RECUERDOS
DEL INSTITUTO (I)
1.-
Las obras
En
un Consejo de Ministros de un jueves de primeros de año, se
establece la creación del Instituto. Las obras no tardan en dar
comienzo bajo la dirección y ejecución de la empresa Toriello, con
tal alarde de rapidez que permitieron el inicio de las clases para el
próximo curso 62/63. Aunque parezca insólito, “los
contratistas de obra tuvieron sus inconvenientes para completar la
plantilla de obreros fijos, por corresponder las fechas con la marcha
a las tejeras y el comienzo de las labores del campo y otros
trabajos”.
Fue
en la mañana del 26 de noviembre de 1962 cuando tuvo lugar la
inauguración del Instituto Nacional de Enseñanza Media en Llanes,
pero de esas cosas me entero ahora que estoy leyendo en el volumen
II: “Llanes , siglo XX”, donde se resumen los
acontecimientos reflejados en este semanario en el período que va
desde 1951 a 2000.
Mientras
tanto, yo voy a la Arquera, desde el cursillo de agosto hasta junio
de 1963. Un mes de inactividad académica y en agosto continúo, pero
esta vez, ya en la clase Comercial con el hermano Pedro. No me creerá
nadie si digo que el hecho de subir ese escalón fue para mí poco
menos que alcanzar la cima del Everest. Allí en ese cursillo de
apenas un mes entré en contacto con nuevas disciplinas como el
Álgebra que suponía para mí una nueva forma de calcular bastante
más sosegada con la que, mira por dónde, podía ya calcular el
número de palomas que componía la bandada con la que se encontró
el gavilán.
El
enunciado era así de enrevesado: “Un gavilán le pregunta a la
guía de una bandada de palomas por el número de sus integrantes a
lo que le contesta ésta:
─Si
se nos unieran la mitad más de las que somos y tú, seríamos en
total un ciento”
El
gavilán debió quedarse bastante rato cavilando la solución por la
cuenta de la vieya con lo que, cuando se dio cuenta, la presa
había desaparecido.
Además,
escuché por primera vez la lengua de Voltaire. Aquellos nuevos
fonemas me parecían del todo difíciles de emitir, sobremanera en lo
concerniente al uso del fonema /r/, ¡con lo que me había costado de
pequeño discernir entre /caro/ y /carro/ o entre /pero/ y /perro/!
Un
día, a pie del puesto de materiales y regalices, aún no se me
olvidó, aquel buen hermano me habló del Instituto y de las
posibilidades que abría para quienes estudiásemos el Bachillerato.
Me explicó con todo detalle los cursos que lo conformaban y prometió
enterarse para el lunes, de las fechas de exámenes de Ingreso.
Yo
estaba deseando llegar a casa y explicarles a mis padres el proyecto
que me había dibujado el hermano Pedro.
2.-
La Matrícula y el Ingreso
No
hubo falta de mucha reflexión. Acordaron que podía empezar a
tramitar la matrícula de Ingreso. Así es como el 22 de agosto de
1963 me abrió en ventanilla Blanca, la secretaria administrativa, el
Libro de Calificación Escolar, donde tuve que firmar como alumno y
pagar las tasas académicas que quedaron reflejadas por un timbre
móvil pegado en la hoja correspondiente del citado libro. El examen
sería a los pocos días.
El
día 7 de septiembre de 1963, víspera de la Guía figura como fecha
de haber pasado con suficiencia la prueba de Ingreso, requisito
imprescindible para iniciar estudios de bachillerato. La prueba era
ante un tribunal formado por D. Andrés en lo que respecta a
conocimientos de ciencias y matemáticas; D. Manuel exclusivamente
para el tema de la Religión y D. Ricardo, el nuevo director que
había sustituido a Bartolomé Taltavull, para las nociones de
Gramática y Ortografía.
Las
pruebas duraron toda la mañana. Estábamos esperando en la misma
aula hasta ser llamados por el tribunal. Las preguntas eran elegidas
por orden según la asignatura, de una batería de ellas, por lo que
escuchar las respuestas de los que nos precedían no suponía ninguna
ventaja para los que proseguíamos.
Aún
me quedaba el trago de pasar las pruebas de las distintas asignaturas
del primer curso a las que el hermano Pedro creyó verme
convenientemente preparado. Yo había conseguido los libros por medio
de trueque por los de La Arquera con un amigo que volvía al colegio.
Así que con el material de texto necesario junto con una lista en
verso de los pueblos más importantes por provincias, fue como
aprendí y repasé de geografía de España todo lo referente a
comarcas, pueblos, ríos, costas, climas y cultivos. Eché en ello
los últimos días de agosto y primeros de septiembre aprendiendo
aquella lista de estrofas mientras dábamos la vuelta a la hierba. Mi
madre, mientras descansábamos al pie de la cabaña y en tanto
esperábamos a empezar el ordeño, me tomaba las lecciones. Creo que
ella, a quien la guerra le había impedido una correcta
escolarización, se vio satisfecha por aprender conmigo aquellas
retahílas y que a buen seguro, de presentarse al examen, lo hubiese
pasado con nota dada su buena memoria.
No
podría recordar ya con exactitud el día del examen, pero en cambio
sí recuerdo que era al día siguiente de la Guía, por lo que
buscando en un calendario perpetuo me sale lunes. El día del examen
de primero, lo mismo que en el de Ingreso, no quise ni mal ni bien
que me acompañaran mis padres como hacían otros. Pensaba que me
pondría aún más nervioso y me sirvió para ir perdiendo mi natural
timidez, al enfrentarme solo a las situaciones novedosas.
Estos
nervios, sólo me duraban hasta que leía el ejercicio y me daba
cuenta de que no era tan difícil como me esperaba. Me seguiría
pasando a lo largo de los exámenes que tuve que hacer y en
situaciones estresantes. A los exámenes concurríamos tantos los
libres como los oficiales que habían suspendido en
junio alguna asignatura. Se presentaban conmigo Manuel Espina, de
Andrín, animado seguramente también por el fraile que se preocupaba
por nuestro futuro y J. A. Cantero, de Balmori con los que a partir de entonces tuve gran amistad. Compartí con ellos esos instantes de tensión que
se producen entre examen y examen donde se cotejan los resultados.
La
lectura incorrecta de una cifra puesta en el encerado me costó el
suspenso en Matemáticas. Nunca sabré si fue causa de una miopía
escolar sin detectar, que sólo años después me diagnosticaron en
Oviedo y me corrigieron con gafas. También dejé por hacer el examen
de Gimnasia sueca porque no tenía ni idea en qué consistía tal
asignatura.
El
examen final correspondía a la asignatura de dibujo artístico. En
la escuela primero y en el colegio después había aprendido a
dibujar con cierta soltura y a usar tanto el lápiz como el
carboncillo y la pluma de tinta china, por lo que pensaba que sería
una prueba relajante. Recuerdo que D. José Purón Sotres, de quien
yo no sospechaba ni por lo más remoto que era un consumado artista,
se acercó a mí y me dijo:
─Tú,
parraguesu, pinta una manzana. Yo eché todo el empeño en ello.
Gracias por compartir esos recuerdos, algunos de ellos tienen olor y color. Un saludo.
ResponderEliminarGracias a ti por interesarte por ellos y por tu apreciación que anima a seguir.
Eliminar