179.- Todo va sobre ruedas.
A menos de un mes para terminar el servicio militar obligatorio, me animé a sacar el carnet de conducir, al ver que algunos de mis amigos ya lo tenían, tanto para motocicleta como para coche. Un compañero del cuartel me animó a obtenerlo como él había hecho a través de la Policía Municipal. Tendría que abonar una tasa mínima por el uso del coche, un Citroën 2 CV, tiempo de las clases y cuota por el derecho a examen. Otro, en cambio, me animó a sacarlo como él había hecho a través de la “Academia Asturias”.
Allá fui sin más dilación el sábado por la tarde para hacer la inscripción. Aboné la tasa inicial de matriculación y me dieron el manual de normas y señales que comencé a estudiar por mi cuenta en los ratos libre del cuartel. Al día siguiente me esperaba el profesor de prácticas apoyado en un Seat 600-D delante de la academia. Me identifiqué y sin perder más tiempo, se subió en el asiento del lado derecho donde, en caso de necesidad, podía controlar con unos pedales el coche. Me puse al volante, ajusté el asiento y los espejos retrovisores. Para el aparcamiento, el monitor me mostró unas pegatinas en la luneta posterior que serían las referenciales para el acercamiento en la marcha atrás del vehículo. Para la aproximación hacia adelante, bastaba con referenciar la posición del limpiaparabrisas.
Temblaba por la emoción como una “juella”. Me preguntó si conocía el funcionamiento de los dispositivos y le dije que tenía alguna experiencia aparcando varios coches que entorpecían la entrada del material de las obras en las que había trabajado, incluido un camión “Ebro”.
Estuve unos minutos practicando el uso de los pedales y coordinando el embrague con la palanca de las marchas con las órdenes que él me daba. Arranqué el motor y después de varios sobresaltos, logré mantener el ritmo del motor. Estábamos alado del edificio “La Jirafa” y siguiendo las órdenes del guardia de tráfico, salí a la calle Uría, me coloqué en la vía central, cedí el paso a un autobús y subí por la parte derecha del parque, por Toreno, en dirección a santa Marina de Piedra Muelle, donde había una pista de prácticas.
Una vez allí el profesor salió del coche y me mandó repetir, durante un tiempo, diversos aparcamientos entre señales marcadas en el suelo o entre postes que él movía, por acortar el espacio entre ellos y así aumentar gradualmente la dificultad.
Regresé conduciendo hasta la entrada del cuartel. Quedó en recogerme al día siguiente a la misma hora de la tarde, en la entrada del cuartel.
Un sábado que no tenía conducción, me pasé por la academia para que me aclararan cuantas dudas me fueran surgiendo en el cuestionario de teórica. El profesor me recomendó que asistiera todos los días, si pretendía aprobar el examen de teórica.
Creo recordar que solamente pasé por las clases durante la primera semana. El profesor me ayudó a resolver las dudas que me iban surgiendo en cuanto me llevó por la mayoría de calles de Oviedo y en la salida hasta la vieja carretera a Avilés, por la que tendría que hacer el examen con el ingeniero examinador.
No necesité más que doce clases teóricas. Algunas tardes, el sol se había ocultado y en más de una ocasión nos pilló la lluvia. El profesor me dijo que era policía municipal, pero las doce clases de prácticas sirvieron para entablar una relación de respeto y confianza a la vez. No escatimaba el tiempo y terminábamos las clases tomando un café y unos pinchos en la cafetería que había justo a la izquierda de la Biblioteca Municipal.