miércoles, 4 de junio de 2025

184.- 3 La Cueva de "La Herrería"

Su nombre le viene de una antigua herrería que allí hubo. Mi padre me dio nombres de vecinos del pueblo que en ella trabajaron de peones. En una finca limítrofe a la carretera existe una edificación en ruinas que siempre me imaginé fuese la casa del oficial herrero. Las primeras incursiones que hice con algunos amigos del pueblo fueron en la época en que, ya en el instituto varios profesores, de Ciencias Naturales, Química e Historia, me habían introducido en el tema de los minerales y la Prehistoria. En el laboratorio existían colecciones de minerales y fósiles que los propios alumnos habían colaborado en complementarlas.

Recuerdo ver la mina cuando aún estaban en pie las edificaciones de los obreros y el gran hoyo cubierto por el agua que salía de los manantiales. Por el motivo que fuera, dejó de ser interesante para la empresa explotadora, pero años después que volví a verla, se había instalado una bomba que achicaba el agua por unas mangueras y la encauzaba por detrás de la bolera “Las Mimosas” y la casa de la familia Cea.

En la “Mina de Bolao” trabajó mi abuelo Santos González Cue y su primo Pedro Cue, más conocido por "Perico el coxu" , apodo que le viene al haberle amputado la pierna derecha la vagoneta con la que arrastraba el mineral tirada por un caballo.

En “Tierra´l Jelechu.com” de Félix Gutiérrez, creo haber visto una fotografía en la que se le ve en Viango por la “Fiesta del pastor”, cuando tenían por costumbre hacer  competiciones deportivas como: salto de altura usando el palo de monte, lanzamiento de barra y otras más. Recuerdo otra hazaña de Perico que me narró mi padre: “Le habían hecho una apuesta que consistía en atravesar el río Purón colgado del puente ferroviario hasta Puertas. No conforme con lo tratado, les propuso dar la vuelta sin soltarse si le doblaban el premio, como así ocurrió.

Pude ver la profundidad del hoyo y varios manantiales que soltaban el agua en él procedentes de las montañas. Aún recuerdo la torre cuadrangular hecha de ladrillos y embastada de cal y arena, con una puerta en la base cerrada con candado; en lo alto, estaban las tacillas de vidrio que aislaban los cables del tendido eléctrico.

A la Bolera de las “Mimosas”, con siete años, me llevó mi padre en su bicicleta para un campeonato de bolos por parejas, Mi padre y su hermano Eduardo se llevaron el primer premio.

Desde los seis o siete años solía ir a casa de Ramón Hano Fernández, casado con mi tía materna Alejandrina Noriega Sobrino y tenían una finca, “El molín de Janu” a la que me llevaron con mi prima Tere, tres años mayor que yo. Había allí unas ruinas atravesadas por un riachuelo. Justo a la entrada había otra covacha en la que mis tíos guardaban botellas de sidra y restos de un viejo carro de vacas.

Tío Ramón había estudiado en el Colegio de La Arquera. A su quinta le correspondió en el ejército de la II República luchando en el País Vasco cuando fueron atacados el 26 de abril del 37 por la “Legión Cóndor” alemana y la “Aviación Legionaria” italiana. Fue herido y asistido en un hospital regentado por monjas. La descripción que nos hacía de la sala era muy dura, por la escasez de: alimentos, camas, instrumental, médicos y… la ideología política que tenían una gran parte, que no toda, de los religiosos. Es justo hacer excepciones lo mismo que con los guardias.

A Ramón sólo le afectó un hombro y el meñique de la mano izquierda. Cuando las tropas fascistas tomaron el municipio de Llanes, fue recluido en el Convento de Celorio del que regresó al pueblo.

Es posible que alguno se extrañe si le narro durante la Guerra de la Independencia contra el ejército de Napoleón Bonaparte.

En incursiones por los montes, con amigos de la escuela habíamos caminado por un sendero que se tomaba por detrás de la Casería de Rumoru. Queríamos llegar a la mina de hierro "La Salgar" en la que había trabajado mi tío paterno Ramón González Gutiérrez y aún conservaba el maderamen de entrada, enormes vigas intactas en la boca de entrada.

Antes de llegar a la mina, pasamos por el llamado "Pozu los franceses", un pequeño boquete taponado con rocas para evitar la caída del ganado o de los pastores; tiramos unas piedras por el hueco que había y escuchamos el ruido que hacían durante unos  segundos.

