jueves, 11 de mayo de 2023

166.- Hazañas bélicas

        Era la tercera semana de nuestra estancia en el campamento. El miércoles estuve pendiente del reloj desde la diana hasta el toque de silencio, recreando los principales hitos del discurrir de la fiesta en mi aldea. 

La fecha de celebración de la fiesta de santa Marina en mi aldea es el mismísimo día que se fijó tres años después para celebrar el “levantamiento nacional”. Y desde entonces, esa fecha fue catalogada como “fiesta nacional” en toda España, de misa y descanso laboral obligados. 

Escuchado contar en las tertulias de los mayores, el sábado 18 de julio de 1936, la alegría de la romería se rompió en el campo junto a la ermita. Por la noche continuó la verbena en los aledaños de la bolera con los sones del organillo y tantas veces fue  interrumpida como continuada, a medida que llegaban órdenes de las autoridades municipales. Por tanto, puede asegurarse que el día de la fiesta fue inamovible. *1

Ni qué decir tiene el insuperable menú que sirvieron los comedores el 18 de julio. Y, aunque fuese un calco exacto del anterior verano, era bien recibido. Para el resto de días, la verdad sea dicha, no tengo mal recuerdo sobre la calidad de los menús. 

Los desfiles eran pan comido para nosotros, bien a pesar del aumento de peso del “Cetme” de asalto, acompañados por la banda y los variados toques de cornetín que conocíamos a la perfección. Cada compañía se esmeraba en hacerlo sin errores. De regreso al pabellón, se desfilaba cantando la propia de cada compañía; la nuestra, quién lo iba a esperar, era “Bella ciao”.  *2

Los aspirantes a cabos de la cuarta compañía seguían entonando “La Lola” tal como yo había hecho el verano anterior. Debía de ser una práctica muy arraigada y, a pesar de ser un tanto salidilla de tono, ningún mando impedía cantarla en el trayecto de regreso desde la explanada del desfile hasta el pabellón. Cuando se concluía una canción, siempre surgía el vozarrón de turno que entonaba el verso de entrada a otra nueva. 

En los dos cursos de la IPS en Talarn no llegué a saber que “Lola” fuese el apodo aplicado a mi capitán de la cuarta compañía,  don Joaquín Imaz Martínez. Se había ganado nuestro mayor respeto al suspender el curso a los dos soldados espías que habían denunciado al sargento Norberto de mi sección por mandarle una carta de ánimo a un “objetor de conciencia” que cumplía el período de mili en calabozo. 

Gran sorpresa fue para mí leer recientemente en una web sobre Talarn, que dicho capitán resultó ser una de las primeras víctimas del terrorismo perpetrado contra un asentamiento militar.

Uno de los siguientes fines de semana, no sabría decir con exactitud cuál fue, se escucharon unos motores que no pertenecían a los vehículos habituales del campamento. Otro ruido metálico me recordaba el de las potentes excavadoras que habían realizado la carretera cuando removían la tierra de las fincas. 

Alguien explicó que se trataba de los tres tanques que habían llegado en tren desde Valencia hasta Lleida y a continuación por carretera hasta el campamento de Talarn

Cuando ya estaban en una parcela del campamento, por detrás de los pabellones, un nutrido grupo de curiosos nos acercamos a ellos cuando pararon los motores. Confieso que yo no habría de ser una excepción. Había sido un asiduo lector de las variadas publicaciones de tebeos de la época, pues uno de mis mejores amigos tenía en su casa una nutrida biblioteca y me los prestaba semanalmente cuando venía al pueblo con sus padres. Era la primera imagen que me había hecho de los “tanques” en “Hazañas Bélicas”, de las narraciones que mi padre me había hecho de su experiencia personal en la guerra. 

El calor que despedían aquellos monstruos de hierro era infernal a un metro de ellos. Una imagen imborrable para mi recuerdo es ver un enorme candado que cerraba la caja de herramientas al costado derecho del torreón, deformado y casi fundido como los relojes de Dali. 

Un compañero se subió sobre la cadena y las suelas de goma de sus botas se deshicieron como el chapapote recién echado en la carretera. 

Otros varios resultaron con quemaduras en sus manos que fueron atendidos en el botiquín y durante varios días se les reconocía por el vendaje. No obstante, algunos compañeros se adentraron en la torreta invitados por los artilleros. 


En las clases teóricas de las tardes delante del pabellón Simancas, el cabo primera en prácticas que las impartía nos dio algunos detalles de las características de los Z-45. 

Esta denominación del modelo, no la encontré en los sitios visitados de la web ni en otro comentario del blog sobre el campamento. Me parece estar viendo el letrero de blanco en el lateral derecho y por lógica debían de llevar otro idéntico en el izquierdo, pero mi memoria solo guardó uno. 

    En las imágenes emitidas por televisión al día siguiente del "23 F" creí ver desfilar por las calles de Valencia idénticos tanques mandados por Jaume Milans del Bosch.  

    Al día siguiente, provistos del cetme simulamos una avanzadilla campo a través tras aquellas ruidosas moles. Aparte del citado postureo militar, me parecería raro no poder recordar el sonido de sus bombazos contra las rocas señaladas en la lejana colina. 

    (1*) En la margen derecha hay un enlace al libro “A los quintos del ´40” que narra esto mismo.

    (2*) Grabada y registrada por primera vez en Nueva York por el acordeonista ucraniano Mishka Ziganoff en 1919. También fue el himno de la resistencia antifascista italiana. Wikipedia. 

    Yo la había aprendido y entonado en el obligado curso que todo aspirante a maestro debía hacer en el Colegio Menor del Cristo en Oviedo y en el campamento de Luarca.  

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