sábado, 19 de febrero de 2022

156.- Se percibe un ambiente más distendido

A continuación del adiestramiento en distintas armas singulares, en las que habríamos de profundizar en el siguiente campamento debimos pasar la prueba teórica final. Sentados sobre los escalones delante del pabellón, unos días después de haber pasado el examen, esperábamos a conocer los resultados, según nos fueran nombrando, no en orden de los apellidos, como solía ocurrir, sino de acuerdo con la nota obtenida. Presidían la mesa, el capitán Pose, los dos tenientes y el alférez.

Llevé una sorpresa grande al dar comienzo el alférez la lista por los dos apellidos, sin orden alfabético que cada cual debía apostillar con su nombre, seguido del obligado presente. No había esperado que esto ocurriera.

Me puse de pie a la vez que miraba incrédulo por si todo hubiese sido un error, pero no: me encontré con las caras vueltas de mis compañeros del pelotón y quizás las de toda la compañía que me mostraban aprecio y amistad. Escuché las voces del granadino y del samartiniego: “¡Bravo, Asturias! ; ¡Bravo, Llanes!

Me recuerdo ahora de una situación similar narrada con anterioridad, cuando en el salón de actos del instituto asistimos los alumnos a la apertura del curso, ocho años antes y algunas más, con alto grado de similitud con la presente, a lo largo de mi existencia.

La víspera de la marcha, me dediqué a poner en orden el contenido del petate y vigilar que el camastro conservase sábanas, almohada y manta, pues alguien podría darles el cambio con las suyas, por la mañana antes de que viniesen los de la lavandería.

Después de pasar por la ducha y cambiar de muda y poner los calcetines nuevos que reservaba para las salidas, vestí el pantalón y la camisa y calé la gorra dispuesto a tender mis sueños sobre la cama. Las noches empezaban a ser más frescas. Lograda su meta biológica con nuestra sangre, los mosquitos habían regresado al embalse y esperarían allí el inicio del próximo campamento. Até las botas a los hierros del pie de la litera y de un salto me subí a ella. A Uviéu le pareció mejor idea tumbarse vestido y calzado.

Toda precaución es insuficiente ante el afán de quienes, para ganarse la admiración de la manada, no reparan en hacer “gracias” que a ellos no les hicieran ninguna. Nadie dormía y en toda la sala se escuchaban bromas y chascarrillos que hacían reír de ocurrentes que nos parecían. Hasta el imaginaria relajando su cometido se sumó al cachondeo, hasta bien entrada la madrugada que caí en un profundo sueño acunado por un coro de ronquidos.

Acostumbrado a levantarme temprano, desperté antes del toque de diana y me dispuse a calzar las botas, pero no estaban donde las había dejado atadas. A mi compañero y a los otros dos les habían atado entre sí los cordones de las dos botas de modo que al tirarse del catre se diesen de bruces sobre el suelo. Los despierto y salimos a mirar por la terraza: una pila de botas adornaba el centro de la explanada de formación.

Nos dedicamos a rebuscar entre ellas y dar cada uno con las propias. Yo las podría reconocer por unos raspones que les había hecho en las punteras, al reptar en la pista americana; además los cordones que empezaban a deshilacharse los había acortado y perdido las buyetas.

Pero como por lo general todas tenían tales marcas de uso, cuando di con las que más posibilidades tenían de ser las mías, se me ocurrió olerles el betún que usaba para protegerlas de la humedad, para asegurarme de calzar las mías.

Después del desayuno, debíamos cambiarnos la ropa de faena por la de paseo, para pasar revista y recoger los pases que servirían para realizar el viaje gratis en autobuses públicos o trenes.

A los asturianos en la salida del campamento nos esperaba un hermoso autobús verde de la empresa llangreana “Zapico”. En la luneta trasera, los organizadores, aquellos dos compañeros de Magisterio, un par de promociones anterior a la mía que nos habían informado del viaje, habían colgado una pancarta con el  "¡Puxa Asturies!”.

Entre cánticos de alegría, el de Mieres desde el fondo del autocar infló la gaita y el de Parres acompañó como mejor supo con su armónica Hohner “Preciosa”.


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