Con posterioridad a este hallazgo pregunté a mi tío Ramón si sabía el motivo de aquel nombre puesto a la torca yasí me contó esto:

“Parece ser que en tiempos de aquella guerra, pasaron por aquí las tropas napoleónicas. Algunos pastores que bajaban del valle Viango, a golpes con el palo de monte, abatieron a unos gabachos con quienes se tropezaron y los echaron al pozo.

El batallón francés había acampado en la Vega de Sanroque; muy cerca de la capilla primitiva de “Sant Ilar” y “Los Pasucos” donde estaban los batanes para hacer telas y escarpines con el agua que de las cuestas bajaba siendo el nacimiento del río “Xixón” que pasa al norte de la actual capilla de la Guadalupe.

Cuando supieron del altercado reunieron a todos los varones de la aldea para ser diezmados si no daban nombre de los pastores culpables. Los colocaron en círculo y fueron eliminados contando de uno a diez y así hasta que alguien hablase. Las mujeres, niñas y niños se refugiaban en “La Cueva” que hay justo detrás de la bolera, herradero, casa concejo y escuela.

No es prudente creer ni dejar de creer en todas las leyendas, pues algunas resultan tener pistas para reforzar la verdad de los hechos.

Pasados aproximadamente unos veintidós años, vinieron a mi barrio “La Caleyona” de Parres turistas que se alojaron en la casa que Rodolfo Sobrino Arenas y Ángela Rodríguez González, construyeron lindera con la mía, emigrantes a Alemania y mecánico en la factoría de Sindelfingen de Stuttgart.

Roro me preguntó si no sabría yo de algún lugar donde llevarlos de excursión.

Uno de ellos, – me dijo – es un arqueólogo, habla francés y os podéis comunicar bien. Los otros dos únicamente hablan alemán, pero traen consigo un pequeño diccionario de bolsillo y lo usan cuando es precisan.

– El tercero, el más alto, te vas a sorprender si te cuento que tiene sendas prótesis en la pierna y el brazo derechos; pertenecía a las “Juventudes Hitlerianas” y estaba en el búnker dónde su ídolo se inmoló.

A mí no me hizo demasiada gracia aquel dato, pero accedí al venirme a la memoria la segunda entrada de que me había hablado el tío Ramón Hano Fernández. Al poco rato de caminar junto a ellos, me di cuenta de que su ojo izquierdo era de cristal. Cuando me preguntaba algo el arqueólogo, yo se lo decía en francés y a su vez él se lo transmitía al compañero que hojeaba el diccionario con habilidad con la mano diestra. Me daba las gracias y me preguntaba alguna otra cosa tirando de diccionario.

Llegados al prado donde conocía la otra entrada de la cueva “La Herrería” me encontré con una enorme roca que cerraba en parte la entrada y para pasarla tuve que ayudarle a pasarla levantando al mutilado por su pierna mecánica con la mano zurda a la vez que le sujetaba con la diestra por el cinturón.

Una vez dentro, caminamos unos metros y a la derecha nos encontramos con una portilla de hierro que protegía las pinturas. Tuvimos que saltar el regato de agua que circulaba junto a la jaula que arrastraba la arena blanca que una empresa en una finca cercana acumulaba, extraída de una cantera al pie de los Resquilones en La Tornería.

Al otro lado pude ver a la izquierda la tapiada salida y en el techo más bajo, nombres de refugiados y fechas correspondientes a la francesada y a la guerra del golpe de estado franquista.

Fue, pues, refugio de nuestros ancestros Homo Neanderthalensis” y “Homo Sapiens”, entre unos ciento setenta y ciento cincuenta mil años. Los pioneros de nuestros vecinos en grabar en roca la prehistoria.  

lunes, 26 de mayo de 2025

183.- 2.- Cuevas de “Taravirón” y “Covarón”

 

183.- 2.- Cuevas de “Taravirón” , “Covarón”

(Continuación con el tema de las cuevas en “La aldea perdida”


Saliendo del barrio La Casona y llegados al “Picu la concha” se toma a la izquierda el camino que nos lleva a Corisco, por el “Cuetu las cerezales”, antes de dar la curva se veía una oquedad a la izquierda en una finca con roca y perfil inclinado.

