lunes, 13 de octubre de 2014

64.- Cambio decisivo

RECUERDOS DEL INSTITUTO (I)

1.- Las obras

En un Consejo de Ministros de un jueves de primeros de año, se establece la creación del Instituto. Las obras no tardan en dar comienzo bajo la dirección y ejecución de la empresa Toriello, con tal alarde de rapidez que permitieron el inicio de las clases para el próximo curso 62/63. Aunque parezca insólito, “los contratistas de obra tuvieron sus inconvenientes para completar la plantilla de obreros fijos, por corresponder las fechas con la marcha a las tejeras y el comienzo de las labores del campo y otros trabajos”.
Fue en la mañana del 26 de noviembre de 1962 cuando tuvo lugar la inauguración del Instituto Nacional de Enseñanza Media en Llanes, pero de esas cosas me entero ahora que estoy leyendo en el volumen II: “Llanes , siglo XX”, donde se resumen los acontecimientos reflejados en este semanario en el período que va desde 1951 a 2000.
Mientras tanto, yo voy a la Arquera, desde el cursillo de agosto hasta junio de 1963. Un mes de inactividad académica y en agosto continúo, pero esta vez, ya en la clase Comercial con el hermano Pedro. No me creerá nadie si digo que el hecho de subir ese escalón fue para mí poco menos que alcanzar la cima del Everest. Allí en ese cursillo de apenas un mes entré en contacto con nuevas disciplinas como el Álgebra que suponía para mí una nueva forma de calcular bastante más sosegada con la que, mira por dónde, podía ya calcular el número de palomas que componía la bandada con la que se encontró el gavilán.
El enunciado era así de enrevesado: “Un gavilán le pregunta a la guía de una bandada de palomas por el número de sus integrantes a lo que le contesta ésta:
Si se nos unieran la mitad más de las que somos y tú, seríamos en total un ciento”
El gavilán debió quedarse bastante rato cavilando la solución por la cuenta de la vieya con lo que, cuando se dio cuenta, la presa había desaparecido.
Además, escuché por primera vez la lengua de Voltaire. Aquellos nuevos fonemas me parecían del todo difíciles de emitir, sobremanera en lo concerniente al uso del fonema /r/, ¡con lo que me había costado de pequeño discernir entre /caro/ y /carro/ o entre /pero/ y /perro/!
Un día, a pie del puesto de materiales y regalices, aún no se me olvidó, aquel buen hermano me habló del Instituto y de las posibilidades que abría para quienes estudiásemos el Bachillerato. Me explicó con todo detalle los cursos que lo conformaban y prometió enterarse para el lunes, de las fechas de exámenes de Ingreso.
Yo estaba deseando llegar a casa y explicarles a mis padres el proyecto que me había dibujado el hermano Pedro.

2.- La Matrícula y el Ingreso

No hubo falta de mucha reflexión. Acordaron que podía empezar a tramitar la matrícula de Ingreso. Así es como el 22 de agosto de 1963 me abrió en ventanilla Blanca, la secretaria administrativa, el Libro de Calificación Escolar, donde tuve que firmar como alumno y pagar las tasas académicas que quedaron reflejadas por un timbre móvil pegado en la hoja correspondiente del citado libro. El examen sería a los pocos días.
El día 7 de septiembre de 1963, víspera de la Guía figura como fecha de haber pasado con suficiencia la prueba de Ingreso, requisito imprescindible para iniciar estudios de bachillerato. La prueba era ante un tribunal formado por D. Andrés en lo que respecta a conocimientos de ciencias y matemáticas; D. Manuel exclusivamente para el tema de la Religión y D. Ricardo, el nuevo director que había sustituido a Bartolomé Taltavull, para las nociones de Gramática y Ortografía.
Las pruebas duraron toda la mañana. Estábamos esperando en la misma aula hasta ser llamados por el tribunal. Las preguntas eran elegidas por orden según la asignatura, de una batería de ellas, por lo que escuchar las respuestas de los que nos precedían no suponía ninguna ventaja para los que proseguíamos.

Aún me quedaba el trago de pasar las pruebas de las distintas asignaturas del primer curso a las que el hermano Pedro creyó verme convenientemente preparado. Yo había conseguido los libros por medio de trueque por los de La Arquera con un amigo que volvía al colegio. Así que con el material de texto necesario junto con una lista en verso de los pueblos más importantes por provincias, fue como aprendí y repasé de geografía de España todo lo referente a comarcas, pueblos, ríos, costas, climas y cultivos. Eché en ello los últimos días de agosto y primeros de septiembre aprendiendo aquella lista de estrofas mientras dábamos la vuelta a la hierba. Mi madre, mientras descansábamos al pie de la cabaña y en tanto esperábamos a empezar el ordeño, me tomaba las lecciones. Creo que ella, a quien la guerra le había impedido una correcta escolarización, se vio satisfecha por aprender conmigo aquellas retahílas y que a buen seguro, de presentarse al examen, lo hubiese pasado con nota dada su buena memoria.
No podría recordar ya con exactitud el día del examen, pero en cambio sí recuerdo que era al día siguiente de la Guía, por lo que buscando en un calendario perpetuo me sale lunes. El día del examen de primero, lo mismo que en el de Ingreso, no quise ni mal ni bien que me acompañaran mis padres como hacían otros. Pensaba que me pondría aún más nervioso y me sirvió para ir perdiendo mi natural timidez, al enfrentarme solo a las situaciones novedosas.
Estos nervios, sólo me duraban hasta que leía el ejercicio y me daba cuenta de que no era tan difícil como me esperaba. Me seguiría pasando a lo largo de los exámenes que tuve que hacer y en situaciones estresantes. A los exámenes concurríamos tantos los libres como los oficiales que habían suspendido en junio alguna asignatura. Se presentaban conmigo Manuel Espina, de Andrín, animado seguramente también por el fraile que se preocupaba por nuestro futuro y J. A. Cantero, de Balmori con los que a partir de entonces tuve gran amistad. Compartí con ellos esos instantes de tensión que se producen entre examen y examen donde se cotejan los resultados.
La lectura incorrecta de una cifra puesta en el encerado me costó el suspenso en Matemáticas. Nunca sabré si fue causa de una miopía escolar sin detectar, que sólo años después me diagnosticaron en Oviedo y me corrigieron con gafas. También dejé por hacer el examen de Gimnasia sueca porque no tenía ni idea en qué consistía tal asignatura.
El examen final correspondía a la asignatura de dibujo artístico. En la escuela primero y en el colegio después había aprendido a dibujar con cierta soltura y a usar tanto el lápiz como el carboncillo y la pluma de tinta china, por lo que pensaba que sería una prueba relajante. Recuerdo que D. José Purón Sotres, de quien yo no sospechaba ni por lo más remoto que era un consumado artista, se acercó a mí y me dijo:

Tú, parraguesu, pinta una manzana. Yo eché todo el empeño en ello.   

2 comentarios:

  1. Gracias por compartir esos recuerdos, algunos de ellos tienen olor y color. Un saludo.

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    1. Gracias a ti por interesarte por ellos y por tu apreciación que anima a seguir.

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