emblemáticos de los Picos de Europa, se despidió con pena de sus alumnos y de los amigos que ya había echado.
En Santander tomó un barco de la naviera en la que estaba enrolado como oficial y con el que partiría en una nueva singladura. Prometió volver pronto, pues había quedado prendado del paisanaje, costumbres y, sin duda, del famoso queso “Cabrales”, del cual llevaba bien envuelto una buena muestra en la mochila.



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