jueves, 3 de junio de 2021

145.- Un alto en el camino

  Por tomar un respiro al tema de las milicias y cambiar de aires, vuelvo página y de un salto de apenas mil kilómetros, nos plantamos mentalmente delante de la Escuela del Profesorado. 

Un nutrido grupo de futuros maestros esperan impacientes delante de las verjas de la escuela aneja donde iban a tener que pasar el examen de Prácticas de Magisterio. Para tantas pruebas en una misma mañana, me imagino que habría varios tribunales calificadores, porque llevarlas a cabo todas en la misma aula sería mortificante para los alumnos, aunque ya debían de estar curados de espanto. En el bloque colindante separado por una tapia del nuestro, hacían las prácticas las futuras maestras. 

En la misma aula entramos no sabría decir cuántos compañeros, de los que tan sólo recuerdo  a J. Antonio González Bode, por haber sido entrañable amigo también en el instituto llanisco. Él era residente del Colegio Menor y natural de Berbes. 

El aula de unos veinticinco alumnos de entre doce y trece años la conocíamos de haber hecho en ella las prácticas de oyente del curso primero y prácticas efectivas y semanales durante el segundo. 

Nos quedamos junto a la puerta y de pie apoyados en la pared del fondo esperando el turno de actuación. En la palestra, sendas mesas ocupadas por el tribunal calificador, uno de los cuales, por ser el profesor tutor de aquella aula, era bien conocido de todos. Tenía excelente opinión de él como tutor lo que contribuyó  mucho a recuperar mi aplomo. 

Por pasar cuanto antes aquel momento y como nadie se dio pronto ánimo en iniciar la tarea me acerqué al estrado, les entregué la ficha al jurado y me mandaron que comenzase. Cada uno de nosotros llevábamos la unidad didáctica que en la última clase de prácticas habíamos convenido con el tutor, de las que él nos había dado a elegir dentro de la programación que tenía hecha para el aula en el último trimestre. los componentes del grupo que habíamos sido asignado a ella, previamente nos reunimos para llegar a un acuerdo de la distribución de los temas a exponer, una semana antes, para poder preparar el material y el texto a exponer. 

Yo me había decidido por la Unidad Didáctica sobre la dentición, que por la profesional labor de D. Ramón Vega Escandón que había corregido a tiempo algunas caries, aún en su  totalidad conservaba y podría repasarla como “chuleta” y exponerla en amplia sonrisa a los alumnos. Les hablé de la importancia que tiene la higiene dental con un correcto cepillado después de cada comida. De un portafolio iba sacando una a una las siluetas de cartulina para ponerlas en un bastidor de cartón que simulaba las mandíbulas.  

Aún seguía entero y me había venido arriba, una vez perdido el miedo inicial. Miré a la mesa del tribunal dando a entender que había terminado por mi parte y me dieron permiso para retirarme.  

Después de mi intervención se animó a salir Bode. Yo lo conocía sobradamente desde el paso por el bachiller y me di cuenta de que no iba menos nervioso que yo. Había elegido el tema del oído y lo llevaba en varias láminas que había realizado con exquisita técnica en las que se mostraban con todo detalle cada parte del complejo órgano. En el encerado, con tizas de color escribía el nombre de cada una de ellas.

Totalmente relajado, me di cuenta de que uno de los alumnos que estaba delante de donde me encontraba levantaba la mano, pero sin aspavientos como los que suelen hacer quienes alardean de saberlo todo o por sobresalir del resto de compañeros. Afortunadamente no era para eso: cuando levantaba la mano, lo hacía con cuidado de que el presidente del tribunal, miraba para las ventanas, posiblemente tomando un respiro o recordando cualquier asunto que tenía pendiente. 

El rótulo que acababa de escribir mi amigo en el encerado tenía un error ortográfico, debido al estrés. Mirando de reojo a la mesa, aproveché el momento en que José Antonio levantó la vista al fondo donde estaba y le hice con los dos índices un aspa a la vez que los llevaba a tocar mi oreja.

El leve momento en el que los hados se pusieron de nuestra parte lo recuerdo aún tan vívido como la claridad de los ventanales que daban al sur y las barras de neón del aula; el ruido de los coches y el pitido del guardia de la rotonda; el olor a “humanidad”, como nuestro profesor de Química del 5º curso del instituto lo calificaba cuando entraba en el aula, al sudor mezclado con "Varón dandy", el olor de las gomas "Milán", la tinta de los  "Bic" y  las pinturas "Alpino".

Como un rayo el borrador que mi amigo llevaba en la mano izquierda abatió la S y la tiza en la otra mano la sustituyó por una X. 


Todo quedó en un susto y una gracia que celebramos después. Por la tarde tuvimos, nada más entrar, las pruebas de prácticas en grupo relacionadas con un deporte o juego. Debíamos ser capaces de captar la atención y colaboración de los alumnos de distintas edades. Por supuesto, que nuestras expresiones verbales, tonales y gestuales deberían ajustarse al grupo de edad de los chavales. Previamente, como en la prueba del aula, cada uno de nosotros expuso a los demás, el ejercicio que pensaba hacer.

A la hora de más calor, en la que el asfalto de la calle reverberaba emitiendo ondas del tóxico mineral, vimos que al cargo de nuestra práctica estaba nuestro profesor de Lengua D. Jesús Neira Martínez. 

Me preguntó por el juego que iba a dirigir y le expliqué que me había parecido interesante el tiro de cuerda, si es que él lo veía apropiado. Sin más comentario, me mandó dar comienzo. 

Todo fue bien, sin ninguna nota que resaltar. Habíamos pasado el mal trago y sólo faltaba conocer los resultados, pero tenía presentimiento de que no serían negativos. De ellos dependía alcanzar aquella  primera meta que me había marcado: el acceso directo, Aún quedaba el año de prácticas en un colegio de Oviedo, del que daré cuenta más adelante. Deshago el camino y me planto de nuevo en la 4ª Cía del Bon. 1º, Campamento Martín Alonso, Talarn, Lleida.

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