Después de la experiencia tenida a pocos metros de allí con la cueva del cueto la Mina, decidimos explorarla otro día sin clases. He de aclarar que había sido descubrimiento suyo, pues yo dependiendo del uso de la harina, por su cercanía solía llevarla a Corisco. Leonor Martínez Pérez y José Gutiérrez Martínez, tenían un pequeño molino de una sola muela, por lo que dependiendo del uso que se le diera, podría servir o no por ser menos fina que la los demás molineros.

En otro blog, dediqué una entrada a consignar todos los molinos existentes en el pueblo, algunos de los cuales pasan desapercibidos. En él cuento cómo el padre de José trajo los aperos del viejo molino al otro lado del monte que atraviesa el río por la cueva “Covarada”donde aún hoy se puede encontrar restos de anclaje de un viejo molino, así como también los de una edificación que sería su casa.

“Nos metimos en la cueva sorteando estrechos pasadizos y evitando resbalar o crismarnos la cabeza con las afiladas estalactitas. Fue una larga bajada. El molino estaba en la parte al este de la finca que ha de ser por los sedimentos del Melendru que deja tras pasar Requexu.

José había segado la finca para las vacas y el verde lo tenía ya dispuesto en pequeños “guruños” que iba subiendo a hombros en el “sábanu”.

Mientras arrancó con el primero, a Pedrín se le ocurrió salir a deshacer uno de los montones y volverse a la cueva. Cuando José regresó a por el siguiente montón, se cagaba en todo lo que había que cagase, nosotros habíamos apagado las linternas de pila de petaca que habíamos llevado.

Al salir, observé unos trazos rojos en una de las rocas, parecidas a las que años después pude ver en Ribadesella, Altamira, Llonín…

Pegando un gran salto en el tiempo, estando estudiando en el Instituto, llevé a mi primo Félix Hano Noriega, de la Pereda a que conociera la cueva y le enseñé los signos dibujados. Él tenía un profesor del instituto al que apodaban “Urraca” y lo llevó a ver la cueva de Taravirón. Tuvo la suerte de encontrar unas hachas de bronce que no sé qué fue de ellas. Supongo que las haya entregado, motivo por el cual se impidió levantar un chalet en el prado y también retirar la plancha de hormigón armado donde levantar las paredes de la nueva edificación.



miércoles, 14 de mayo de 2025

182.- Las Cuevas

 2ª PARTE: “LA ALDEA PERDIDA”

Aclaración inicial:

En el blog “Aldea recuperada” explico en la introducción del mismo que evito el título de la obra de D. Armando Palacio Valdés, pues Google lógicamente revierte las búsquedas a ella. Cambiarle el nombre no es, por aprovecharse de ello, ni por plagio ni por soberbia.

Desde los siete años, que entré en la Escuela leía y comenzaba a escribir. En la primera Sección con D. Francisco Peláez, oriundo de Pechón, y en la segunda Sección con D. Manuel Fernández, de Andrín.

Mis padres leían por la noche los libros que les dejaba Teresa Junco Blanco, de la familia el “Curru”. Era una familia numerosa que vivían del trabajo en el campo, pero tenían también el único hermano, Pepe “El Curru” indiano que compró la casa a Bernardino Noriega, construyó una cuadra a cuyo pajar se accedía por uno de los caminos que a pocos metros de la escuela. También pudimos ver por primera vez en su casa la televisión donde acudíamos de domingo los niños. Poco después nos distribuíamos por otros tres sitios más: la casa de Gloria en la “Campa”, tía de mi padre; en la casa de José Quintana y Gaudiosa Nieda, a unos metros de la anterior y en el bar “El Fresnu”.


182.1 Cueva, “Covajornu”.

En “Covajornu” se refugiaban mis abuelos maternos, Araceli Sobrino Tamés y Marcos Noriega González con sus tres hijas: Alejandrina con doce años, mi madre, Serafina con once y Teresina con siete, cuando las tropas golpistas entraron en el pueblo. Corría el año 1937 cuando las tropas franquistas entraron en el pueblo. Pero todo esto concerniente a la guerra, lo narro en mi libro titulado “A los Quintos del 40”. (1)

Con apenas diez años, un primo mío por parte de padre, dos años mayor que yo, tenía la costumbre de organizar los amagüestos de castañas en distintas zonas donde las había: uno de esos sitios quedaba justo delante de la boca principal de esta “cueva_jornu” que viene a significar cueva honda. Dentro de ella había un alto espacio como para poder verla sin peligro a pegarse contra las estalactitas, sí en cambio había profundas oquedades. Y como en otras más de las que narraré, se podían ver supuestas imágenes por las formas que habían formado durante un incalculable tiempo geológico.

En ella encontraron los chavales mayores con quienes él entraba, un sable de mando militar que vendieron y con el dinero que sacaron, nos pagó las entradas para subirnos a un columpio que movían los dueños con su propio peso; aún no había instalación eléctrica junto a la capilla de Santa Marina donde se celebra con exactitud el día 18 de julio.

Un tiempo después, Félix nos enseñó otra entrada más pequeña que estaba en la finca de Graciano Villar. Había que entrar apoyado en los codos y rodillas para no pegar contra las agujas que colgaban del techo y además la oscuridad era total. Algunos de los mayores nos indicaban con linterna los hoyos que había. Al fondo de uno de ellos vimos un montón de huesos. De inmediato dimos cuenta al alcalde del pueblo, por entonces Ricardín Gómez Gutiérrez; nos dijeron que no eran huesos humanos, por lo que quedamos satisfechos y tranquilos.


182.2. la cueva, “Cuetu la Mina”

Esta cueva la exploramos Pedrín González Sobrino y yo. Pedrín era unos años menor y habíamos compartido aventuras juntos desde bien jóvenes, yendo juntos al Colegio de la Arquera. Era hijo de Pedro González Romano por parte de mi padre y Titi Sobrino amiga y vecina de mi madre y también prima segunda por parte de mi abuelo materno. Era por la tarde. Se llegaba a ella, tomando la carrada hacia Corisco, pero ascendiendo por otro más angosto a la derecha. Cerca de ella ahora hay un chalet.

Se entraba en vertical por un hoyo, pues la entrada al oeste, estaba derrumbada por la que entraba apenas un poco de luz. Creo que no hubiera sido muy visitado, puesto que al posar el pie en un lateral de la torca, a punto estuve de caerme dentro. Pensé que sería una piedra de arenisca, redonda, pero cuando la palpé y tomé en mis manos, llevé una gran sorpresa. Era la carcasa de una bomba conocida vulgarmente como “Piña”, metálica. Se la entregué a Pedro. Tampoco me extrañó tanto por lo que me habían contado de un joven del pueblo que había muerto al extraer un obús para venderlo como chatarra. Su madre había recogido sus restos en un mandil. Temas de estos quedan escritos en temas anteriores de mis blogs, como cuando fui a limpiar una finca con mi abuelo Santos y mi tío Pepe que encontró un peine completo sin balas. Con la pólvora de una hizo un reguero en una roca plana y le prendió fuego quedando marcado mi nombre. Era peligroso prender fuego a los matorrales de las fincas, porque solían quedar aún útiles.

En su interior había una estalactita que unida a una estalagmita formaban una gruesa columna, lo mismo que otras en formación, como espadas, intactas. La rodeamos alumbrados por sendas velas y una singular linterna dinamo que yo tenía, regalo de mis tíos Ramón Hano Fernández y Alejandrina Noriega, del “Coteru”, en la Pereda. Funcionaba mientras se pulsaba con el pulgar una palanca. El foco era pequeño y estaba medio opaco por lo que sólo me aportaba más tranquilidad en aquel oscuro templo.

En sus techos vimos escritos hechos, no sabremos por quienes, que se refugiaban en ella en cuanto se escuchaba la bocina de la Rula en Llanes, cuya función había sido el avisar de la entrada de los barcos de pescado. Todo el reconocimiento nos llevó a la pérdida de la noción del tiempo, tanto que al tratar de salir, no vimos la claridad que nos había acompañado al entrar. Fue algo agobiante, pues tuvimos que dar la vuelta a la columna a ciegas echando cuenta con algunos detalles que podíamos recordar al entrar.


Cuarenta años más tarde, dando clases de educación física en la escuela de Parres, llevé a los alumnos mayores a ver la cueva “Cuetu la mina”. Una de las niñas, Marina, era la hija de mi amigo Pedro. Esa vez, por ser de día encontré mineral de hierro cernido alrededor del pozo. Nadie me había contado nada de la mina aquella.


(1) Véase en google: monchugn.com